Contador y Froome. Foto Eurosport España
Ante todo me disculpo con el lector por lo que acabo de hacer pero sí, en efecto, he utilizado un título tendencioso para captar la atención de todo aquel que quiera leer esta lineas. Sin embargo, no ha sido con intención de conseguir más visitas sino para que en la cabeza de todos y cada uno, aunque sea por una fracción de segundo, se pasee la idea latente que quiero compartir.
Nadie, ningún medio de comunicación visible, se atreve de momento a dedicar una portada a este asunto pero se susurra en todas partes, periódicos, radio, blogs… En la cabeza de mucha gente empieza a hablarse sobre el rendimiento de los ciclistas llamados a pugnar por la victoria final del Tour de Francia 2013: Alberto Contador y Chris Froome. Después de dos semanas de competición ya ha quedado claro que el primero no encuentra su punto en la Carrera y el segundo esta punto y medio de los demás. Y como era de esperar, no son pocos los que comienzan a hacer comentarios y confluir en un mismo lugar: Contador, desde el escándalo de dopaje ya no está a su nivel anterior (conclusión: se dopaba) y Froome hasta 2011 no era un corredor destacable y de repente ha eclosionado con una fuerza sólo vista últimamente por Lance Armstrong (Conclusión: se dopa).
Pues bien, quien me haya acompañado hasta aquí habrá pensado que creo que Froome oculta algo y que su rendimiento es inusualmente bueno. Pero nada más lejos de la realidad. Me encanta verlo sobre la bicicleta con esa forma de atacar haciendo el molinillo, es decir, sin levantarse de la bicicleta y utilizando un desarrollo muy bajo. Está haciendo del Tour de Francia una exhibición de poder. Y ahí el problema. Tan dañado está este deporte de dar pedaladas que cuando busco en internet o cualquier otro medio, encuentro tantas alabanzas como sospechas hacia el corredor de origen keniata. Y me da rabia porque no tengo motivos para pensar que eso sea así a pesar de encontrar incluso estudios de biomecánica, física etc. al respecto y cómo no, las temibles comparaciones con la subida al Mont Ventoux de 2000 protagonizada por Marco Pantani y Lance Armstrong en circunstancias muy similares y demostrado hoy día que iban dopados. Con el título de este artículo he pretendido crear esa dualidad: que unos puedan pensar, “sí, sí, nada de dudas, se dopan”. Y otros piensen, “ya está, otro conspirador”. Y así llegar a la conclusión que quiero extraer: tan dañado se encuentra este deporte que ya nadie gana sin sufrir las sospechas del dopaje. Si te exhibes, seguramente ocultas algo, si pierdes repentinamente nivel respecto a otros años seguramente te dopabas. La gente ya asimila ciclismo y dopaje en una sola idea. Nadie que se precie de ganar una gran vuelta por etapas podrá estar a salvo de las dudas. Y es una lástima, por ellos, los ciclistas limpios, y por los aficionados a este deporte que consideramos el Tour algo mucho más grande que el programa que pones en las calurosas tardes de verano para acompañar con la siesta y que hemos tenido que ver cómo (en mi caso al menos, por edad) los grandes ídolos de juventud Armstrong, Pantani, Ullrich, Basso, Jalabert… eran descubiertos haciendo trampas.
Todos necesitan un voto de confianza. Yo quiero pensar en ciclismo, no en ciclismo-dopaje y sudar de forma nerviosa cuando alguien se exhibe demasiado. Quiero hablar sobre las bondades de los primeros espadas del pelotón sin que nadie me diga que son uno tramposos. Si lo son, que se demuestre. Si no, no. Espero de corazón que el ciclismo se limpie y limpie esa imagen.
Por lo pronto, enhorabuena a Froome por su gran victoria de ayer en el Mont Ventoux vestido de amarillo, como hiciese Merckx en 1970. Es un puerto inhóspito que corona a los grandes campeones.
DAVID ABELLÁN FERNÁNDEZ