Revista Cultura y Ocio
“Te invito a que vengas, pues como te decía en una postal (...) en tus dominios poéticos no se pone el sol, y eres aquí tan conocido como en la Puerta Real, y desde luego tan admirado”. Francisco Ichaso, escritor y periodista.
• El 4 de marzo de 1930 el poeta tomará en Nueva York un tren que lo conducirá a la península de la Florida y, desde la ciudad de Tampa, embarcará en un vapor norteamericano con premonitorio nombre, “Cuba”, que atracará en La Habana el 7 de marzo.
• Federico no se imagina que va a permanecer en la isla nada menos tres meses (hasta el 13 de junio), y que esa estancia, tan prolongada para lo previsto, le va a dejar una huella imborrable.
• Se cuenta que el poeta se emocionó al ver el Castillo del Morro y exclamó: “Pero, ¿qué es esto? ¿Otra vez España? ¿Otra vez la Andalucía mundial? Es el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una leve fosforescencia de pez”.
ESTE REPORTAJE lo escribió Luís Morillo Vilches, miembro activo de la Sociedad Filatélica y Numismática Granadina (SFNG) en el año 2006, cuando se conmemoró el 70º Aniversario de la muerte en circunstancias trágicas, del gran poeta y dramaturgo Federico García Lorca. Hoy, siete años después y en ocasión de cumplirse 115 del natalicio de Lorca, tiene total vigencia. Este es un fragmento.
¿POR QUÉ CADA CUBANO TIENE SU LORCA"
Luís Morillo Vilches
Nacido el 5 de junio de 1898 en Fuente Vaqueros, un pequeño pueblo de la Vega de Granada, cayó asesinado el poeta con apenas 38 años de edad en la fatídica noche del 18 al 19 de agosto de 1936, entre las localidades de Víznar y Alfacar, en plena madurez de su genio creativo y cuando se le auguraba un futuro aún más espléndido. Fue una de las miles de víctimas inocentes que propició el drama fratricida que ensangrentó España durante su Guerra Civil (1936-1939).
Federico García Lorca murió pero no así la obra que nos dejó como un inestimable legado. Sin lugar a dudas, el poeta pertenece al selecto y minoritario grupo de escritores cuya fama ha trascendido más allá del ámbito en que nacieron para convertirse en universales, en patrimonio de todos los amantes de la Literatura. Todo un cúmulo de factores ha contribuido decisivamente a esa fama, a ese prestigio: la arrolladora personalidad del poeta, la calidad de su obra literaria, las fatales circunstancias en que aconteció su muerte... sin embargo, todavía existen muchos episodios de la vida del autor de Fuente Vaqueros que permanecen envueltos por las brumas del misterio. Otros, por el contrario, empiezan a ser conocidos y estudiados por especialistas que nos van desvelando facetas fundamentales en su trayectoria artística y personal (en definitiva, las dos son inseparables). Una de ellas fue su viaje a Cuba en 1930.
CUBA EN LA MIRADA
Corría el mes de junio de 1929, cuando García Lorca, inmerso en plena crisis existencial, acepta viajar a los Estados Unidos acompañando a Fernando de los Ríos. La estancia en Nueva York, la gran metrópoli arquetipo de la modernidad, con su riqueza insultante, pero también con su pobreza descarnada, deslumbrará al poeta. Esta etapa se ha considerado decisiva en la posterior evolución de su obra, “la experiencia más útil de mi vida” diría el poeta. De allí brotó su gran obra Poeta en Nueva York. Sin embargo, el destino le deparará otra sorpresa: en la ciudad de los rascacielos va a conocer al gran escritor, antropólogo y jurista cubano Fernando Ortiz (1881-1969), promotor y director de la Institución Hispanocubana de Cultura, que invitará al poeta para que dé una serie de conferencias en aquel país caribeño. Aunque nunca había estado en Cuba, Federico García Lorca ya había respirado en su infancia el olor de la isla a través de las vistosas cajas de puros habanos que su padre recibía desde allí; también estaba familiarizado con los ritmos contagiosos de la música cubana, que conocía gracias a los viejos discos de pizarra que había en casa. Además, contaba con la amistad de importantes intelectuales cubanos. Es el caso de José María Chacón y Calvo (1892-1969), escritor, editor e investigador, que llegó a España en 1918 para desempeñar funciones diplomáticas. En 1922 se conocerán en plena Semana Santa de Sevilla (junto a Federico también estaba Manuel de Falla: pocos meses faltaban para la celebración del Concurso de Cante Jondo en la plaza de los Aljibes de la Alhambra). A partir de ese momento se irá consolidando entre ambos una sólida amistad.
