“¿Adónde van los desaparecidos?.. ¿Y cuándo vuelve el desaparecido?” se preguntaban nuestros Fabulosos Cadillacs décadas atrás. Además de las respuestas también compuestas por el panameño Rubén Blades, imaginamos otras quienes la noche del pasado viernes 7 asistimos al concierto gratuito que el Franco Luciani Grupo dio en el anfiteatro del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, es decir, en la ex ESMA.
Ingresar por el portón de la avenida Libertador y toparse con la fachada de la trístemente célebre (ahora desmantelada) Escuela Superior de Mecánica de la Armada pone a prueba la mente y el corazón del visitante primerizo. Enseguida la cabeza recrea escenas de docudramas y documentales, acelera la frecuencia cardíaca, estrangula el estómago, anuda la garganta.
La muestra permanente del mencionado centro cultural se inicia con un panel cuyo frente muestra las fotos carnet que un detenido-desaparecido debió sacarles a Alfredo Astiz, Ricardo Cavallo, Jorge Acosta entre otros represores, para luego pegarlas en documentos falsos. La contracara muestra imágenes actuales de estos mismos personajes sentados en el banquillo de los acusados, en el marco de los juicios por violación a los derechos humanos.
Quizás por su parquedad, esta presentación recompone los sentidos, que sin embargo vuelven a turbarse cuando el armoniquista Luciani, el bajista Facundo Peralta, el guitarrista Hernán Rinaudo y el percusionista Franco Exertier empiezan a tocar piezas de nuestro folklore en un anfiteatro montado en este otro espacio dedicado a la preservación del recuerdo colectivo.
En los rostros jóvenes de los músicos, en las palabras de Luciani entre tema y tema (por ejemplo, cuando anuncia un cambio de género “siempre dentro del barrio” en referencia a Latinoamérica), en la entrega de los cuatro integrantes del grupo por un proyecto (en este caso artístico), en la apuesta a un camino alternativo (por no decir contrario) a las exigencias del entretenimiento homogenizado, en un espacio cuyas luces y melodías espantan la oscuridad de antaño se hacen presentes los desaparecidos.
Armónica, bajo, guitarra y percusión también honraron las partituras de argentinos nada mediáticos como Chacho Muller, Tránsito Cocomarola y Rolando Valladares, y a otros más conocidos pero relegados por la radio y TV tinellizadas: los maestros de la música ciudadana Troilo y Piazzola.
Ante las preguntas de Blades que cantó Vicentico, nos gusta creer que los desaparecidos no se fueron, que -para indignación de sus asesinos- se aferraron al último lugar donde les negaron existencia de la manera más abyecta. Así como Sting les cantó a las Madres que bailaban solas, ayer el Franco Luciani Grupo tocó para los hijos que en realidad nunca partieron.