Revista Ciencia

Fray Lubino

Por Cristóbal Aguilera @CAguilera2

La penuria alimentaria y la peste asolaban el continente europeo en pleno Siglo XIV. La orden mendicante franciscana del Monasterio de Piedra se encontraba en una situación límite. Los escasos suministros que procuraban con su propio esfuerzo y que apenas llegaban para mantener a la comunidad de religiosos tenían que repartirse entre la población más necesitada, es decir, casi todos los que conseguían llegar al Monasterio. Cierto que no eran muchos, pero una boca más era un bocado menos. Tampoco se notaba demasiado ya que el hambre era tanta que no dejaba otra opción. Ni aunque hubiesen contado con el doble de recursos hubiera bastado para llegar a una comida diaria. Pobre sí, mísera también, pero al menos algo con lo que engañar al estómago. Sabían que donde comen cincuenta no comen sesenta, pero no podían permitirse siquiera ese asomo de derrotismo tan poco cristiano. ¡Dios proveerá!

Fray Lubino estaba muy preocupado. El grano escaseaba. Tal vez bien gestionado fuese suficiente para un par de meses pero apenas para nada si continuaba llegando gente... ¡Dios proveerá!

Estaba convencido que sería del todo imposible recuperar el esplendor de sus graneros. Ahora todo era escasez, agravada por las sequías, seguidas de esas terribles lluvias a destiempo que arrasaban con todo y que se llevaban el poco sustrato útil que permitía mejorar los cultivos. Los campesinos, cada vez más pobres, cada vez más miserables, cada vez más al límite de sus capacidades huían desesperados de sus tierras, tanto por el miedo a morir de hambre como por el miedo a morir en manos de recaudador por no poder pagar las tasas. ¡Maldito sistema feudal!

Fray Lubino estaba muy preocupado. Los ganaderos de la región que aportaban leche y queso y de vez en cuando algún que otro lechal como pago de algún impuesto por el usufructo de ciertos terrenos, habían sido reclamados por sus señores para que se acercasen lo máximo posible a la corte, no fuera que los privilegios concedidos por el Rey se aboliesen y los dejasen en la indigencia. Una oveja era una oveja y siempre había algún lobo al que echar una culpa. ¡Dios proveerá!

Fray Lubino estaba muy preocupado. Las pocas verduras frescas que podían recoger de la huerta apenas si daban para cuatro pucheros por semana, tres días tocaba ayuno. Ayuno que era celebrado por los frailes como una prueba de fortalecimiento de la fe que la divina providencia les ponía. Lo llevaban con resignación cristiana aunque el rugir de sus estómagos no se resignase a una ausencia tan prolongada. Ayuno que era maldecido por los mendicantes ya que cada día que pasaban sin comer más se acercaban al infierno de la enfermedad. ¡Dios no lo quiera!

Fray Lubino estaba muy preocupado. Las gallinas que quedaban vivas apenas si daban una docena de huevos y en el Monasterio eran ya más de cincuenta. Los escasos gusanos que se encontraban por el suelo los peleaban a cara de perro con los chiquillos más desfavorecidos, aquellos muchos que no contaban más que con su habilidad para sobrevivir. Hubo que recurrir a la urgencia del caldo de las más viejas, huesos que servían para remojarse una y otra vez en agua a la que se le echaba alguna hortaliza escamoteada. Caldo divino que por muy aguado que estuviera aliviaba, pero que no era suficiente para sanar a los más necesitados y eran cada vez más. ¡Dios proveerá!

Fray Lubino estaba muy preocupado. Aunque intentaba no dejarse llevar por la situación y procuraba estar activo para hacer ver al Señor que su voluntad era férrea, cada vez pasaba algo más de tiempo, dejándose llevar por la meditación y el rezo en el estanque natural que conformaba el meandro del río Piedras. Al menos agua tenían, limpia, pura y abundante. El río, de vez en cuando, les proporcionaba alguna que otra trucha que era como una bendición del Señor. ¡Dios les proveía!