En la casa madrileña de Chacón, el poeta granadino conocerá a Lydia Cabrera (1899-1991), investigadora y escritora, estudiosa del folclore cubano, con la que entabló una profunda amistad. Se dice que ella fue quien facilitó el encuentro personal entre García Lorca y la gran actriz catalana Margarita Xirgu, encuentro que a la larga sería trascendental en la posterior trayectoria de ambos. Como señal de agradecimiento, el poeta dedicaría a “Lydia Cabrera y a su negrita” su romance La casada infiel, perteneciente al Romancero Gitano. Federico García Lorca no era un personaje desconocido en la mayor de las Antillas; ya en 1926 la Revista Social de La Habana había publicado sus versos junto a los de Rafael Alberti. Significativa es la carta que le escribió el 14 de septiembre de 1929 su amigo personal Francisco Campos Aravaca, cónsul de España en Cienfuegos, invitándole a visitar la isla y a impartir una conferencia en esa ciudad, prometiéndole organizar allí algo que resultara “famoso”. ¿Y que decir de la misiva del 19 del mismo mes escrita por el escritor y periodista Francisco Ichaso: “Te invito a que vengas, pues como te decía en una postal (...) en tus dominios poéticos no se pone el sol, y eres aquí tan conocido como en la Puerta Real, y desde luego tan admirado”.
La idea del viaje a Cuba, presente desde hace tiempo, se concretará por fin gracias a la invitación de la Institución dirigida por Fernando Ortiz. Un par de años antes, el 29 de enero de 1928, Fernando de los Ríos, famoso político e intelectual español amigo de Federico García Lorca, había abierto el camino actuando como conferenciante en dicha entidad.
El 4 de marzo de 1930 el poeta tomará en Nueva York un tren que lo conducirá a la península de la Florida y, desde la ciudad de Tampa, embarcará en un vapor norteamericano con premonitorio nombre, “Cuba”, que atracará en La Habana el 7 de marzo. Federico no se imagina que va a permanecer en la isla nada menos tres meses (hasta el 13 de junio), y que esa estancia, tan prolongada para lo previsto, le va a dejar una huella imborrable.
Le esperan en el puerto de La Habana varios fotógrafos, periodistas y miembros de la Institución Hispanocubana de Cultura. Entre ellos, su viejo amigo José María Chacón y Calvo, Rafael Suárez Solís, periodista del prestigioso Diario de la Marina (que lo presenta como “el más eminente poeta español del momento”), el ensayista Félix Lizaso, y el poeta y periodista Juan Marinello (presidente de conferencias de la Institución). La llegada de Federico a la capital cubana supondrá un reencuentro con la luz, con la alegría de Andalucía, pero también el descubrimiento de una cultura “mulata”, mezcla de la española y la africana, en la que el sincretismo está a la orden del día (Fernando Ortiz acuñó el término “transculturación” para definir este fenómeno). Se cuenta que el poeta se emocionó al ver el Castillo del Morro y exclamó: “Pero, ¿qué es esto? ¿Otra vez España? ¿Otra vez la Andalucía mundial? Es el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una leve fosforescencia de pez”.
LA CUBA QUE ENCONTRÓ LORCA
El país que encuentra Federico está inmerso en plena crisis económica; no olvidemos que unos pocos meses atrás se produjo el crack de la Bolsa de Nueva York, que el poeta vivió allí. Una década antes, paradojas de la vida, Cuba había vivido un momento económico esplendoroso (la llamada “Danza de los millones”), pero todo fue un espejismo. Gobierna Gerardo Machado, un presidente populista que basa su mandato en el lema “Agua, Caminos y Escuelas”, que construye la Carretera Central y erige el majestuoso Capitolio de La Habana; pero que al mismo tiempo preside un régimen autocrático que persigue despiadadamente a la oposición. Las manifestaciones y huelgas son frecuentes y la violencia con la que son reprimidas es desmedida. Una de las más multitudinarias se celebró el 20 de marzo de 1930, pocos días después de la llegada de García Lorca a La Habana. Liderada por el joven poeta y abogado Rubén Martínez Villena, participaron en ella nada menos que 200.000 trabajadores.
