Año: 2017
Editorial: Fanes
Género: Novela (policíaca/autobiografía)
Valoración: Está bien
Un dragón verde que no echa fuego, pero envenena
Llevo meses que solo leo fantasía y ciencia ficción, ciencia ficción y fantasía. Y aunque es algo de lo que no me quejo, ya me apetecía cambiar un poco de aires. Al fin y al cabo, este no es un portal de género. Y el título que traigo para romper esta racha de magia y robots es El dragón verde, de Gabriel Trejo.
En un lugar de la Comunidad de Madrid, cuyo nombre su autor no quiere acordarse, hubo una vez un jefe de policía preocupado por la tranquilidad y la buena convivencia de sus habitantes. Tal era su empeño que, pese a la crisis, implementó un revolucionario sistema de protección de mujeres víctimas de la violencia de género. Sin embargo, su carrera no era tan brillante por los muchos encontronazos con la Guardia Civil de la localidad. Una denuncia de torturas de un inmigrante magrebí encendió un día una mecha que abrió las puertas del infierno.
Estamos ante una obra bastante particular. Se mueve entre los hechos reales y la trama policíaca, dando lugar a una novela negra a la española, con injusticia y corrupción, como tan alegremente se estila por aquí. Me explico un poco mejor. El autor es el ex jefe de policía de la localidad madrileña de Algete. En El dragón verde, el autor cuenta una historia que se supone que es de ficción, pero que se intuye que tiene bastante de real. Si no todo. En fin, como en la obra se cuentan cosas muy fuertes que dejan a la Guardia Civil de Algete a la altura de la Gestapo en un mal día, y yo no sé exactamente qué es realidad y qué es ficción, os dejo con esta entrevista para que saquéis vuestras propias conclusiones.
Lo cierto es que, una vez conocido el argumento del libro, resulta complicado agregar algo más. Quiero decir, la existencia de El dragón verde se debe únicamente a la denuncia que efectúa entre sus páginas. Desde luego que los hechos relatados dan para una novela, e incluso para una miniserie a lo Making a murderer -aquí una vez más se hace cierto eso de que la realidad siempre supera a la ficción-. Con esto quiero decir que el foco está puesto en los hechos, dejando en segundo plano otros aspectos más literarios que a uno siempre le gusta encontrarse en una novela. Pero también es cierto que esto tampoco se echa demasiado en falta, que es mi versión de lector tiquismiquis haciéndose notar.
Y, claro, ante todo tenemos que resaltar el valor social de la obra, el compromiso, el ánimo de denuncia de una injusticia tan atroz. Porque yo no sé si será verdad todo lo que se relata en El dragón verde, pero que inhabiliten a un jefe de policía honrado de una forma realmente burda por un choque de intereses, y que, además, las autoridades lo permitan, pues, da que pensar. Es como si los ciudadanos no estuviéramos en buenas manos, ¿verdad? Diría más, es como si los ciudadanos estuviéramos en las peores manos posibles.
¿Olvidarse? ¿Acaso alguienpodía olvidarse de lo que había escuchado en boca de Rashîd? ¿Dónde quedaría la rectitud de comportamiento que obligaba a mantener a sus hijos? Si algún día Gaby e Irene supieran que había mirado para otro lado en una injusticia como esta se avergonzarían de él. No podía mirar para otro lado. Tenía que mirar hacia delante, y no porque así lo hubiese mandado una juez, presuntuosa e inexperta, no, lo tenía que hacer porque era lo justo.
No solo el fin; también las formas
Antes hice una alusión a que soy tiquismiquis y creo que no lo he sido suficiente. Así que tengo que darle una de cal y una de arena a la editorial -Fanes- por este libro. Pero como nunca he sabido cuál es la buena y cuál la mala, si la de cal o la de arena, voy a simplificar. Por un lado, creo que hay que felicitarles por atreverse a publicar una historia tan incómoda, con el peligro de polémica que conlleva. Han sido valientes, pero para luchar contra las injusticias hay que serlo. Esto también se verá reflejado en las ventas, ¿eh, pillines? Y por otro, hay que darles un tironcillo de oreja, ya que el autor de esta obra se defiende bien con las letras, pero no es escritor profesional. Por ello debían haber cuidado más la corrección de estilo. No es para cerrar el libro y ponerse a beber absenta a lo loco, pero se trata de una obra de casi 400 páginas y para que fluyera mejor debería estar bastante más pulida.
Aunque nunca habían hablado de ello, un descuido al no cerrar el ordenador y la curiosidad propia de la edad, hicieron que su hijo conociera a través de los documentos que vio en el ordenador toda su historia: los titulares de prensa cuando el fiscal pidió ocho años de prisión; el apoyo de muchos de sus compañeros, la campaña de solidaridad vecinal, etc. Con apenas doce años, el muchacho había aguantado con la estoicidad de la sangre castellana de su madre el envite amargo de la vida y había permanecido mudo más de un año.