En alguna de las capitales de esas provincias, pongamos que hablamos de una Segovia “ayer dominadora”, esos arquitectos coexisten con una belleza que había sido derrotada siglos atrás en forma de un románico nostálgico, de un ayer dominador que devolvía imaginarios costumbristas y religiosos. Esa es la Segovia, destartalada y aislada, que no se interpone en el camino de uno de esos arquitectos anónimos, pongamos que hablamos de Silvestre Manuel Pagola.
Será Pagola quien durante esos años inciertos reconoce como parte de su responsabilidad social la introducción en una ciudad inexpugnable de un hálito de belleza a través de cánones renovados. Un arquitecto que también conocía las vanguardias arquitectónicas, sus teorías y sus prácticas, y que también interpretó, adaptó y puso en práctica ciertas influencias, y que, como otros, supo y quiso asumir la rapidísima evolución de esos cánones e imaginarios, permitiendo a la ciudad, al fin y al cabo, contar la historia de su ahora.
Un ahora que experimentó un antes y un después interrumpido por una guerra, desde los neoestilos del legado arquitectónico español que se convertiría en imaginario e identidad de una burguesía acomodada, superándose aquella derrota de la belleza; hasta un evidente racionalismo original, imagen de progreso y esperanza, y de lo que la casa de Nicomedes García, hombre masa, emprendedor optimista, revolucionario y de provincias, se convierte en argumento capaz de contar la historia de un cambio de status quo.
La casa de Nicomedes, de una construcción casi efímera por los recursos constructivos y tal vez también por esa idea de transformación relacionada con la evolución, se convertiría en mascarón de proa de la ciudad que quiere avanzar con un crecimiento muy polarizado hacia el kilómetro 0, y en afiche publicitario en la cabecera del ferrocarril, también efímero, Segovia-Villalba; frente a su homotético Alcázar eterno, en el cabo opuesto del mismo cardo-maximus, al borde del abismo de su tiempo dominador.
La habitación de la casa también fue efímera, no así la del significado de su belleza como eslogan de aquella utopía, lo que le supondría la suerte para su restauro anacrónico en base a postulados intervencionistas en manos de otro arquitecto moderno, pongamos que hablamos de Alberto García Gil, que como jefe de monumentos había conocido la desaparición de importantes significantes de su arquitectura contemporánea.
García Gil, ya de vuelta en la ciudad embalsamada en la que había nacido, encuentra la oportunidad de empezar a contar una historia diferente, y afronta el restauro de la casa de Nicomedes desde la sanación, como si de un elemento del románico se tratara, pero con intención intervencionista, preparándola para un nuevo uso en cuyo programa cobraba importancia su valor simbólico.
Una intervención moderna que se aborda en estrecha relación con la familia y con ciertos oficios artesanos de carácter local, que , transformando la pequeña casa familiar, de aquel hombre común, en la fundación que llevaría su nombre, y con la misma intención moderna con la que se construyó.
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