La efervescencia revolucionaria que caracteriza al país caribeño en aquellos años también se ve acompañada por una gran agitación cultural. Efectivamente, el auge de la radio (en 1930 había 43 emisoras en toda la nación) contribuye a popularizar el son, ritmo musical que tuvo su génesis en el Oriente de la isla. Son los años en que el “Negrismo”, movimiento cultural que revaloriza las raíces africanas de lo cubano, se encuentra en pleno apogeo; su influencia se percibe tanto en la música como en la literatura, con figuras de la talla de Amadeo Roldán con su Fiesta Negra, Alejandro García Caturla, que compuso Bembé en el París de finales de los años veinte, o el poeta Nicolás Guillén, que el 20 de abril de 1930, apenas un mes después de la llegada de García Lorca a Cuba, publica sus Motivos de Son en el suplemento literario del Diario de la Marina. EL POETA EN LA HABANA
Instalado en el hotel La Unión, donde se hospedaban todos los invitados por la Institución Hispanocubana, las primeras semanas del poeta en dicha ciudad fueron de una frenética actividad como conferenciante. Como quiera que García Lorca ya disfrutaba de una cierta fama en la América hispana (su Romancero Gitano era muy conocido), ni que decir tiene que dichas conferencias, que se celebraron en el Teatro Principal de la Comedia, tuvieron una repercusión extraordinaria y deleitaron al público habanero.
La primera conferencia se tituló Mecánica de la Poesía y fue impartida por el escritor granadino el domingo 9 de marzo de 1930. Tres días después, tuvo lugar su segunda conferencia Paraíso cerrado para muchos. Jardines abiertos para pocos: Pedro Soto de Rojas. Un poeta gongorino del siglo XVII. El día 16 de marzo, García Lorca ofreció su tercera ponencia, Las nanas infantiles, en la que además mostró sus dotes de pianista junto a la joven cantante española María Tubau, que interpretó las canciones. El miércoles 19, a las cinco y media de la tarde, se celebró la cuarta conferencia habanera: La imagen poética de don Luis de Góngora. El 6 de abril tuvo lugar la última disertación del granadino, que pronunció Arquitectura del Cante Jondo en medio de una gran expectación.
La adaptación del poeta al ambiente habanero, a la idiosincrasia de esta gran ciudad, fue muy rápida. En una carta fechada el 5 de abril de 1930, el poeta, entusiasmado, les decía a sus padres: “Esta isla es un paraíso… Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba”. Abundando en lo anterior, el periodista e historiador cubano Emilio Roig de Leuchsering afirmaba: “En un mes desde su llegada, conoce y sabe más cosas cubanas que muchos de sus amigos y nos puede servir perfectamente de cicerone y descubrirnos lugares y tipos netamente criollos, para nosotros desconocidos”. Los días habaneros de Lorca fueron intensos. Allí disfrutó en la Plaza de la Catedral viendo a los vendedores ambulantes y escuchando sus pregones; se perdió entre sus bares y locales nocturnos donde, quizá, su sexualidad reprimida se desbordó. García Lorca, que se había interesado por los espectáculos teatrales de las comunidades china y negra de Nueva York, se convirtió en un asiduo espectador del llamado “género alhambresco”, así conocido por representarse en el Teatro Alhambra.
El Teatro Alhambra, de gran importancia artística y sociológica en la historia de Cuba, se fundó en 1900 y subsistió hasta 1935, cuando se derrumbó el edificio donde tenía su sede. Aunque allí se representaron diversos tipos de espectáculos (zarzuelas, revistas, comedias…), su importancia fundamental proviene por ser el origen del teatro vernáculo cubano, con sus personajes característicos (el “gallego”, el “negrito”, la “guajira”, la “mulata”...). A finales de los años veinte y principios de los treinta, cuando el poeta llega a Cuba, el género de variedades está en pleno apogeo y dominan las comedias con una fuerte carga de sátira político-social hacia la dictadura de Machado. García Lorca será un asiduo de dichos espectáculos, a los que asistirá casi siempre en compañía de su amigo Luis Cardoza y Aragón10 , cónsul de Guatemala en La Habana.
