«El río y la acequia tenían un agua terrosa, sucia, marrón, embarrada, y esto contribuía a la sensación de Ganges purificador…Porque la otra purificación, la de la iglesia y la confesión, ya había descubierto yo que era también más física que espiritual... En las aguas oscuras de la iglesia había que bañarse con unas cuantas viejas que habían ido a confesarse, mientras en las aguas de la acequia se bañaba uno solo, rodeado de mujeres tersas e imaginarias, esas mujeres únicas que entrevé uno ya sin deseo, y que son las más frescas y puras»

Las ninfas es, como digo, una novela lírica, una novela memorialista en la que el autor relata su adolescencia en una ciudad de provincias que no es otra que el Valladolid de donde era su madre, si bien ella se desplazó a Madrid -según algunos biógrafos- para dar a luz y así evitar habladurías, ya que era madre soltera. Pero se puede decir sin temor a decir mentira que Francisco Umbral es vallisoletano, pues su nacimiento madrileño fue algo meramente accidental. En biografías escritas sobre el escritor se desvela el nombre del padre, Alejandro Urrutia, un abogado cordobés padre del poeta Leopoldo de Luis; también el de la madre, Ana María Pérez Martínez, secretaria de éste. De lo sucedido a su madre, de la reacción de la familia ante la preñez sobrevenida, de qué hacer para evitar murmuraciones, en Las ninfas nada se dice; es otra novela anterior (Los males sagrados, 1973) la que se centra en ese momento y primerísima niñez del escritor.
Es Las ninfas una novela perteneciente a la serie Francesillo (alter ego de Umbral), grupo de ocho novelas en las que el autor ficcionaliza su propia biografía. De las ocho yo había leído antes de Las ninfas y ya hace tiempo dos: Los helechos arborescentes (1980) y Leyenda del César visionario (1991); guardo más recuerdos de la segunda, en la que el autor pone su mirada en las contradicciones de los intelectuales falangistas respecto al general Franco, que de la primera, más centrada en las vivencias duplicadas y algo irracionales de un niño durante la guerra civil; pero la sensación que me devuelve mi memoria es la de también plena satisfacción y disfrute con la prosa desplegada en ellas.
En la novela que nos ocupa el adolescente narrador siente la llegada del ardor y la llamada y/o necesidad de mujer para aplacarlo. El chico, antes de descubrirlas a ellas, inalcanzables, misteriosas, mágicas y sensuales ninfas, se apaña consigo mismo anticipando en él los futuros placeres que encontrará en ellas
El descubrimiento de las ninfas lo realizará Francesillo en la plaza de San Miguel, donde corren chicos y chicas, cuando, jugando a las prendas, María Antonieta, la hija de la pescadera, cumple el mandado de besar al chico que le guste acercándose a él para besarlo en la frente. Desde ese momento el futuro entrevisto en su solitario erotismo se hace patente. Junto a su amigo Miguel San Julián, que va para obrero manual y que es pareja de Jesusita la vinatera, explorarán el amor, se divertirán con ellas, se enamorarán de ellas. La otra ninfa es Tati, tenida por la chica más fácil de la plazuela; el otro amigo es Cristo-Teodorito, niño muy religioso con el que Francisco conoce la Congregación, donde los frailes tenían un espacio para que los adolescentes jugasen a los juegos que había en la ciudad pero sin los peligros que los acompañaban (apuestas y otros riesgos). En esta congregación está el padre Tagoro que dirige unos Ejercicios Espirituales a los que Cristo-Teodorito intenta atraer a su amigo al verlo perdido en las redes de la sensual pescaderita. Pero Cristo-Teodorito también es humano y se siente muy atraído por Tati, la ninfa más sensual de las tres. Francisco se da cuenta de que no hay seguridades ni valores seguros en este mundo, que todo es mudable, que la religión no aísla de nada ni protege de nada.
- «La insinuación, el deseo, la progresión erótica, el hastío, la depresión, todo eso lo vive el adolescente en su cuerpo, como reflejo que le viene del futuro, de lo que luego va a sentir con las mujeres»
- «Los poetas hablan de crisálida, cuando se refieren a la adolescencia. Yo prefiero hablar de retrete.»
