Puesto porJCP on Nov 26, 2015 in Autores
En 2015, cuando se cumplen 40 años de la muerte de Franco, hay que averiguar qué le permitió triunfar e imponer su sanguinaria e incivil dictadura.
La intervención de musulmanes al lado del fascismo español en la guerra civil es un asunto minimizado historiográficamente por oscuras causas políticas. Fueron unos 100.000, el mayor contingente -con mucho- de extranjeros combatientes, constituyendo según Sánchez “la columna vertebral del ejército de Franco”. En el campo de batalla el franquismo se impuso gracias sobre todo a la cooperación estratégica entre las tropas islámicas marroquíes y el cuerpo de intervención enviado por los nazis, la Legión Cóndor, con el añadido circunstancial de los fascistas italianos, las unidades del Requeté, la Legión y algunas formaciones falangistas.
El contingente islámico, mandado por oficiales españoles y también por oficiales y suboficiales musulmanes, aportaba lo mejor de la infantería y las unidades nazis una parte esencial de la artillería, aviación y carros de combate. Aquél tuvo un número extraordinariamente elevado de bajas, un tercio del total, asunto que no preocupó a quienes les enviaron.
Los soldados marroquíes vinieron a la Península alentados y reclutados por el clero islámico norteafricano, que llamó a sus feligreses a apoyar a Franco contra los republicanos y antifascistas, tildados de “perros sin religión”. La íntima unión entre dicho clero y el aparato franquista se había realizado antes de 1936, cuando la Falange y los ulemas marroquíes se reconocieron muy próximos ideológica y políticamente. Iniciada la conflagración, el franquismo fue especialmente generoso, ofreciendo regalos y dinero al aparato sacerdotal islámico, financiando las peregrinaciones a la Meca, abriendo mezquitas (algunas en la Península), prohibiendo al clero católico hacer proselitismo entre “los moros”, etc. La Iglesia respaldó de manera total esa actuación.
Los principales ideólogos de la Falange, los intelectuales de la extrema derecha y las autoridades militares españolas elaboraron un sistema de ideas sobre esta cuestión. Presentaron el alzamiento militar faccioso como una forma de “guerra santa”, de “yihad”, librada contra el ateísmo y el comunismo. Tales contenidos eran producidos sobre todo por E. Giménez Caballero, uno de los fundadores de la Falange; J. Beigbeder, militar que en los inicios de la guerra era Alto Comisario en Marruecos, o el publicista J. M. Pemán, sin olvidar al mismo Franco. Dichas formulaciones fueron aceptadas con enorme satisfacción por las autoridades religioso-políticas de Marruecos.
Anteriormente, habían preparado el terreno historiadores y estudiosos del Islam como Miguel Asín Palacios, un sacerdote católico de ideología monárquica y fascista apasionado de aquella religión (se consideraba a sí mismo “islamólogo”), por lo cual fue recompensado por Franco, haciéndole miembro de las cortes desde 1943 hasta su fallecimiento en 1944.
Mientras el clero islámico efectuó la recluta de soldados marroquíes para el fascismo español, los seguidores del dirigente anticolonialista Abd-el-Krim se opusieron a ello, siendo hostigados por ulemas y falangistas. Sostenían que si la potencia colonial estaba en guerra civil los intereses legítimos de los pueblos de Marruecos se realizarían oponiéndose a ambos bandos, buscando incluso efectuar acciones ofensivas emancipadoras. El clero islámico se mantuvo todo él rigurosamente fiel a Franco, traicionando la causa de la lucha antiimperialista en Marruecos, por la que con tanto brío como razón habían peleado aquél y sus seguidores, contra España y contra Francia, hasta ser honrosamente derrotados en 1926. Además, un pequeño grupo de marroquíes combatió heroicamente contra el franquismo en las filas republicanas.
¿Cuáles fueron los fundamentos de tales hechos?
Las clases mandantes españolas y la institución de la corona han sido admiradoras del Islam por motivos políticos, ideológicos y económicos. Es el fenómeno de la “maurofilia”, que se hace evidente a partir de los siglos XIII y XIV, conservándose hasta el presente. Los poderosos y los ricos apreciaban en el orden político y económico musulmán la inexistencia de bienes comunales y la imposición de la propiedad privada concentrada, la ausencia de sistemas asamblearios de autogobierno, la centralización rigurosa, la presencia de unas élites acaparadoras de todo el poder de decidir y mandar, la reducción de las clases populares en masa al completo subordinada e inflexiblemente sometida, la ausencia de la noción de sujeto autónomo y libre. Su meta era imitar hasta donde fuera posible -hasta donde lo permitiera la resistencia popular- el orden político y económico islámico.