Hay que destacar que el poeta granadino no fue ajeno a los movimientos de protesta frente a las arbitrariedades del régimen machadista; incluso participó en manifestaciones como la producida en una huelga de teléfonos. A este respecto, es significativa su postura de solidaridad con un grupo de ciudadanos negros y mulatos a los que se les prohibió el acceso a la piscina del elitista Havana Yacht Club, donde se celebraban las pruebas de natación de los Juegos Deportivos Centroamericanos.
Federico también frecuentó los círculos intelectuales habaneros. Nada más llegar a la capital cubana, se dirigió al domicilio de Antonio Quevedo y María Muñoz para hacerles llegar varias cartas escritas por amigos españoles; entre ellas, una misiva de Manuel de Falla para María Muñoz, antigua alumna suya. En ese escrito, el músico gaditano decía de Federico: “Es digno de cuantas atenciones se tengan con él. Quisiera que vieran ustedes en Federico como una prolongación de mi persona”.
Los Quevedo – Muñoz constituían un matrimonio plenamente comprometido con la música. Ambos eran españoles y residían en Cuba desde 1919. Antonio Quevedo (1888-1977), había abandonado su profesión de ingeniero para dedicarse a la música como escritor, crítico y organizador de actividades relacionadas con la misma. Fundó con su mujer la revista Musicalia e impulsó la revista de la Sociedad Pro Arte Musical. Por su parte, María Muñoz (1886-1947), era directora de coros, profesora y pianista. Fundó la Sociedad Coral de La Habana y contribuyó a la creación en 1929 de la Sociedad Cubana de Música Contemporánea. También trabajó como profesora en el Conservatorio Bach, que creó junto a su esposo. Lo cierto es que ambos esposos ejercieron de magníficos anfitriones del poeta y muy rápidamente lo introdujeron en el ambiente intelectual de La Habana. Así, a los tres días de su llegada a Cuba asistieron a un concierto del gran músico ruso Sergei Prokofiev, que actuaba en la capital por invitación de la Sociedad Pro Arte Musical. El compositor eslavo iba acompañado de su esposa, la cantante española Lina Lluvera. Concluida la representación, García Lorca acudió, entusiasmado, al hotel donde se hospedaban para saludarles.
Si importante fue la relación del poeta con Antonio Quevedo y María Muñoz, no le fueron a la zaga las vivencias que García Lorca compartió con la familia Loynaz. Carlos Manuel, Dulce María, Enrique y Flor eran los hijos de Enrique Loynaz del Castillo, un importante general de la Guerra de la Independencia que había compuesto en 1895 las estrofas del Himno Invasor. Los cuatro hermanos eran poetas y habitaban en una gran mansión en el señorial barrio de El Vedado. Federico, atraído por los versos de Enrique, de quien conocía algunos poemas publicados en España, se presentó un buen día en la casa de los Loynaz y pronto se convirtió en un visitante asiduo. El poeta granadino cayó rendido a la atmósfera casi onírica que se respiraba en esa mansión, “mi casa encantada” como le gustaba llamarla: allí leía fragmentos de sus obras, cantaba y tocaba el piano. Y así, poco a poco se fue cimentando una fuerte amistad, especialmente con Flor y Carlos Manuel, con quienes disfrutó de interminables veladas en La Habana, recorriendo sus calles, recitando poemas...
DE SAN ANTONIO A MAISÍ
Federico García Lorca pudo conocer gran parte de la isla de Cuba, no sólo aprovechando su actividad como conferenciante. Estuvo en Matanzas (la “Atenas de Cuba”) y contempló el Valle del Yumurí. Quedó impresionado por la playa de Varadero (confesó no haber visto playa más bella). Fue a Pinar del Río y visitó el Valle de Viñales, con sus famosos “Mogotes”. Sin embargo, a pesar de todo, el poeta sentía nostalgia de España, de su Granada: el 19 de abril visitó Santiago de las Vegas y le recordó a Fuentevaqueros; Varadero, a la playa del mismo nombre en Motril; el paisaje de Pinar del Río, a los pinares del Guadarrama.
