Ser aficionado al videojuego, no es fácil. Han pasado ya muchos años, los suficientes para que este pasatiempo que tanto nos gusta, haya dejado ya por fin de ser un mero entretenimiento infantil para convertirse en una de las industrias más notorias y rentables del mundo.
Pero ser aficionado al videojuego sigue siendo tan difícil hoy, como lo era antaño; y más si cabe según nuestra procedencia. Porque mientras nadie en su sano juicio tendría la poca vergüenza de acusar al cine, a la música o a la literatura de los más graves problemas de nuestra sociedad, a día de hoy los videojuegos siguen siendo la principal cabeza de turco en manos de autoridades, gobiernos, amén de todo tipo de personalidades con ansias de notoriedad.
Y es que no es rara la semana, y lo más preocupante es que ya ni nos sorprende, en que algún medio publica un alarmante titular sobre el tema… Como que un título es censurado con tal de poder ver la luz en determinado país, que tal institución prohibe la distribución y edición de tal juego, que un terrible accidente es achacado al juego violento de moda, o que un gobierno acusa al videojuego de su principal mal, entre tantos otros…
Los videojuegos se han convertido, y hemos sido testigos, en la cortina de humo por excelencia. Todo tipo de instituciones y entidades, incluidos gobiernos democráticos, no dudan en utilizar un recurso tan fácil como éste: desviar la atención utilizando al videojuego como máximo responsable de todo tipo de crímenes y contrariedades.
Y servidor empieza a estar muy cansado de que lo estén comparando constantemente, de forma indirecta, con un asesino, violador o criminal en potencia.
Porque las barbaridades que hemos llegado a oír al respecto ya pasan de castaño oscuro; y lo peor no es que ningún ente periodístico mayoritario, principales adalides de la libertad ideológica, haya demostrado lo esperpéntico de tales afirmaciones; lo peor es que no en pocas ocasiones han ejercido ellos mismos de cómplices y verdugos.
Vivimos en una civilización con problemas, eso es evidente. Y en algunas de nuestras sociedades, el crimen, en todas sus facetas, es un engorroso protagonista que pone en evidencia a gobernantes y dirigentes.
Si alguien en su sano juicio puede creer que el videojuego, que apenas lleva entre nosotros un par de décadas, es la principal causa de un problema que nuestra civilización lleva arrastrando desde hace siglos, es que le falta mucha perspectiva. Y es que si hay un problema en nuestra sociedad, sin duda es un problema mucho más profundo y arraigado en nuestra cultura, que dada mi inexperiencia completa como sociologo jamás me atreveré a señalar. Pero desde luego no es un pasatiempo por mucho que se empeñen.
Desgraciadamente, nuestra misma sociedad anda constantemente a la caza de un chivo expiatorio, y ofrecer en bandeja de plata al videojuego ha sido lo más sencillo y rentable.
Y lo terrible es que hemos llegado a un punto, en que ya ni nos asombran atentados tan flagrantes a nuestra libertad, como que en Alemania censuren metódicamente videojuegos desde hace lustros, o que en Australia algunos juegos no pueden aparecer al mercado gracias a los continuados esfuerzos populistas políticos. Vergüenza da pensar que en Estados Unidos existan entrometidos abogados con la suficiente sangre fría de señalar a un videojuego, como culpable del asesinato de decenas de personas. Y ya no hablemos de Venezuela, donde se ha llegado a prohibir y condenar incluso la posesión de determinados títulos, señalándolos públicamente como un cáncer social.
La triste realidad es que por mucha ley absurda y mucho decreto fácil, ninguno de estos países sospechosos habituales ha conseguido jamás una reducción significativa en su índice de crímenes violentos…
Estados Unidos, por ejemplo, sigue siendo el país del primer mundo con mayor número de asesinatos cometidos a pesar de todas sus iniciativas censoras, que no son pocas; Australia continúa siendo un país donde la droga es una de sus principales lacras, mientras que Alemania, es cierto que ha visto un sustancial decrecimiento en su índice de criminalidad, pero ni más ni menos que el que ha experimentado cualquier otro país prospero como, sin ir más lejos, Japón.
De hecho, Japón es un perfecto ejemplo de la ineficacia de todas estas medidas.
A pesar de ser la cuna del videojuego, una sociedad en la que su gente convive día a día con todo tipo de juegos interactivos, Japón es habitualmente considerado como uno de los países más seguros del mundo por instituciones como la ONU.
La industria japonesa del videojuego erótico, seguramente la más prospera del mundo, ha sido no en pocas ocasiones, acusada del aumento en los índices de crímenes sexuales en aquellos países donde se comercializan sus títulos; pero aunque es cierto que los asaltos sexuales son un problema considerable en el país del sol naciente, España, por ejemplo, supera en diez veces su media… Estados Unidos, habitual dedo acusador, lo supera en treinta veces.
Hay quien podrá acusarme de demagogia barata al presentar estos datos, los cuales cualquiera de vosotros puede encontrar en pocos minutos por Internet, pero en un mundo en el que una de sus principales potencias, la República Popular de China, también juega a la demagogia más ruin acusando al videojuego de ser uno de los principales responsables de la drogadicción, los embarazos prematuros y los asesinatos, me atrevería a decir que todo vale.
Las palabras de un gobierno son terriblemente poderosas, y su responsabilidad enorme, pues su gente no dudará en aceptar, como ya hemos visto y vivido, ese chivo expiatorio servido en bandeja de plata. Palabras que sus mismos responsables saben, como nosotros sabemos también, que no forman parte de nada más que una gran cortina de humo populista y electoralista.
Entre todo este panorama, es casi dantesco que a las mentes más lucidas que ha dado la industria recientemente, los chicos de Rebellion Games, les tilden de locos y alborotadores por decir algo tan inteligente y perspicaz como que no piensan censurar sus juegos para gobiernos incapaces de dejar decidir como adultos a sus ciudadanos.
¿Hasta cuándo tendremos que soportar este constante envite de todo tipo de organismos oficiales? ¿Cuándo alguien, por fin, con la suficiente autoridad, pondrá los puntos sobre las íes? ¿Durante cuanto tiempo más seguiremos oyendo y leyendo barbaridades en la prensa sin ningún tipo de rigor?
Es difícil de asegurar, pero ahora que la industria del videojuego está en su cenit, va llegando la hora de que estas hagan evidente su poder, su enorme volumen y masa, y exijan que ceje el atropello hacia su actividad comercial y artística.
El jugador no está exento de responsabilidad, y somos todos nosotros los que tendremos que seguir denunciando y declarando la guerra al impúdico acoso a nuestra principal afición. Saliendo a la calle a exigir sus derechos, como en Alemania tras prohibirse la celebración de partys dedicadas a Counter Strike, o también organizando nuestras propias actividades políticas, como en Australia, donde Gamers4Croydon lucha contra la impostura de no permitir los juegos para mayores de dieciocho años; y así algún día, conseguir que nuestra afición sea reconocida como lo que es: una pasión para muchos, pero un simple entretenimiento al fin y al cabo.
Este articulo se publico originalmente en la revista Games Tribune.