Hace once días, el líder, Muamar el Gadafi, hombre fuerte en Libia desde 1969, comparaba la entrada de Franco en Madrid, durante la Guerra Civil española, con la que él pretendía llevar a cabo en Benghasi, dominio de la rebelión, situada a mil kilómetros de la capital y sede del Consejo Nacional de Transición, órgano de gobierno erigido por los insurgentes. En un discurso dirigido a los habitantes de la ciudad, el líder libio destacaba: “Este es el día que debemos liberar a la ciudad y expulsar a los traidores. Aquel que entregue su arma y huya no será molestado Vamos a expulsar a los traidores de Benghasi”. Y amenazaba con grandes bombardeos si los rebeldes no se rendían antes de la madrugada. “Estas son las últimas horas de esta tragedia –insistía, dirigiéndose a los habitantes de la tercera ciudad más importante de Libia–. Llegaremos esta noche y no tendremos compasión”. El dictador, que ha gestionado Libia como una finca familiar, sin Parlamento, sin partidos políticos, sin asociaciones civiles y sin Ejército, reiteraba su amenaza de buscar a los “traidores” casa por casa y pedía a los habitantes de la capital rebelde que entregasen las armas y se rindieran, so pena de perder la vida. En tono arrogante, explicaba que había recibido miles de llamadas de familias de Bengasi que le pedían un castigo para los rebeldes, a los que volvió a tachar de “terroristas” y “drogadictos”. Y aseguraba que ganaría esta batalla contra las tropas rebeldes y “liberaría” a sus habitantes porque él entraría allí, como hizo el dictador Francisco Franco cuando tomó Madrid, en 1939, dando final a la Guerra Civil española. Y, al igual que las tropas de Franco que lograron tomar Madrid, también él se serviría de la “Quinta Columna”.
Horas después, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas votaba una resolución que autorizaba la creación de una zona de exclusión aérea sobre Libia. Y, tres días más tarde, comenzaba la operación “Odisea al amanecer”, que coincidió con la explosión de la primavera. Sobre Trípoli y Benghasi comenzaron a caer bombas sobre objetivos militares. Apoyados por la aviación de guerra electrónica, cazabombarderos y aviones de combate asediaron las tropas de tierra y las defensas aéreas de Gadafi. Desde entonces, se reanudan los bombardeos contra la Libia “ocupada” por Gadafi. JANA, agencia de noticias controlada por él, asegura que los bombardeos de la coalición han provocado en Trípoli “un gran número de víctimas civiles”. Los militares libios mostraron una veintena de cadáveres que, según ellos, habían muerto por los ataques de la coalición. Pero no dejaron que los periodistas contrastaran la información. Los aliados, siguiendo las tácticas de la guerra de las mentiras, repitieron que ellos no provocaron una sola víctima civil. Y siguieron eliminando los sistemas de defensa antiaérea libios, obligando a las tropas de Gadafi a replegarse. Arm Musa, secretario general de la Liga Árabe, no dejó de recordar que el objetivo de la resolución del consejo de Seguridad era “la protección de los civiles y no el bombardeo de más civiles". Rusia se quejó de que la coalición había excedido el mandato de la ONU. Pero, el Pentágono, desmintiendo que hubiera indicios de víctimas civiles, repitió una vez más: “Al contrario de Gadafi, la coalición no está atacando a los civiles”.
