La infancia es el único espacio donde se encuentra el amor puro y en donde el mundo se ve a través de los sueños. A ese lugar tan especial es a donde Tim Burton se ha ido para darle formato de película a su corto homónimo de 1984, y lo ha hecho con la habilidad de los maestros, pues Frankenweenie es otra maravillosa muestra de su portentoso talento después de viajar al mundo de Alicia en el país de las maravillas. Burton encadena un acierto tras otro, y no deja de embaucarnos en cada una de sus propuestas, que tienen el denominador común de depositarnos en el mágico mundo de los sueños, y recorriendo esa ruta onírica, es a través de la que nos hace viajar hacia un lugar plagado de buenas sensaciones. En esta ocasión, Burton se ha ido hasta su infancia para retratar la relación entre un niño, Víctor, y su perro Sparky, pero no sólo eso, porque la capacidad narrativa de este film claramente dirigido al público infantil, tiene un claro punto de conexión con ese otro universo plagado de recuerdos que todos tenemos de nuestra infancia, lo que convierte a la película en un mensaje universal sobre la amistad, el amor hacia las personas que quieres, y hacia la ciencia, aunque como muy bien apunta el profesor que es despedido del colegio: “a la gente le gusta lo que la ciencia le da, pero no las preguntas que plantea”. Además, Frankeweenie también es un nítido homenaje al diferente, a ese tipo de niño introspectivo que busca dentro de sí mismo su propia felicidad, y que en este caso, la encuentra en el mundo de la ciencia y la invención como vehículos fundamentales sobre los sustentar sus sueños. Y esa parte de imposibilidad de la vida real que los sueños tienen la habilidad de salvar, está presente en la película en forma de juego y experimento (como mejores elementos para atraer la atención de un niño), pues no hay nada más imposible que devolverle la vida a un muerto, sin duda, una magnífica muestra de querer alcanzar lo imposible; un deseo que, sobre todo, cada uno de nosotros atesora en su infancia.
Otra de las características que redunda en el acierto pleno que rodea a la película es la técnica del stop-motion en la que está rodada, donde el blanco y negro posee un poder hipnótico que te atrapa desde el primer fotograma, y en donde las sombras son tan importantes como las luces, convirtiendo a esta historia de terror para niños en un majestuoso juego de contrastes, donde los gustos del director por este tipo de cine salen a luz en multitud de guiños hacia los grandes clásicos del género a los que Burton homenajea a lo largo de multitud de secuencias (p. ej.: Bambi, Frankenstein, King Kong, etc), lo que convierten a Frankenweenie en una nueva manifestación del cine dentro del cine como mejor expresión visual y narrativa del poder que tienen las imágenes sobre nuestro imaginario colectivo, y que en esta ocasión se pueden traducir en los ojos de los personajes o en la delgadez de las figuras de casi todos ellos, lo que les hace engendrar una carga más expresiva en todos sus movimientos. Esa desmesura que rodea al universo fílmico de Tim Burton es la que sin duda nos quedará en nuestros recuerdos más profundos, porque gracias a él, y aunque sólo sea durante algo más de una hora, podemos regresar a nuestra infancia; ese lugar donde a menudo nos enfrentamos con lo imposible y en donde acudimos a los sueños para que lo imposible se haga realidad.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.