Uno de aquellos días, ojeando y hojeando libros en la sección de poesía me tropecé con una novedad en la que una rara conexión entre el título Nuevo compuesto descompuesto viejo y el nombre de su autor, Gabino-Alejandro Carriedo. Título y autor tenían extrañas resonancias campesinas, agrarias, rurales, una impresión que no traicionó el primer poema del libro que leí. Fue un poema al que me enfrenté al azar en la misma librería y cuyo comienzo se me quedó grabado. Durante muchos años lo mantuve vivo en la memoria. El poema llevaba como título "Noticia al atardecer" y comenzaba así:
"Hace tiempo debí escribirte carta,
decirte, entre otras cosas, "en la provincia llueve,
mi hermana se ha metido monja
y yo perdí el empleo".
Tú hubieras contestado con tu letra
galante en el papel:
"Siento lo de tu hermana,
pero me alegro de la lluvia
que beneficia a los cautivos".
Era un tono conversacional, directo, que me recordó algún poema de Eladio Cabañero, pero cuya sequedad lo dotaba de una emoción distinta: dura, casi agreste, menos sentimental que la de Eladio. Aquella antología, editada por Hiperión cuando todavía sus libros llevaban en la contraportada el epígrafe "Poesía Hiperión - Ediciones Peralta", contaba con un prólogo espléndido del por tantas razones poeta irreverente Antonio Martínez Sarrión. Era un prólogo ácido, directo, que tuvo no sólo la virtud de darme a conocer algunas de las claves de la obra de Carriedo, sino de situarme en cierto espacio, el madrileño, de la generación del cincuenta y sus alrededores, generación cuya peripecia siempre me había llegado vinculada a la peripecia de la Escuela de Barcelona. Sarrión lo sitúa en los aledaños de la cafetería Pelayo "donde todavía coleaba en el 63 la tertulia de la flor y nata del 'realismo social madrileño' ", y nos cuenta cómo cada tarde lo rescataban de su despacho funcionarial (Carriedo fue, hasta sus últimos días, un funcionario dedicado a editar revistas de urbanismo) para llevárselo de vinos y de conspiraciones literarias y políticas en aquel Madrid que crecía, pese a todo, bajo la alargada sombra de la dictadura.
Leí los poemas de aquella antología con la sorpresa de quien ignoraba casi todo de la existencia de aquel magnífico escritor. Y fui descubriendo a través de ellos la respiración de una vanguardia que, en aquellos años (hablo de finales de los setenta/ principios de los ochenta) era desconocida para los poetas más jóvenes: el postismo, en su primera (Carlos Edmundo de Ory, Chicharro, Sernesi) y en su segunda (el propio Gabino-Alejandro y Ángel Crespo) generación. En Nuevo compuesto descompuesto viejo había poemas de dos libros inéditos de su época postista, La piña sespera, de 1948, y La flor del humo, de 1949, y una amplia selección de textos, de un alto nivel de calidad, de sus libros publicados hasta entonces, desde Los animales vivos (1951) hsta el emblemático Política agraria (1963). También se recogía, bajo el título genérico Poesía 1970-1979, una colección de poemas de diversa temática escritos a lo largo de la década que acababa de cerrarse.
Gabino-Alejandro Carriedo era un poeta extremadamente singular, en el que vanguardia y compromiso social, militancia cívico-política y empeño innovador establecían una relación dialéctica. Nada fácil en el tiempo de la dictadura, pero imprescindible para avanzar en el territorio de la poesía. Su lírica era (es) agraria y arraigada y, a la vez, urbana y desarraigada. Era seca y tierna al mismo tiempo, localista y universal, abstracta y concreta en un mismo empeño. La arquitectura, las tierras de Castilla, el dolor por una Guerra Civil vivida en la niñez pero con cuya sombra interminable convivió, los lugares de la España interior, como heredados del espíritu más insumiso y desafiante del 98 (pienso en Machado, en el Unamuno más radical) como Cuenca, Sepúlveda, Madrid y sus ríos, las tierras y campos de labor de la España cereal. Pero su poesía era (es) también intimidad y emoción, homenaje al padre (magnífico el poema "Recordando a mi padre" de El corazón en un puño) y memoria de la infancia y de la adolescencia
Evoco aquella lectura y me llega el recuerdo de una poesía mezcla de centeno y cubismo, de abstracción (Chillida, Manolo MIllares, Oteiza, Mondrian) y casticismo del bueno. No es de extrañar: su compromiso postista se trocó, años más tarde y al lado de Ángel Crespo, en el llamado "realismo mágico", el pajarerismo, un claro anticipo de lo que años después nos vendría de la mano de los narradores del "boom" latinoamericano aunque en aquel tiempo Carriedo lo alimentaba de la mejor poesía luso-brasileña (de Pessoa a De Andrade). En todo caso, he de subrayar que en mi lectura de entonces advertí un vacío en la selección de poemas: áunque Martínez Sarrión aludía en el prólogo al primer libro de Gabino-Alejandro, Poema de la condenación de Castilla (1946), entre sus páginas no se recogía un sólo poema del mismo. ¿Por qué? Es una incógnita que quizá algún día pueda resolver. Hoy ese libro es casi imposible de conseguir o encontrar: en internet, hace un rato he encontrado un ejemplar de aquella edición (reproduzco fotografía de la portada) a un precio de 500 dólares de vellón. Casi nada.
Portada de "Poema de la
condenación de Castilla"
Como todo hijo de vecino, yo llevo conmigo una habitación imaginaria para que vivan en ella mis fantasmas literarios. Éstos son los poetas extraños, raros, marginados, no siempre malditos, pero de un enorme calado emocional, estético, ético: en esa habitación ocupa un lugar preferente Gabino-Alejandro Carriedo. Conviviendo, como no podía ser de otra manera, con otros: Miguel Labordeta, Justo Alejo, Aníbal Núñez, Eladio Cabañero, Carlso Sahagún, un casi desconocido Julio Garcés, José Luis Prado Nogueira o un Federico Muelas casi desconocido: irracionalista, experimental, surreal, extraño, muy alejado del sonetista propenso al garcilasismo que todos conocemos y que no hace mucho nos dio a conocer esa rara avis de la militancia poética llamdo Carlos Morales del Coso.
Dejo al lector con un poemas póstumo de Gabino-Alejandro recogido en El libro de las premoniciones. El poeta se enfrenta a la soledad y a la muerte. Desolador y maravilloso:
OTRA TARDE DE DOMINGO*
LLAMA a la puerta el ogro
de la soledad.
El ogro abominable
de la soledad.
El del silencio, el de ecos
imposibles,
el de llantos lejanos de niño,
el de niñas jugando en el próximo
jardín,
el ogro de la soledad.
El de sombras crecientes en la tarde
del cuarto de estar.
El del tic-tac inexorable
del reloj compañero.
Viene el ogro desmantelando
las últimas ilusiones,
las llamadas últimas
de la esperanza.
El ogro frío de la orfandad
dominguera y vacía.
El del avión
que cruza el cielo.
El del teléfono callado,
el del retrato inmóvil.
El ogro de la copa repetida
y el libro abandonado.
Llama a la puerta el ogro
de la terrible soledad.
Preámbulo del silencio antesala de la muerte presagio al fin final donde nada acontece. Ni te llama. Ni te espera.