Las agencias de noticias aprovechan para indagar sobre este personaje histriónico. Según ellas, el clan Kadafi es una de las familias más ricas del planeta. Tienen inversiones millonarias en Europa. Uno de sus hijos pagó a las divas norteamericanas, Mariah Carey y Beyoncé, un millón de dólares para que le cantaran una canción. Y el clan de parientes, en cuyo centro se encuentran los ocho hijos del líder libio, forma el primer círculo de poder. Según WikiLeaks, la máquina de poder de los Kadafi está hecha de despilfarros y excesos nepotistas que incluyen el acceso a los fondos de la Corporación Nacional de Petróleos. Y revelan derroches excéntricos y multimillonarios, que dan una idea de la corrupción del poder absoluto. El diario de Londres, The Guardian, escribe que la familia Kadafi tiene escondidos miles de millones de dólares en cuentas secretas en los bancos de Dubai, del sudeste asiático y del Golfo Pérsico. Y que su hijo, Saif al Islam, pagó en 2009 casi 20 millones de dólares por una lujosa residencia en el barrio londinense de Hampstead. Las “calurosas relaciones personales” entre Kadafi y el premier italiano, Silvio Berlusconi, los convirtió en socios personales a través de la Quinta Comunications, una sociedad de producción y distribución cinematográfica con sede en París, que tiene incluso una importante participación de acciones en un canal tunecino. En Italia, país en el que hay fuertes inversiones libias, el coronel libio y sus hijos desarrollaron proyectos en Antrodoco y Fiuggi, dos estaciones termales y de aguas minerales.
Saif al-Islam, uno de los ocho hijos de Gadafi.
Todos los hijos varones del líder fueron convocados para “luchar hasta el final”. Muhammad, el hijo mayor, de 40 años, nació de la primera mujer de Kadafi, Fátima. Sus intereses están sobre todo concentrados en el mundo de las telecomunicaciones. Saif al-Islam, de 38 años, quien podría ser el sucesor del padre, no sólo es propietario de empresas periodísticas y residencias sino que también tiene acceso a los ingresos del petróleo a través de la sociedad de energía de su grupo “One-Nine”. Mutassim, de 36 años y tercer hijo del coronel, es el principal adversario de las ambiciones de Saif. Es coronel del ejército y consejero de la seguridad nacional. También es militar Khamis, comandante de la temida unidad de élite que reprime a los rebeldes. Saadi es un especialista en fútbol. Jugó en varios equipos de primera italianos, más gracias a los millones que puso en las sociedades que a sus cualidades deportivas. Y se dice que llevó los dineros oficiales libios a la Juventus, la sociedad de Turín de la familia Agnelli, propietaria de la Fiat. Es, además de futbolista y dirigente del Comité Olímpico libio, un militar que “en algunos casos usa a las tropas bajo su control para influir en los negocios”, según un cable diplomático norteamericano revelado por WikiLeaks. Otro hijo de Gadafi es Hannibal, de 35 años, quien fue acusado de maltratar, junto con su mujer, a una empleada doméstica en Suiza. La controversia derivó en un serio choque diplomático entre el estado helvético y Libia. Antes había sido acusado de maltratar a su propia mujer en Londres, pero el caso fue contenido por la familia. El más pequeño de los hijos varones es Saif al-Arab, que fue estudiante en Alemania. Hace cinco años le fue secuestrada su “máquina” Ferrari en la que la Policía encontró un fusil de asalto y municiones.
Aisha, la hija de Muamar Gadafi, participa en una manifestación en apoyo a su padre celebrada en Baba Al Azizyah, Trípoli.
Aisha, la única hija, de 33 años, fue uno de los miembros del colegio de abogados que defendió al líder iraquí Saddam Hussein, en el proceso que culminó con su condena a muerte. Se trata de la mujer de Hamid, general a cuyas órdenes está el cuerpo de élite que reprime a los rebeldes en la zona de Bengazi. Aisha se encuentra desde hace unos días en Dubai, con sus tres hijos y la madre Safiam, segunda esposa de Kadafi. Sus actividades se han desplegado en el sector de la energía y de la construcción, pero también es propietaria de una de las mejores y lujosas clínicas de Trípoli, la Saint James. Entre cuatro hermanos se reparten parcelas importantes de la economía y los servicios. El petróleo, el gas y medios de comunicación para el heredero, Seif al-Islam; la telefonía, para Mutassim; la bebidas y refrescos, para Mohammed; y el sector textil para Aicha, responsable de la peculiar imagen del sátrapa. La avidez del clan familiar produjo al parecer una batalla entre Muhammad, Mutassim y Saadi, por el control de la producción y distribución de la Coca Cola en territorio libio, “un affaire oscuro y complicado que –según un despacho diplomático filtrado por WikiLeaks– ni los diplomáticos ni los hombres de negocios locales logran comprender bien”. El odio emanado del poder absoluto, la corrupción, los derroches y las arbitrariedades de la familia Kadafi explican en parte la explosión de guerra civil surgido en tierra libia.