«Tati era otra devoradora de hombres -como mi María Antonieta, como Jesusita, las tres ninfas malas del barrio-, y Cristo-Teodorito lo sabía. Tati se había enamorado o se había encaprichado de Cristo-Teodorito como María Antonieta de mí, como Jesuita de Miguel San Julián.»Su adolescencia, como se ve, gira en torno a la búsqueda de la mujer, al deseo de estar con ellas, de hacerles el amor. Pero en Paco hay otra muy fuerte atracción, que es la que siente hacia la literatura. Desde siempre, en especial desde que la tisis lo alejara por un tiempo de su amigo Miguel San Julián, la literatura (su lectura y escritura) lo tienen cautivo. A esta captación ha contribuido muy mucho uno de los primos con los que vive en esa «habitación azul» que es la España de sus años adolescentes
«Nuestras almas nadaban como barbos líricos en las aguas azules y mediocres de la habitación, porque al otro extremo de la misma, junto a la ventana enrejada, estaba mi primo, alguno de mis primos, con su laúd, sus versos, su bigote temprano y sus amores, haciendo música, haciendo poesía, haciendo romanticismo, sentimentalismo, erotismo blanco y sonetos malos»Y fuera de la casa, en el barrio, en la ciudad, su introductor al mundo literario es el poeta de su misma edad, Darío Álvarez Alonso, a quien él tiene en un pedestal cuando le escucha recitar versos en el Círculo Académico a donde lo lleva. Como espíritu en formación, en esos recitales Francisco no sabe si lo que oye, los versos que los rapsodas declaman son buenos o son malos («"Tanta soledad me inclina a abandonarme en el viento"... ¿Era aquello bueno o malo? Todavía hoy no lo sé»). Qué enorme sinceridad hay en esta frase.

Francisco conoce los entresijos literarios de la mano de Álvarez Alonso quien lo acerca al periódico donde Darío escribe alguna vez, aunque nunca le paguen. Los talleres, la maquinaria, el olor de la tinta, todo lo enamora y despierta en él una vertiente de su insobornable vocación literaria, el periodismo. También con Darío acude al café cantante donde actúa Carmencita María, y donde toca el violín Empédocles, un viejo bujarrón que hace sus intentos con Francesillo. Empédocles toca al violín piezas de Mozart o Beethoven y al ser preguntado por si con el stradivarius que dice tener en casa toca a Chopin responde que «Chopin es una máquina de coser», frase que al narrador le maravilla aunque no llega a comprender del todo su alcance.
En este limbo provinciano de amor a las mujeres y a la literatura vive Francisco, el narrador y autor de este libro. Podría haberse eternizado en esa situación común a muchos seres humanos. Pero hay factores, sucesos que propiciarán su evolución. En el terreno de los misterios femeninos descubrir un día a dos devoradoras de hombres (Tati y María Antonieta) devorándose mutuamente; en el de la literatura la pérdida de la sublimidad que creía haber encontrado en su faro literario el poeta Darío Álvarez Alonso, y no sólo por el caso de la carbonería sino por otras cuestiones que no es el caso desvelar aquí. También en su toma de decisión los consejos desinteresados de unos y de otros (de Carmencita María, de Empédocles, de la misma María Antonieta) tendrán peso definitivo.
Para finalizarAuténtica novela de iniciación que marca el final de la adolescencia, con sus anclajes familiares, y la entrada en la edad adulta, con la ruptura de estos amarres y la toma de decisiones personales. La principal de ellas es la de triunfar en la literatura. Cuando finaliza la narración el narrador aún no ha triunfado pero ya se deja ver que gracias a las experiencias vividas y a los consejos recibidos por parte de unos y de otros los cimientos del éxito ya están echados. La novela, que se abre bajo el epígrafe de Baudelaire «Hay que ser sublime sin interrupción», cierra con la confirmación de dicho lema al verlo plasmado, en su carencia, en las carnes de su amigo Álvarez Alonso:
«Tampoco la cultura era verdad. La cultura podía ser el trámite hacia una pescadería. El propio Darío me había descubierto recientemente, por fin, las palabras de Baudelaire: Hay que ser sublime sin interrupción.»___________________NotaEsta novela de Francisco Umbral, ganadora del Premio Nadal 1975 fue publicada el año siguiente. Al haber aparecido, pues, antes de 1980 la incluyo dentro de los clásicos que he leído dentro del Reto Nos gustan los clásicos.Asimismo Las ninfas viene a engrosar el cupo de los libros escritos en español (Reto 25 españoles).
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