Entre rezo y rezo dejaba caer un sedal con un anzuelo con mosca, como le había enseñado Fray Mosquito. Lo llamaban así porque siempre iba de un sitio para otro, buscando y rebuscando, incansable, dejándose llevar por el calor hasta que encontraba donde picar. Cada trucha pescada era una vida salvada a cambio de otra, la de la trucha. Su consciencia existencial le permitía discernir como un mal menor procuraba un bien supremo. Ese bien que veía en los ojos de los niños que peleaban con las gallinas por los gusanos.

Entre rezo y rezo empezó a darse cuenta que en esa parte del río que a forma de meandro conformaba aquel estanque divino solían ir las truchas y que eran las más gordas y lustrosas y que gustaban de retozar y frezar. Haciendo de esta manera posible el milagro de la existencia. Que no era la primera vez que se había dado cuenta del frenesí con que algunos ejemplares se ajuntaban y del resultado lechoso que acompañaba a la expulsión de los huevos. Aunque fraile mendicante y profundamente religioso también era conocedor de los libros que contenían las herejías de la creación, no era un fraile estúpido. Se había criado en una granja y conocía, aunque no practicado jamás, el principio biológico que regía el mecanismo procreativo que bien había presenciado.

Sin duda alguna ese era el lugar que Dios, en su inmensa gloria, había elegido por las truchas para procrear. Porque, quién sino Dios, habría decidido que ese lugar fuese entre las paredes de un monasterio. Sin duda alguna Dios proveía.

Fray Lubino llamó a Fray Mosquito, Fray Puñetas y Fray Apañao. A estos dos últimos por la capacidad que tenía, el primero, de encontrar pegas y virtudes a casi cualquier cosa que el Señor hubiera puesto sobre la tierra y al segundo, por su habilidad en solucionar las pegas que el primero ponía y cómo no, mejorar las virtudes. Así es como habían conseguido que el Monasterio fuera lo que era.

-Hermanos -dijo Fray Lubino- Dios nos pone a prueba continuamente. Dios ha decidido que esta penosa situación de privación y miseria que padecemos sea la forma en la que fortalezcamos nuestra Fe. Porque Dios, en su inmensa misericordia, no permitiría que sus hijos queden abandonados a una suerte tan tremenda.

-El ayuno le está haciendo mucho más daño de lo que yo pensaba- dijo Fray Mosquito por lo bajo-

-Dios no lo quiera -respondió Fray Apañao-

-Dios quiere, Dios quiere -dijo Fray Lubino, acostumbrado a los requiebros de ambos hermanos y aunque no dudaba de su Fe, sí de lo que el hambre hace entre los hombres necesitados, por muy piadosos que estos fuesen- y quiere que hagamos aquí, en nuestro humilde monasterio, con nuestras humildes manos, quiere que hagamos posible, repito, el milagro de los peces. Que el de los panes ya vendrá.

-Dios perdónanos -Fray Puñetas, juntando sus manos y elevándose a modo de plegaria- nuestro hermano no sabe lo que se dice y no es quiera ofenderos, Señor, es que la sustancia de su cerebro ya está reblandecida por la necesidad. Que sí, que nosotros alimentamos nuestro espíritu de tu sustancia divina, pero que el mortal cuerpo al que estamos condenados requiere de consistencia y de otro tipo de sustancia.

-Dios te oiga, amén -dijeron al unísono Fray Mosquito y Fray Apañao.

-Hermanos, por el amor de Dios, no sean incrédulos -intervino Fray Lubino- que Dios en su inmensa bondad y sabiduría ha querido mostrarnos el camino. Hermanos, por qué no se acercan a este estanque y miran conmigo cómo retozan estas truchas.

-¡Truchas! -gritó Fray Mosquito babeando- ¿Dónde? Ahora mismo voy a por mí caña y vaya por Dios que si doy con ellas...

