Leo, en el último número de la revista Quimera, una entrevista al estadounidense Morris Berman, crítico de la cultura de su país, del sueño americano y de todo lo que huela a Burger King y tardes perdidas en centros comerciales. Nos dice Morris Berman que la serie de televisión más vista en la franja de Gaza es Friends. Friends es (era) una serie ambientada en Nueva York y protagonizada por jóvenes que coquetean con la frontera de la madurez. En Friends todos los personajes visten a la última, viven a la última y tienen trabajos perfectos y honrosos. Todo es divertido y chic en Friends. Los Estados Unidos siempre han sabido vender una imagen que no es en ningún caso la imagen que resume el sentir de la mayoría de su población, pero es, al fín, la representación que el mundo da por buena del sueño americano, un sueño inexistente, una entelequia aderezada de paranoia.
Todo el mundo sabe situar, con cierto grado de aproximación, la franja de Gaza en un mapa, o al menos sabe que la franja de Gaza está en aquella región del planeta en la que nació Jesucristo y donde más violencia se cocina por metro cuadrado. Cada dos o tres años, la prensa nos descubre una nueva escalada de la violencia, la Intifada se dibuja como un conflicto de niños tirando piedras a tanques, o terroristas poniendo bombas .
Todo el mundo sabe que el conflicto palestino-israelí es el comodín de la izquierda, la carta sagrada que puede esgrimirse sin miedo a que le llaman a uno comunista. El conflicto, desde aquí, es muy sencillo y cuenta con una metáfora manida: David contra Goliat.
Lo que no sabíamos es que mientras caen los misiles israelíes, la población palestina cubre su ocio con un producto americano: Friends. Cuando se inocula el veneno del american dream, la guerra ya está ganada. Las series de televisión americanas han conquistado el mundo y han destruido muchas más resistencias que los misiles patriot. Lo cual nos lleva a pensar, desde pelearocorrer, que la cultura tiene más poder del que pensábamos; pensábamos que el entretenimiento era una cuestión baladí y resulta que entreteniéndonos podemos sucumbir a la dictadura de los felices, los indiferentes, los que pasan de puntillas sobre el mundo y sus bajezas.
Me cuesta imaginar el caos de la población palestina de Gaza, pero me cuesta mucho más imaginar que un joven, ataviado con su pañuelo palestino, tapado el rostro, lance una granada de mano a un carro de combate israelí y luego, después o antes de la siesta, encienda su televisor en casa para ver Friends. Parece que el círculo queda así perfectamente cerrado, y la rueda del consumo funciona hasta en el Infierno.
Que los palestinos vean Friends nos recuerda que podemos morder la mano de nuestro amo y luego agradecerle la comida. El mundo es una enorme paradoja gobernada por tipos que saben cómo manejar contradicciones, o que saben cómo mantener una mentira para que se convierta en realidad.
Me pregunto si cabe, en los tiempos que corren, la cita de Baudelaire que abre Las Ninfas, de Francisco Umbral: Hay que ser sublime sin interrupción.
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