UN "POETA TRADICIONAL" EN CAIBARIÉN Y OTRAS CIUDADES DEL INTERIOR El poeta no sólo deleitó al auditorio habanero. La Institución Hispanocubana de Cultura tenía filiales en varias ciudades del país que no tardaron en invitar a Federico García Lorca para que impartiera alguna conferencia. Así, el 22 de marzo estuvo en Sagua la Grande (lugar donde nació el famoso cantante Antonio Machín) acompañado de José María Chacón. Allí pronunció Mecánica de la Poesía. El 30 de marzo viajó a Caibarién, donde Chacón y Calvo presentó a su amigo definiéndolo como “poeta tradicional”.
Cienfuegos, “la Perla del Sur”, fue la única ciudad que García Lorca visitó en dos ocasiones: en abril y en junio. En principio iba a disertar sobre la Mecánica de la Poesía en el Casino Español, pero el poeta pronunció La imagen poética de don Luis de Góngora. Fue un 8 de abril y lo presentó su viejo amigo Francisco Campos Aravaca, que ejercía el papel de cónsul de España en esa localidad. Lorca volvería a Cienfuegos el 5 de junio para pronunciar, esta vez sí, Mecánica de la Poesía. "IRÉ A SANTIAGO": GARCÍA LORCA Y LA MÚSICA POPULAR CUBANA
He aquí uno de los grandes enigmas de la estancia de Federico García Lorca en Cuba: ¿Fue o no a Santiago de Cuba? Incluso amigos como Antonio Quevedo siempre negaron este extremo. Sin embargo, testimonios posteriores como el de Flor Loynaz han arrojado algo de luz sobre este tema confirmando que el poeta sí visitó Santiago de Cuba: “Un día se nos desapareció Federico, no vino a vernos a las tres de la tarde ni a la hora de comer, por lo que temiendo que estuviera enfermo o le hubiera sucedido algo, nos llegamos a su hotel para que nos informaran. Nos dijeron que se había ido a Santiago de Cuba”. Efectivamente, García Lorca llegó un 1 de junio de 1930 a su añorada Santiago a bordo del Tren Central (la línea “La Habana-Santiago”), que lo trajo desde La Habana tras más de doce horas de viaje; por fin se hacía realidad esa visita que no pudo efectuarse en la fecha inicialmente prevista (el 5 de abril). En la estación del ferrocarril le esperaba Max Henríquez Ureña, historiador y periodista de origen dominicano, presidente de la sucursal de la Institución Hispanocubana en Santiago de Cuba. El poeta se hospedó en el hotel Venus, el mejor de la ciudad entonces. En los salones de la Escuela Normal de Maestros, el escritor impartió su única conferencia en dicha ciudad, La mecánica de la nueva poesía. Si La Habana le recordaba a Cádiz, Santiago de Cuba, en cambio, le evocaba a su querida Granada por sus montañas y por el verdor de sus patios. Cuando la visitó, Santiago de Cuba ya era la segunda ciudad más importante del país. Cuna de la emancipación cubana, considerada como la localidad más típicamente caribeña del país, también se distinguió como el lugar donde germinó el son, uno de los ritmos musicales más genuinamente cubanos. El son partió desde Santiago, desde el Oriente cubano, a principios de siglo, en un viaje con sentido inverso al realizado por el poeta granadino, para conquistar La Habana y, por extensión, todo el país. La incorporación del mismo a las orquestas de danzón y el surgimiento de agrupaciones legendarias, junto a la eclosión de la radiodifusión, popularizaron y fueron responsables del enorme auge de este género musical. En este sentido, podemos citar al “Sexteto Nacional” (más tarde “Septeto”), surgido en 1920 y capitaneado por Ignacio Piñeiro, que ya en 1929 representó a Cuba en la Exposición Iberoamericana celebrada en Sevilla, o al “Trío Matamoros”, formado en 1925 por Miguel Matamoros, Siro Rodríguez y Rafael Cueto. Tanto Ignacio Piñeiro como el Trío fueron homenajeados el 10 de mayo de 2007 por el Correo cubano en la serie denominada “Son: autores y cantantes”. Cuando García Lorca llega a Cuba, el son está en pleno apogeo. Sin embargo, el poeta ya conocía la música cubana; son significativas las palabras que escribe a su familia relatando su visita a la casa del célebre músico Eduardo Sánchez de Fuentes (“Estuve en casa del músico Sánchez de Fuentes, que es autor de la habanera “Tú”, que me cantábais de niño, “La palma que en el bosque se mece gentil”, y dedicó un ejemplar para mamá”).