En la experiencia histórica de las clases explotadoras de la península Ibérica pesan, además, los acontecimientos del año 711, bastante maltratados por la historiografía oficial. En esas fechas el Islam fue llamado por la facción mayoritaria del Estado visigodo, la seguidora de Witiza, con el fin de salvar a las minorías mandantes y propietarias de los dos grandes problemas que le acosaban, en realidad uno al haberse fusionado, la irreductible lucha por su libertad de los pueblos del norte (vascones y otros pirenaicos, cántabros, etc.) y la ascendente presión popular revolucionaria en todo el territorio, causada por la continua insubordinación de los esclavos, la resistencia general de las clases modestas y la expansión del cenobitismo, o monaquismo, cristiano revolucionario.
En una situación de crisis extrema de su dominación las brutales elites godas no encontraron más solución estratégica que llamar al Islam. Éste realizó una irrupción imperialista de una violencia enorme contra las clases populares y las minorías disidentes (que se describe en la anónima “Crónica mozárabe de 754”), como parte de un completo y complejo programa de fundación de un poder político extremadamente totalitario, centralizado, expeditivo, exterminacionista, aculturador y teocrático.
El Islam vino en el año 711 contra la revolución civilizadora de la Alta Edad Media peninsular, en ascenso desde al menos el siglo VII. Esto es, para cumplir los mismos fines en esencia que en 1936 (y que en 1934, cuando también fueron usadas tropas islámicas para aplastar el alzamiento revolucionario asturiano), extinguir la revolución popular en ascenso e implantar un orden sustentado en la gran propiedad privada y en un artefacto estatal mega-poderoso. A partir de aquél año el Estado visigodo se mutó o diluyó en el Estado islámico andalusí. Los visigodos, inicialmente paganos, se habían ido sucesivamente haciendo (por razones políticas) arrianos y católicos, concluyendo su presencia en la historia como conversos al Islam o como mozárabes (católicos voluntariamente sometidos al Estado islámico de al-Andalus).
El fascismo español dirigido por F. Franco repitió creativamente la experiencia histórica precedente, adaptándola a sus condiciones temporales y espaciales. Además, en tanto que cabeza del aparato estatal español, la banca y los terratenientes, aquél tenía ante sí otros ejemplos notorios, mucho más próximos en el tiempo, de uso político del Islam por las potencias occidentales.
En la I Guerra Mundial (1914-1918) cientos de miles de musulmanes sirvieron como soldados en los ejércitos aliados, peleando con brío por el imperialismo anglo-francés. A su vez, Alemania logró convencer al Estado otomano, musulmán, que declarase la “guerra santa” en beneficio común, lo que hizo, aunque con unos resultados prácticos exiguos según sus intereses. La Alemania imperialista y militarista fue elaborando, desde finales del siglo XIX, lo que se ha denominado la “Islampolitik”, o política de utilización de la religión musulmana al servicio de sus fines estratégicos la cual, dicho sea de paso, hoy es más actual que nunca en Alemania.
Como derivación muy ampliada y desarrollada de aquélla, se da el entusiasmo de Adolfo Hitler y de la mayoría de los jefes nazis por el Islam. Hitler idolatraba la religión musulmana, y tenía por una enorme desgracia que Alemania fuera seguidora de las iglesias cristianas, a las que odiaba y perseguía. Su pasión llegó tan lejos que en las “Memorias” del que fue ministro de Armamento del III Reich e inseparable del jefe nazi, Albert Speer (sentenciado a 20 años de cárcel en los juicios de Nuremberg), se lee que el Führer proyectó la conversión por decreto del Estado y el pueblo de Alemania a la religión islámica, lo que planeaba hacer una vez ganada la guerra. Es conocido que el vesánico jefe de las SS, H. Himmler, era lector asiduo del Corán, del que “se hacía acompañar en todo momento”. Así pues, la fascistización de Europa habría sido también su islamización, bloque causal que puede transcurrir en la dirección contraria alcanzando los mismos resultados, tal y como hoy desean, por lo que parece, poderosos círculos del capitalismo y el ente estatal alemán, ahora entregados a aplicar un nuevo capítulo de la “Islampolitik”. Lo indudable es que el Führer y sus hombres no practicaron la “islamofobia”.
Así pues, Franco en 1936 tenía ante sí un variado muestrario de experiencias y formulaciones para hacer un uso político del Islam al servicio de Occidente, de sus minorías mandantes y propietarias, contra los pueblos, contra la revolución, en beneficio del capitalismo. En realidad hay más, por ejemplo, la islamofilia de Mussolini, que no es posible tratar ahora por falta de espacio. Por tanto, el análisis de S. P. Huntington en “El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial”, 1996, desconoce un elemento decisivo de la relación entre el Islam y las elites de Occidente, en el pasado y en el presente, a saber, que la cooperación y unión de ambos contra los pueblos y los procesos revolucionarios ha sido más común, probablemente, que los choques y enfrentamientos.