-No blasfeme hermano -le apercibió Fray Lubino- que ya he dado yo con casi todas. Las que quedan se resisten por resabiadas y porque Dios, en su infinita buenaventura, quiere que así sea para que nosotros obremos el milagro.

-¡Milagro! El milagro es que todavía sigan ahí y que nadie haya dado con ellas -dijo Fray Puñetas- ahora mismo ponemos una red en el estrechamiento y con esa escoba las empujamos, que ya veremos lo que tardamos en cogerlas.

-Exactamente eso es lo que haremos hermano -le dijo Fray Lubino- pero no con el fin que cree. Estas no van a acabar en la olla, no esta noche. Las vamos a trasladar a aquel estanque de más arriba y vamos a preparar una zona de paz con agua fresca y remansada para que los peces se encuentren tranquilos y seguros y Dios lo permita, los peces hagan lo que tengan que hacer.

-¿Qué es lo que Dios debe permitir que hagan los peces, hermano? -preguntó Fray Mosquito ignorante de cuantas virtudes tiene la naturaleza para ponerse a bien con Dios-

-Dios quiere -dijo Fray Lubino respirando profundamente, alargando sus palabras y mirando al cielo como si se una súplica se tratase- Dios quiere... que las truchas nos alimenten a cambio de nuestros cuidados. No vamos a pescarlas, nos vamos a dedicar a criarlas. Como hacen los campesinos con sus animales. Como hacemos nosotros con nuestras gallinas, como...

-Fray Lubino, hermano -interrumpió Fray Puñetas- sabe bien que es usted inspiración para nosotros. Sabe bien que nos ilustra con sus conocimientos y sabe usted que lo bendecimos por ello. Que Dios bien provee a quien lo merece y permite a los necesitados que su voluntad llegue de formas diversas. ¡Alabado sea el señor! Pero, hermano, ¿ha visto el tamaño de los huevos de las gallinas? Creo que sabe bien como son los jatos al nacer y no pongo en duda que en más de una que otra ocasión ha ayudado a traer a este mundo a alguna que otra alma mal avenida. Pero, hermano ¿Cómo diferenciaremos a los truchos de las truchas? ¿Cómo nos haremos con esos huevecillos milagrosamente bendecidos por Dios para que sean truchas de futuro? ¿Qué les vamos a dar de comer si no tenemos ni para nosotros? ¿Cómo vamos a hacer que crezcan hasta que llegue el momento de bendecir nuestra mesa y la de nuestros necesitados? ¿Cómo...?

-Hermanos -dijo Fray Lubino un tanto aturdido por tantas preguntas- esto no es más que el comienzo de algo grande. Dios quiere que utilicemos nuestros recursos y conocimientos naturales para hacer este milagro posible. Hermanos, esto ya se ha hecho antes, y se ha hecho con éxito, en la Tierra con los vegetales y verduras, con el grano, con los árboles y sus frutos. Ya se ha hecho con nuestras vacas y guarros, con las ovejas y las gallinas y con cuantos otros seres que ni imaginamos que Dios ha puesto sobre la faz de la Tierra. Los peces, hermanos, los peces es lo que hoy Dios nos encomienda que criemos para salvar del hambre y de la privación a esta pobre gente.

-Hágase la voluntad de Dios -dijeron los tres hermanos al tiempo alzando sus manos y brazo como en acto de constricción y devoción-

-Hágase -dijo Fray Mosquito- pero mejor si nos comemos una de esas truchas para tener fuerzas para mover esas tierras. Que este cuerpo mortal nuestro nos tiene condenados al sufrimiento del hambre. Digo yo.

-Sea -dijo Fray Lubino- pero la compartiremos con nuestros pobres necesitados.

-¡Una trucha para sesenta! -Interpeló Fray Mosquito que dándose cuenta de la soberbia desplegada en su exclamación hizo acto de constricción- Alabado sea el Señor por hacernos merecedores de este afortunado privilegio. ¿Empezamos?


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