Revista Opinión

Fronteras, muros y cuchillas

Publicado el 11 noviembre 2013 por Jcromero

Nos educaron a ser diferentes poniéndonos fronteras y no nos han educado en cómo ser similares y hermanos haciendo que las fronteras sean lo más flexibles posible. Lautaro Núñez

El miedo del hombre ha inventado todos los cuentos, dijo el poeta, pero también ha creado dioses y levantado muros. ¿Cuántos se han construido desde la caída del muro de Berlín? EEUU, para impedir el paso de mexicanos; la Grecia intervenida, para dificultar el tránsito de turcos; Israel se amuralla amurallando a sus vecinos —Siria, Jordania, Líbano y Egipto. España fortifica el Estrecho y las ciudades de Ceuta y Melilla. Europa, se conmueve lo justo pero olvida rápido que el Mediterráneo hoy es una enorme fosa común. Occidente, ofrece con muros, alambradas y sensores eléctricos la cara más cobarde y ruin de un mundo que llaman globalizado pero que, en realidad, es exclusivo e implacable con los débiles. 

Puede que el origen de los muros haya que encontrarlo cuando el hombre se hizo sedentario y comenzó a parcelar la tierra. Luego, los grandes imperios utilizaron como referencia las fronteras naturales; con la aparición de los Estados, se dibujaron líneas en los mapas y sobre el terreno fronteras artificiales. Si las primeras murallas fueron defensivas o disuasorias, ahora se levantan contra la pobreza. No para erradicarla, sino para que esta quede recluida en otros territorios. Ignoran sus constructores que siempre hay personas dispuesta a saltar, que se resisten a ser devorados por el hambre y la miseria; que no temen perder la vida en el intento, porque la vida ya la tienen perdida. Si hay que atravesar el desierto, si hay que navegar por el mar, saltar vallas afiladas y muros militarizados sobre fronteras inventadas, se intenta aunque se deje la vida a jirones.

Las fronteras actuales son selectivas. Constituyen un instrumento de control y selección que admite o excluye, segrega o acoge, otorga derechos o mata. Una misma frontera es un simple trámite burocrático para los ciudadanos del primer mundo y para los ricos de cualquier lugar. Esa misma frontera, supone una dificultad casi insuperable para los pobres de países pobres. Cerca de donde vivo, entre la bruma salada del Estrecho, se alza invisible un muro tan real como cualquier otro. Un muro a prueba de olas y corrientes que se levanta sobre el mar mediante un sofisticado sistema de radares y cámaras para detectar la presencia de personas y embarcaciones. No se puede ver, pero está ahí para filtrar y permitir, para separar, admitir o impedir. En Melilla, el actual Gobierno repone las cuchillas que puso y luego quitó el Gobierno de Zapatero. Cuchillas contra los nadie, como los llamara Eduardo Galeano, contra las personas y el derecho a circular libremente. Para mitigar la crudeza y crueldad de este atentado contra la humanidad, las llaman concertinas. Son cuchillas, cuchillos y puñales, para que no pasen los pobres.

El Gobierno español entiende que huir de la miseria es exportar la miseria. Legisla para que las personas en situación administrativa irregular, si son ricas, obtengan el permiso de residencia. Es tan obsceno como cierto: se consigue comprando una vivienda con precio superior a 500.000 euros o adquiriendo deuda pública por más de dos millones de euros. Si el comprador es criminal o mafioso no importa; si esos euros son de origen delictivo, tampoco. Aquí, se penaliza la pobreza. Aquí, se criminaliza a los nadie al amparo de nuestra hipocresia e indiferencia social.

Es lunes, escucho:

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