Más recientemente, y por traer otro caso concreto, relativamente conocido, está la represión de la izquierda y el progresismo en Indonesia en 1965-1967, una matanza de un millón de personas, miembros del Partido Comunista, intelectuales, homosexuales, mujeres en lucha por su emancipación, campesinos rebeldes, dirigentes sindicales, activistas sociales, estudiantes conscientes, etc. Fue realizada por el Estado indonesio, islámico, por su ejército y policía pero también por un partido político musulmán de masas, el NU (Nahdatul Ulama), que operó con las expeditivas formas con que lo hizo aquí la Falange en la zona franquista.
Tras tan descomunal operación político-represiva estuvo EEUU, inquieto por el auge del comunismo en ese país. Por tanto, ¿dónde quedó el choque de civilizaciones en Indonesia en esos años? La alianza entre el colonialismo occidental y los poderes religioso-políticos de los países islámicos se dio también cuando éstos fueron conquistados por los países europeos, lo que explica la facilidad con que esto acaeció. La íntima unión entre franquistas y clero islámico en Marruecos en 1936 es una derivación de ello.
Y la pregunta es: ¿por qué se dio la enorme intimidad y coincidencia entre el clero islámico y el fascismo español que llevó a Franco a vencer en 1939? Ésta traslada intelectualmente a otra, derivada, ¿por qué Hitler y los nazis son tan devotos del Islam? Del análisis de los discursos y escritos de Franco, de los de los falangistas españoles y los hitlerianos se puede extraer la síntesis que sigue.
El primer elemento compartido es la centralidad absoluta del Estado, y dentro de él del aparato militar y coercitivo, uno de los rasgos identificadores de las sociedades islámicas. Hitler considera muy elogiosamente su naturaleza extremadamente estatizada y militarizada, y la creación por aquéllas de sujetos particularmente aptos para el ejercicio de la violencia, lo que le fascina, pues con tales se cree capaz de conquistar el mundo para el capitalismo germano.
En la guerra civil española los musulmanes que pelearon con Franco fueron característicamente agresivos, combativos y despiadados, unos mercenarios temibles. Todo ello parece desautorizar la fórmula, tantas veces utilizada, sobre que el Islam es una religión de paz.
Hitler y sus discípulos aborrecen en particular la cosmovisión cristiana del amor, la definición de Dios como amor y el propósito de hacer del amor el elemento vertebrador de la vida social. Creen, equivocadamente, que eso hace al individuo débil y blando, impropio para las empresas guerreras, argumento que toman de Nietzsche. Exultan ante el amplio uso que los textos fundamentales del Islam hacen de llamamientos a la violencia, que no existen en los del cristianismo.
A los jefes nazis y fascistas las sociedades musulmanas, sin libertades políticas ni civiles, y sobre todo sin libertad de conciencia (por tanto, sin libertad de expresión ni de información, ni siquiera en sus expresiones formales), les parecieron excelentes para sus fines expansionistas. Igualmente, les satisfacía la ausencia en aquéllas no sólo de prerrogativas y garantías naturales básicas para la persona. Dado que, además, el clero islámico señala al individuo una única obligación, el sometimiento completo, perpetuo e incondicional, el fascismo se siente fascinado.
Fascistas y mandatarios musulmanes coinciden en la negación del principio de la soberanía popular. El franquismo sostuvo que su poder existía “por la gracia de Dios” y los jefes de los países musulmanes arguyen que “la soberanía es de Dios”. Eso se traduce en sistemas de gobierno dictatoriales, en los que las clases populares no pueden participar en la toma de decisiones, muchos menos ser actores de ellas. Las sociedades musulmanas son dictaduras políticas en las que los muy ricos, el clero, los altos funcionarios y los militares tienen todo el poder, sin pluralismo ni libertades básicas, ni reales y ni siquiera formales.
Otra cuestión, y no la de menor importancia, es la de la propiedad privada concentrada, El Islam no posee nada parecido a los textos cristianos del Nuevo Testamento cristiano, en los que la riqueza particular es considerada negativamente y se recomienda la propiedad colectiva, el compartirlo todo, para evitar la existencia una minoría riquísima y una gran masa despojada, como sucede en las formaciones sociales islámicas. Su apoyo a la gran propiedad, a la riqueza concentrada (sea en la forma de haciendas esclavistas, de gran capitalismo privado o de capitalismo de Estado, según las épocas y los lugares), hace también del Islam una fe coincidente con uno de los puntos programáticos del fascismo, la salvaguarda del gran capitalismo, estatal y empresarial privado.
En resumen, lo que acercó a fascistas y musulmanes fue la veneración por el ente estatal, el culto por la violencia, el impulso expansionista, el rechazo de la categoría de soberanía popular, la negación de las libertades populares, la exclusión del pluralismo político, cultural e ideológico, la noción de la persona como criatura que se somete, la defensa de la gran propiedad privada y la hostilidad hacia la revolución popular. En ello está la clave de su exitosa cooperación en la guerra civil.
Y esto parece ser lo que hoy también se busca ahora a escala mundial.