Hay frases que retratan a la perfección a quien las pronuncia. Entre ellas, recordamos seis: - “Vayan todos ustedes, salgan y limpien la ciudad de Benghasi, los localizaremos e iremos por ellos, callejón por callejón.” - “Todo mi pueblo me adora. Morirían por protegerme” - “Traidores, infieles, serán ejecutados. Entraré a esa ciudad [Bengasi] como Franco entró a Madrid” - “Bajo nuestra ley, los que protestan merecen la pena de muerte” - “A nuestro hijo, su excelencia, el Sr. Barack Hussein Obama. Si Libia y los Estados Unidos de América entran en guerra, Dios no lo quiera, siempre serás nuestro hijo. Tu imagen no cambiará para nosotros. Tengo a toda la gente de Libia conmigo y estoy preparado para morir” - “No voy a dejar este país y moriré como un mártir”.
Berlusconi con Gadafi en una foto de archivo de Reuters.
No es difícil adivinar lo que estas frases despiertan. Hay otras, como las pronunciadas por Silvio Berlusconi, el primer ministro italiano, que provocaron hilaridad y duras críticas de la oposición italiana. “Me da pena Gadafi y lo siento. Lo que está pasando en Libia me afecta personalmente”, afirmó Berlusconi en Turín. Palabras que cayeron como un jarro de agua fría en la oposición progresista italiana, que usó términos muy duros para calificar la “comprensión” del mandatario hacia el dictador libio. “Son palabras –dice Pierluigi Bersani, líder del Partido Demócrata (PD)– que revelan una indecorosa nostalgia que desacredita al Ejecutivo de Italia ante el mundo. Se trata de una indecorosa nostalgia que añade más confusión y descrédito a la posición del Gobierno italiano y que resulta incomprensible a los ojos de Europa y del mundo”. Según Pierferdinando Casini, líder de UDC (Centrista Partido Democristiano), Berlusconi debe asumir una línea clara: “Ya que no es aceptable decir que le da pena Gadafi. A nosotros no nos preocupa la suerte del dictador, nos duelen los miles de mujeres y hombres libios asesinados por él y sus sicarios. Pero, entre el verdugo y las víctimas, no tenemos la menor duda de con quién estamos”. Curiosamente, Berlusconi, cedió a la coalición internacional siete bases militares italianas y ocho cazabombarderos para hacer cumplir la resolución de la ONU sobre Libia. Su aliado en el Gobierno, el partido Liga Norte, ve con recelo la presencia italiana en la coalición internacional y apoya la participación “siempre que se garantice el bloqueo de los flujos migratorios desde el norte de África a las costas italianas”. Italia, antigua metrópoli, firmó con Libia, en 2008, un Tratado de Amistad, Asociación y Cooperación. Hasta hace poco, Berlusconi y Muamar al Gadafi mantenían una cordial relación, y, en los últimos años, el líder libio viajó en dos ocasiones a Roma. Los acuerdos entre ambos países propiciaron negocios bilaterales por un valor de más de 40.000 millones de dólares anuales en los sectores del petróleo, energía, gas, construcción, infraestructuras y motor. Italia mantenía además con Libia acuerdos militares, a la vez que el país africano se comprometía a impedir la salida de inmigrantes hacia Italia.
Elena Valenciano, secretaria de Política Internacional y de Cooperación del PSOE.
