empoderamiento, autocuidado, resiliencia, no dejan de parecerme distintas formas de autoconvencerme de que, pase lo que pase, podré con ello, y que, además, no solo no voy a sufrir en el camino, sino que hasta me va a venir bien.
porque si yo me doy a valer a mi misma, me cuido solita, y me adapto sin fisura a lo que venga, al final (como al principio) todo nace y termina en mí, pasando por mí.
y si eso es así, es porque no hay nadie a mi alrededor que se preocupe, ni que, por lo visto, deba hacerlo. querida, entra en modo Juan Palomo, y bon apetit.
y eso, ni era lo que me habían contado, ni es lo que sé que hay en otras vidas que no distan tanto de la mía, en sentido literal. en sentido figurado, evidentemente, demasiado.
estos son los pensamientos que me asaltan en los momentos en los que el deseo de tirar la toalla y hacer borrón y cuenta nueva es tan grande que duele. en los que, pese a las responsabilidades y dependencias existentes a todos los niveles, las ganas de ponerse el mundo por montera son casi una necesidad vital.
esos días (y muchas noches) en los que Fernán Gómez es quien ejecuta el secuestro de mi amígdala y sólo sé repetir (en ocasiones, de viva voz) su ya antológico «a la mierda».
y ahí no hay frase de coach ni podcast que me ampare. ahí tengo que dislocarme como una boa, para engullir el bolo alimenticio en que se convierte mi frustración. y tengo que encerrarme en el baño a resoplar bajito como un toro de lidia, mientras la sonrisa del joker se dibuja en mi cara, en un intento de «soy feliz porque sonrío».
en cinematografía, un fundido a negro es un punto y aparte con una importante omisión en la historia. y eso justo es lo que me ha vuelto a pasar hoy, un fundido a negro de libro.
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