Federico quedará muy pronto prendado por el sonido de las maracas, del bongó, de las claves. En las “fritas” de Marianao, localidad costera muy cercana a La Habana, el poeta se iniciará en el conocimiento del son en compañía de jóvenes y viejos soneros; rara era la noche en la que no acudía, sobre todo a escuchar atreviéndose incluso a tocar las claves y a acompañar a los músicos con su voz. Así lo contaba el musicólogo español Adolfo Salazar, compañero de viaje de regreso del granadino: “Se había hecho amigo de los morenos de los sextetos y no había noche que la excursión no terminase en las fritas de Marianao. Primero, escuchaba muy seriamente. Luego, con mucha timidez, rogaba a los soneros que tocasen éste o aquél son. Enseguida probaba con las claves, y como había cogido el ritmo y no lo hacía mal, los morenos reían complacidos haciéndole grandes cumplimientos. Esto le encantaba: un momento después, Federico acompañaba a plena voz y quería ser él quien cantase las coplas”. Era tanta la afición de Federico por los ritmos cubanos que se llevó de vuelta para España un buen número de discos de pizarra. Según Adolfo Salazar: “Federico y yo llevamos en el Manuel Arnús los primeros sones que en Granada y en Madrid golpearon sus claves y rechinaron sus güiros…”. García Lorca confesaba que quien lo inició en la ciencia folclórica fue un viejo compositor discípulo de Verdi, Antonio Segura, a quien le dedicó su primer libro: Impresiones y Paisajes. En todo caso, la faceta folclorista del poeta de Fuentevaqueros, no por ser poco conocida deja de ser importante (significativa fue la carta de recomendación que Manuel de Falla le escribió a María Muñoz, en la que se refería más a la vertiente musical del granadino que a su figura de poeta).
Gran conocedor de la música popular y del mundo gitano –no olvidemos el Concurso de Cante Jondo que organizó con Manuel de Falla en 1922-, fuente de inspiración constante en toda su obra, a Federico García Lorca también le llamó la atención la “negritud,”18 que conoció en sus dos vertientes: la dramática de Harlem y la “amable” de Cuba. Significativa fue la primera impresión que “atrapó” al poeta cuando divisó por vez primera el perfil de La Habana: “La Habana surge entre cañaverales y ruido de maracas, cornetas chinas y marimbas. Y en el puerto, ¿quién sale a recibirme? Sale la morena Trinidad de mi niñez, aquella que se paseaba por el muelle de La Habana (...) Y salen los negros con sus ritmos que yo descubro típicas del gran pueblo andaluz, negritos sin drama que ponen los ojos en blanco y dicen: “Nosotros somos latinos”. La correspondencia epistolar del poeta durante su estancia en Cuba es pródiga en referencias elogiosas a la raza negra; a veces de una manera tierna, entrañable, como en la carta que escribió a su amigo José María Chacón después de su visita al Valle del Yumurí, en Matanzas: “Pocas cosas en el mundo más bellas que esta adorable pareja de niños negros del valle Yumurí (...) Tengo necesidad de decir que lo más bello de toda la isla son los niños negros”.
El folclore afrocubano despertó un vivo interés en Federico. Fernando Ortiz reveló que el poeta granadino fue acumulando un gran número de piezas relacionadas con esta materia (collares de santería, símbolos de “orishas”, etc.) para llevárselas de vuelta a España. García Lorca tuvo la gran satisfacción de conocer personalmente a Carmela Bejerano, la doncella negra de Lydia Cabrera; a ellas les había dedicado tiempo atrás La casada infiel.