“Lo que la comunidad internacional está haciendo –si tomamos como referencia la resolución de Naciones Unidas– es proteger desde el cielo. La posibilidad de que los rebeldes no sean masacrados, incluso de que avancen finalmente, porque proteger desde el cielo permitirá que avancen.” Así ha expresado Elena Valenciano, Secretaria de Política Internacional y Cooperación del PSOE, su punto de vista sobre una guerra que no es, según ella, guerra, sino protección celestial. Protección inútil cuando se trata de salvar los daños colaterales que no evitan las bajas civiles ni sus muertes inocentes. Según un nuevo balance, procedente de fuentes médicas oficiales, un día después de comenzar los bombardeos aliados sobre territorio libio ya habían dejado un saldo de al menos 64 muertos y más de un centenar de heridos. Todos ellos a causa de los ataques contra “zonas civiles” de Trípoli, Sirte, Benghazi, Misrata y Zuwara.
Gaspar Llamazares, portavoz de IU, en el pleno extraordinario celebrado el martes pasado en el Congreso sobre la intervención de España en Libia. En la solapa de su chaqueta, su “No a la guerra”.
Sólo los diputados Gaspar Llamazares, de IU, Francisco Jonquera y Olaia Fernández Davila, del BNG, votaban el martes pasado en contra de la intervención de España en la guerra de Libia. Los tres mantuvieron firmes su voto del “No” frente a 336 sufragios a favor de la mayoría casi unánime. En el caso de IU, el rechazo es respaldado de manera mayoritaria por todas las familias. “La posición se ha consolidado de forma natural –explica Marga Ferré, secretaria de Programa y una de las dirigentes cercanas al coordinador federal–. Somos pacifistas en serio. Somos honestos. No es una pose”. Llamazares reitera que podrían haberse arbitrado medidas como el embargo, el bloqueo de armas, la presión diplomática, el apoyo a los rebeldes. Todo antes de llegar a la guerra. “Antes, hubo razias ordenadas por Gadafi y nadie hizo nada. Los dictadores hacen eso y nadie hace nada. ¿Qué pasa con Israel y el asedio a Gaza, Yemen o Bahrein? Yo no he ido a ninguna jaima a verme con Gadafi, como sí hicieron Zapatero o Aznar”. En su áspero enfrentamiento con el presidente del Gobierno, el parlamentario esgrimió el ejemplo de Sudáfrica: “El embargo, el bloqueo y el aislamiento internacional fueron duros y difíciles, pero hoy el país es una democracia consolidada y con futuro. En mi opinión, eso pone en valor la diplomacia de los valores y quita valor a la diplomacia de los cañones”. Elena Valenciano evita polemizar: “Libia es el contraejemplo de Irak: una causa justa, una segunda resolución de la ONU, tras un primer intento de presión fallido, el apoyo de la Liga Árabe, el multilateralismo. No hay más razón que proteger a la población civil. Una cosa es la incertidumbre que pueda haber en la coalición, que creo que está resolviéndose, y otra evitar que Gadafi masacre a su pueblo”.
Soldados rebeldes pasean victoriosos por las calles de Bengasi, el 1 de marzo.
