Revista Coaching

Gadgetotetas

Por Soniavaliente @soniavaliente_

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Le encantan los nuevos artilugios que le hacen sentir una especie de inspector gadget pero en cool y sin gabardina a ser posible. Poco a poco forman parte de su vida, las gafas para ver sesiones carísimas de superproducciones en 3D en el cine, las gafas de las smart tv, o las futuristas de Google sin ir más lejos. Los relojes que se conectan por bluetooth al teléfono para no tener que desenfundar el smartphone con gigantismo, el reloj de silicona con tibia acogida que igual da la hora que sirve para subir al metro y al bus como una tarjeta Mobilis cualquiera. O los teléfonos, que cierta compañía anuncia, que hacen las veces de cartera y de llaves sin necesidad de agujerear los bolsillos del pantalón por el peso. Pero de esto último, le van a perdonar, no está cien por cien segura porque el bodypanting la confunde y es incapaz de apartar la vista de esos pechos desafiantes, turgentes y menudos de la modelo del anuncio.

Gadgetotetas

Con todo, los gadgets están más presentes en sus vidas de lo que creen. Los corredores del río llevan pulsómetros que les avisan cuando superan un umbral peligroso y cientos de aplicaciones pueblan las redes para epatar a placer: con sus kilómetros, velocidad y esfuerzo. Es el postureo máximo. El postureo definitivo: tecnología, deporte y posicionamiento social adquirido por obra y gracia del gadget.

Pero hoy les quiere hablar, por fin, de un invento útil. El sujetador que se desabrocha sólo cuando la portadora siente amor verdadero. Amor es una palabra tan grande que no cabe en este artículo así que con sustituirla con ardor uterino, le vale.

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Como no podía ser de otra manera se trata de un invento japonés que conecta un sujetador a unos sensores próximos al corazón. Cuando éste se desboca envía una señal a la prenda inteligente y el cierre de éste se desbloquea. Adiós a los trémulos conatos de manos inexpertas y nerviosas que incendiaban aún más la pasión, por la impericia, por las prisas. Hubo un tiempo que ensuciarse las manos era divertido. Y que perder el tiempo era la mejor forma de invertirlo. ¿Qué nos ha pasado?

 


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