Sentí que el mundo se me vino encima cuando el doctor me dio el diagnóstico que explicaba mis múltiples malestares intestinales. ¡No era posible! Yo era una muchacha alegre, tenía 19 años recién cumplidos, y como todos los jóvenes, mi alma estaba llena de un deseo ardiente de devorarme al mundo de un solo bocado.
Ahora, bien podría mentir y decir que recibí una noticia tan tremenda con serenidad, aceptándola plenamente, pero a mí nunca me ha gustado engañar a los demás, y mucho menos, cuando se trata de un asunto importante. Pero en realidad, lo primero que pasó por mi mente fue que seguramente el doctor se habría equivocado.
Esas cosas únicamente le dan a personas mayores ¿verdad? La desinformación me hizo hundirme en el más profundo de los abismos de tristeza, y, quién podría culparme, si cada vez que buscaba en internet información con respecto a mi enfermedad, me dibujaban un panorama muy sombrío, por decir lo menos. En la red hallé cientos de páginas con historias terribles, muchas reales, pero bastantes de ellas, producto de mentes de mentes ociosas. Según esas páginas, me esperaba un futuro sombrío, sin poder comer la mayoría de los alimentos que más me gustaban, y sin poder salir libremente a cualquier lugar, porque mi enfermedad siempre me obligaría a buscar con urgencia el excusado más cercano. Si así había elegido vivir su enfermedad muchas personas, entonces no había duda de porque se sentían siempre tan faltos de esperanza.
Pero yo… estaba decidida con toda la fuerza de mi corazón no dejar que una simple enfermedad se robara mis días soleados. Con el apoyo de mi médico, aunado a los consejos de alimentación y los medicamentos que él me proporciona, he aprendido poco a poco a conocer todos esos pequeños misterios que encierra mi cuerpo, y con el tiempo, esas nubes grises que segaban mis ojos se han ido disipando lentamente, dejándome ver lo maravilloso que es poder abrir los ojos cada día.
Sí, todavía hay días en los que el dolor físico quiere doblegarme, y las lágrimas se escapan de mis ojos al recordar las horas que me ha robado la enfermedad. Pero ya no me dejo vencer tan fácil como al principio. Sé que dentro de mí tengo el valor suficiente para enfrentarme con toda entereza a este pequeño desafío que la vida ha puesto en mi camino, y no va a haber nada que me impida llegar hasta donde están mis sueños, esperándome pacientemente para que los convierta en realidades.
Vexy Prentiss