“En estos momentos –dice Llamazares en su impecable discurso del pasado martes en Las Cortes–, hay en el mundo 32 conflictos prácticamente iguales, con características muy similares al de Libia, donde hay un gobierno despótico, un tirano que sojuzga a su pueblo y que, en muchos casos, extermina a parte de su pueblo, a una tribu o al que piensa de forma distinta que él. Sin embargo, sería una verdadera locura que la política internacional fuera la utilización de la guerra para acabar con esas situaciones. Sería una locura porque nos llevaría a un conflicto mundial. Por eso no se hace. Por eso se adoptan otras medidas. ¿Por qué lo hacemos en el caso de Libia? Pues porque Libia juega un papel muy importante en el norte de África y en el Mediterráneo, y porque queremos gobernar los cambios en el Mediterráneo a nuestro acomodo. Digámoslo claramente: que queremos gobernar los cambios que se están produciendo, encauzarlos, controlarlos, y queremos también saber y garantizar el futuro de la energía en el Mediterráneo. No se trata de la responsabilidad de proteger, señorías, sino del derecho a controlar. Esa es la cuestión. Se trata del derecho a controlar en nuestro espacio, en nuestro patio trasero, y, en nuestra opinión, eso no se puede hacer mediante la guerra. Señorías, hay que saber que la guerra, la intervención militar, la exclusión en el espacio aéreo, provocan más sufrimiento –y tenemos la experiencia– más desplazamientos de población, enconan las situaciones y los enfrentamientos, y dificultan la solución de los conflictos. ¿Por qué adoptamos pues esa estrategia? Porque nuestros objetivos, como he dicho antes, no son los derechos humanos, nuestro objetivo es la defensa de la geoestrategia y de los intereses. Y, en mi opinión, incluso para este objetivo menos ‘santo’ de estrategia y de intereses, la estrategia de la guerra es también equivocada…”
Ángeles Maestro.
Para comprender esa oposición al régimen de Gadafi, salvada desde la ONU gracias a la “generosidad” y a la insistencia de Sarkozy, habría que ver por quién está dirigida. El elemento político fundamental, según Ángeles Maestro, en el artículo “Libia: preparativos de guerra”, es la Conferencia Nacional de la Oposición Libia, integrada por el Frente Nacional por la Salvación de Libia (FNSL), fundado en 1981, financiado por la CIA, con oficinas en Washington, con una organización militar, el Ejército Nacional Libio, y por la Unión Constitucional Libia, organización monárquica que reclama lealtad al rey Idris. “Ambas organizaciones reclamaron inmediatamente la intervención internacional. Y la ‘comunidad internacional’ está respondiendo. Las inmensas riquezas derivadas del control absoluto del petróleo y el gas, a los que hasta ahora no estaba accediendo EE.UU., son, sin ninguna duda, el objetivo de las ‘intervenciones humanitarias’, dirigidas por los mismos que han sido y son los responsables directos de las mayores matanzas y sufrimientos perpetrados contra los pueblos. Al tiempo que Sarkozy clamaba por bombardeos selectivos para evitar que Kadhafi ataque a su pueblo con ‘armas químicas’, Francia y Reino Unido, avanzadilla de las posiciones de EE.UU. en Europa, reconocían al Consejo Nacional Libio de Transición (CNLT) integrado fundamentalmente por el FNSL y por la UCL que pretende restaurar la monarquía. Este ‘gobierno provisional’ con sede en Bengasi está, asimismo, clamando por una intervención militar de la OTAN.
“Está claro –insiste Ángeles Maestro– que las organizaciones libias anteriormente citadas son criaturas de la CIA y/o expresión de una monarquía que debe su existencia al sometimiento al colonialismo. Nada nuevo, por otra parte; es lo mismo que ocurrió con la oposición iraquí o con los jefecillos locales que hacen el trabajo sucio y esperan ocupar su lamentable cuota de poder aupados por las armas del imperio. No me cabe duda de que, entre los alzados, hay sectores del pueblo libio que rechazan la intervención extranjera y, que, como en otros países árabes, reclaman democracia y justicia social. Cuando oigamos su voz – aún débil o sepultada por la propaganda –merecerán el apoyo y la solidaridad que están generando las demás luchas populares árabes, pero deberán diferenciarse nítidamente de quiénes no son más que esbirros del imperialismo en Libia… ¿Alguien puede creer que estén vertiendo lágrimas por los sufrimientos de ningún pueblo y mucho menos que la OTAN, la mayor maquinaria de guerra y de destrucción, se apreste a realizar “intervenciones humanitarias”? A nosotros nos toca hacer todos los esfuerzos posibles por intentar detener los proyectos criminales del imperialismo, a defender la lucha por la autodeterminación de los pueblos y a impedir que ni un sólo soldado, ni una sola base se utilice para atacar a ningún Estado. Como en Iraq, el problema central no es quién es Sadam o Kadhafi, sino qué papel juegan los recursos de sus pueblos en los planes de dominación y expolio de las grandes potencias. Hoy como entonces: ¡No a la guerra imperialista!
