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Frente a la cobardía de la supervivencia

Por Jlmon
FRENTE A LA COBARDÍA DE LA SUPERVIVENCIA Profundizar en disquisiciones metafísicas sobre si nuestra situación debe clasificarse como rescate, préstamo, ayuda, intervención, quiebra técnica o simple desastre no va a ayudar mucho en unos momentos en los que hay que contener la respiración, fijar la mirada en el horizonte y ponerse en marcha cuanto antes. Debemos ser conscientes del futuro que nos espera en términos macroeconómicos y la labor del gobierno y del conjunto de los partidos políticos es simple y llanamente comunicar al conjunto de los ciudadanos, de la forma más clara y comprensible, cuáles son nuestras posibilidades reales y los sacrificios que ello supone, evitando la ocultación, la demagogia y el interés propio. La presión impositiva, los recortes en prestaciones, las limitaciones presupuestarias, la perdida de poder adquisitivo y el resto de pandemias que nos amenazan, no sólo van a permanecer con nosotros un tiempo, sino que incluso se harán más visibles en nuestra cotidianeidad a corto plazo a medida que la clase media, auténtica barrera psicológica, se vea más afectada y debilitada y la falta de mantenimiento en los servicios públicos se haga visible con toda su intensidad. En este escenario, el margen estratégico apenas si existe y deberemos contentarnos con seguir al pie de la letra el manual de supervivencia así como las penitencias que Europa nos tiene reservadas. Y es que hemos llegado a un punto en el que poco o nada podemos hacer en términos macroeconómicos, salvo sobrevivir y esperar aunque ello suponga negarnos cualquier posibilidad de reactivación a corto plazo. Incluso hemos sobrepasado la frontera del liderazgo y ahora tan sólo parece necesitarse buenos gestores de la miseria aunque desgraciadamente nuestros políticos estén entrenados justamente en lo contrario. Pero, mientras todo esto ocurre, podemos iniciar nuestra regeneración activando iniciativas y desarrollando estrategias que, no sólo ayuden a acelerar el crecimiento, sino que contribuyan activamente a recuperar nuestra confianza como país que no es otra cosa que la voluntad de querer continuar haciendo cosas juntos. No son ni ocho, ni treinta y ocho. No corresponden al gobierno de turno. No necesitan tramites parlamentarios, decretos ni negociaciones con Bruselas o Berlín. Al igual que todas las grandes ideas, surgen de la necesidad y el sentido común. Son las micro estrategias que pueden aliviar esta pesadilla en la que nos hemos visto envueltos, inyecciones emocionales que nos permitan ponernos en marcha, superando la derrota y postración que nos invade, reacciones vitales para una sociedad que se encuentra desmembrada, desarticulada y, en definitiva, paralizada. Bien o mal, los políticos ya han hecho su trabajo. Son conscientes de que a partir de ahora, tan sólo les queda administrar al dictado de Europa. Pero, en cualquier caso, también pueden contribuir a la reactivación emocional de la sociedad a la que se deben y, para empezar, podrían hacerlo facilitando una mínima justicia social que permitiera la identificación pública de los culpables del desaguisado financiero. En todo problema, la generación de alternativas de solución es la prioridad dominante, pero en este caso, la necesidad de una reactivación emocional impone simultanear la búsqueda de soluciones con la identificación de culpables con nombre y apellido potenciando su humillación pública y ostracismo a falta de castigos penales que difícilmente podrán llegar. Hasta el más ingenuo es consciente de la estrecha línea que separa a los culpables de los políticos, pero este es el sacrificio que deben asumir al tiempo que exigen otros al resto de la población. La cuestión no es exigir sacrificios, sino plantear retos que los incluyan y todo ello pasa por dejar atrás muchas cosas, entre otras al conjunto de individuos asociales que hemos tolerado y transigido. Sólo una Inteligencia Estratégica colectiva puede sacarnos de esta y ello pasa por convertir los problemas en oportunidades o si se prefiere, utilizando la terminología de la crisis, transformar los sacrificios en oportunidades para redimirnos como sociedad, aprendiendo de nuestros errores y creciendo como país. Por decir algo….si Inditex o Mango redireccionaran parte de sus procesos productivos, realmente pasarían a ser algo más que banderas de la marca país… Por decir algo… si las administraciones autonómicas cedieran parte de sus competencias en un proceso de reinversión de tendencia estructural, realmente reforzaríamos la cohesión social que tan necesaria resulta en estos momentos… Por decir algo…si determinados sectores comerciales reajustaran sus márgenes a la auténtica realidad del país, la curva de consumo podría reactivarse de forma eficaz… Por decir algo…si se promovieran estrategias de internacionalización en el sector alimentario, podríamos poner en valor un potencial desaprovechado hasta ahora… Por decir algo… si los agentes sociales flexibilizaran los viejos modelos de relaciones laborales y ocupación, podríamos repartir el café de forma más eficaz… Por decir algo…si fuéramos más realistas con nuestras posibilidades de solidaridad, llegaríamos a un equilibrio más justo con el conjunto de la sociedad española… Por decir algo… si fuéramos más exigentes con el modelo de educación que necesitamos, realmente estaríamos cuidando el futuro de nuestros hijos… Por decir algo… si fuéramos más críticos con la vulgaridad, la chabacanería y el triunfo de la ignorancia descarada, dejaríamos atrás ese país de risas y pandereta… Por decir algo… si nos esforzáramos en conseguir un mayor grado de responsabilidad social, probablemente el nivel de ahorro presupuestario no tendría parangón en la historia de este país… Tan sólo son algunos ejemplos de los cientos de oportunidades que nos esperan. No son sacrificios sino retos. No se trata de retrocesos sino de avances hacia una sociedad auténticamente madura y democrática. No se trata de medidas provisionales, sino de necesidades inmediatas. En fin, hablamos de viejas deudas que tenemos contraídas con nosotros mismos desde hace ya más de treinta años. Frente a la cobardía de la supervivencia, la valentía de la realidad.

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