Rosa Regàs.
Pese a las diferencias con la guerra de Irak, artistas e intelectuales mantienen firme su postura antibelicista y siguen defendiendo el “No a la guerra”. El partido del Gobierno ya no es el PP y, a diferencia de la de Irak, la operación en Libia llega auspiciada por una resolución del Consejo General de la ONU. Pese a ello, escritoras como Rosa Regàs no vacilan a la hora de mostrar su absoluto rechazo a la intervención aliada en Libia: “Estoy totalmente en contra, es irracional”. Para ella la acción militar contra el régimen de Gadafi viene marcada por los intereses estratégicos y por la existencia de reservas de hidrocarburos en la zona. “Los aliados –asegura la escritora– sólo buscan tener más ventajas con el petróleo y asegurar que todos los países del norte de África van a apoyar las políticas de Israel”. Actores como Willie Toledo insisten en la misma idea: “Es una nueva agresión imperialista para apoderarse de los recursos naturales de un país, en este caso, el petróleo. Nos están vendiendo una guerra humanitaria, pero es sólo una cuestión de recursos”. El artista acusa, además, a la comunidad internacional de haber convertido a Gadafi, de la noche a la mañana, en el “enemigo número uno”.
Dibujo de Kalvellido.
También Pedro Guerra condena el uso de la fuerza en la resolución de conflictos. Para él, Gadafi es algo terrible. “Lamento que se haya tenido que llegar a esta situación para eliminar a alguien que antes era amigo de los aliados. No es una persona perjudicial, ahora. Lo ha sido siempre”. Ismael Serrano, se muestra “en desacuerdo” con cualquier acción militar, aunque apunta a la necesidad de que la comunidad internacional ampare a la población civil en este tipo de situaciones y subraya su “tristeza” por el “fracaso de las vías diplomáticas y políticas” en la resolución del conflicto. Para el cantautor madrileño, la premura en la acción de la ONU revela cierta “hipocresía” en la comunidad internacional. “El hecho de que en Libia haya grandes reservas de petróleo desacredita esa pretendida acción humanitaria por la que dicen intervenir. ¿Por qué han actuado en Libia –se pregunta– y no en otros países donde también hay conflictos?”. Muchos de los que hace ocho años se situaron en primera fila contra la guerra parecen ahora haber cambiado de bando. Como la escritora Almudena Grandes, quien considera que la intervención militar en Libia es un “mal menor”. O el actor Juan Diego, quien justifica la operación, dado que, en Libia, el pueblo se ha levantado contra “un tirano”, en defensa de la libertad, algo “absolutamente elemental”. O el cantante Miguel Ríos, quien ve “bien” la intervención porque el “sátrapa” de Gadafi está “masacrando” a su propio pueblo. O el poeta, Luis García Montero, para el cual establecer un espacio aéreo es una decisión “incómoda” pero “necesaria” para evitar la masacre.
“La práctica totalidad de los diputados –escribe Marco Schwartz en el artículo de Público: ‘Libia y las tensiones lógicas de la izquierda’– ha considerado que, con independencia de discusiones sobre la doble vara de medir de los aliados (que existe) o los intereses petrolíferos (que los hay), urge proteger a una parte del pueblo libio de la furia vengativa del déspota contra el que ha osado rebelarse. Abandonar a su suerte a los sublevados no sólo permitiría la consumación de una carnicería, sino que tendría consecuencias nefastas para otras rebeliones que tienen lugar en el mundo árabe. A diferencia de Irak, esta intervención tiene el aval de la ONU, institución que, pese a sus evidentes carencias democráticas, es hoy el único foro reconocido por la comunidad internacional. Es lógico que este asunto provoque tensiones en la izquierda española, antibelicista y con una vieja cultura de reflexión moral. Virtudes que la derecha pretende convertir en defectos, intentando vejar a Zapatero y a aquellos activistas del ‘No a la Guerra’ que protestaron contra la guerra ilegal de Irak y que ahora comprenden la intervención en Libia. Y mofándose al mismo tiempo de los grupos opuestos a la operación. Ahora bien, Zapatero cometería un error si interpretase la votación del Congreso como un cheque en blanco y eludiera su responsabilidad de velar por que la misión se ajuste a los principios, en teoría humanitarios, que la inspiraron”.
“Tras un mes de conflicto en Libia –escribe Matías Vallés en su blog Al Azar–, al espectador avezado todavía le cuesta distinguir a las tropas leales a Gadafi de los insurgentes, porque la deplorable indumentaria casual impide un seguimiento en condiciones de las guerras contemporáneas. Se ha de fijar la atención unos segundos, antes de reconocer al bando que ilustra las fotografías o reportajes televisados. Sin embargo, un caza que vuela a mil kilómetros por hora –o un barco a millas de la costa– identifica de inmediato a los libios buenos y malos, selecciona entre los segundos a los armados y los bombardea quirúrgicamente, dejando indemnes a los primeros. Si subsisten dudas, se aplica un mandato de la convención de Ginebra aplicado a los cátaros: ‘Mátalos a todos, que Dios ya distinguirá a los suyos’. Alá, en el caso que nos ocupa”.
Matías Vallés, en su artículo “La camiseta de Özil del Libia”, da, como de costumbre, en la misma diana en la que intento disparar, no siempre con el debido acierto, por mi parte. “En una concentración humana indiscernible en Libia –dice Vallés–, uno de los congregados gira alrededor de un blindado con la camiseta negra del segundo equipaje del Real Madrid. A la espalda luce el número 23 y, en letras que puede leer el piloto de un caza, el nombre de OZIL. ¿Es un buen libio o un mal libio? La respuesta variará según que la formule el barcelonista Zapatero –para quien la resolución 1973 del Consejo de Seguridad es clarísima sobre el castigo a infligir a madridistas– o Florentino Pérez, emocionado ante la apertura de mercados insólitos. Por desgracia, cabe la hipótesis de que la prenda sea una falsificación. ¿En qué pensó el ciudadano libio al enfundarse la camiseta de Ozil? Tal vez en que su fe futbolística le garantizaba la invulnerabilidad, y que la armadura del astro turcoalemán frenaría las balas de los kalashnikovs. En todo caso, su pasión demuestra que comparte fervores inocuos con el vecindario más próximo. A falta de saber si debería absolverse a un partidario de Gadafi vestido con la elástica de Messi, este criterio de confrontación compite en arbitrariedad con el seguido por Occidente. El maniqueísmo bélico obliga a creer que las bombas inteligentes sólo golpean a los villanos. O que no vale la pena andarse con distingos.
De la reunión en la cumbre y de la actualidad, vista por los ojos de los humoristas, recogemos estas viñetas de Forges, El Roto, Erlich y de otros.
No se corte. Sonría con Territorio Vergara, quien presenta: La otra manera, Más medidas, Debate sucesorio, Indicios de delito y Coherentes.
O carcajéese con Manel Fontdevila que dibuja Gentes de mundo, Portugal, Las alternativas, Hacerlo bien y El entorno.
Cachondéese con los dibujos y comentarios de Pep Roig en Fuego florindo, Días de sangre y fuego, La democracia con sangre entra, La demoniocracia y el El homenaje a Japón.
Terminamos ya, con cuatro vídeos del momento. Gritos de "No a la Guerra" en el Congreso.