De la mano de Lydia Cabrera, gran estudiosa de la herencia africana en Cuba, el poeta asistió a una ceremonia de iniciación ñáñiga. Allí, según contaría mucho después la antropóloga, se horrorizó tanto ante la extraña apariencia del Diablito o Íreme que se le abrazó al cuello. Los Ñáñigos o Abakuás constituían una sociedad secreta formada solamente por hombres, que se fundó hacia 1830 por negros esclavos procedentes de la costa de la actual Nigeria. Uno de los personajes más característicos de su liturgia eran los Íremes. Con una apariencia diabólica, iban cubiertos con tela burda de saco o tela vistosa de muchos colores y caprichosos dibujos, con un capuchón puntiagudo sobre la cabeza y cencerros en la cintura y tobillos para espantar con su sonido estridente. En sus manos llevaban un cetro y un ifán o rama. Su misión consistía en venir a la tierra para comprobar la fe de sus adeptos y su corrección en el seguimiento de la liturgia.
Federico García Lorca también frecuentó los círculos musicales habaneros. Allí conoció al compositor y profesor español Pedro Sanjuán, que se había trasladado a Cuba en 1924, y coincidió con el crítico musical Adolfo Salazar. El poeta granadino también conocerá al escritor y musicólogo cubano Alejo Carpentier (al que invitará cuatro años más tarde al estreno de Yerma), y al escritor Nicolás Guillén, cuya primera obra, Motivos de Son, llevó los ritmos afrocubanos a la poesía. La investigadora cubana Nydia Sarabia afirma que fue el abogado y periodista José Antonio Fernández de Castro (1897-1951)19 , jefe del suplemento literario dominical del Diario de la Marina, quien presentó a ambos poetas, que almorzaron juntos en un restaurante de la Plaza de la Catedral de La Habana.
SON DE NEGROS EN CUBA
Existen muchas elucubraciones acerca de las obras que Federico García Lorca alumbró durante su corta pero intensa estancia en Cuba. De entre las posibles candidatas, Así que pasen cinco años y, sobre todo, la enigmática El Público son las más sospechosas de haberse gestado en la isla caribeña. De ésta última existen testimonios coincidentes de Adolfo Salazar y de los hermanos Loynaz (el poeta obsequió a Carlos Manuel Loynaz con un manuscrito que desapareció, posiblemente tras haber sido destruido por éste en un episodio de desorden mental), así como la única copia que se conoce, escrita parcialmente en hojas timbradas del hotel La Unión y fechada el 22 de agosto de 1930, apenas mes y medio después de la partida del poeta. El único texto de García Lorca que sin discusión se reconoce como escrito en Cuba es el poema Son de negros en Cuba, originalmente titulado Son, un canto a la emblemática capital del Oriente cubano y a su ritmo típico, que dedicó a Fernando Ortiz, el gran investigador del folclore afrocubano, más conocido como el “Tercer Descubridor de Cuba”, cuyos estudios fueron fundamentales para el conocimiento de la identidad musical y cultural de su país. Antonio Quevedo atribuyó la génesis de la composición a una conversación mantenida durante la visita del poeta al Valle del Yumurí: comentando la belleza de dicho valle, alguien afirmó que en Santiago de Cuba había paisajes tan evocadores y Federico, entusiasmado, afirmó que no se iría sin visitar dicha ciudad. Se dice que escribió el poema al regreso de Matanzas. Son de negros en Cuba, fechado el 30 de abril de 1930,se publicó por vez primera con el título de Son en el número 11 de la revista Musicalia, correspondiente a los meses de abril y mayo de ese año. Dicha revista, quizá la más importante publicación musical de la época, se fundó en 1928 por los esposos Antonio Quevedo y María Muñoz, y dejó de publicarse en 1942. El poeta le regaló a María Muñoz el manuscrito original. Años después, Antonio Quevedo donaría el mismo a la antigua biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País.
SON DE NEGROS EN CUBA
Cuando llegue la luna llena iré a Santiago de Cuba,iré a Santiagoen un coche de agua negra.Iré a Santiago.Cantarán los techos de palmera.Iré a Santiago.Cuando la palma quiere ser cigüeña,iré a Santiago.Y cuando quiere ser medusa el plátano,iré a Santiago.Iré a Santiagocon la rubia cabeza de Fonseca.Iré a Santiago.Y con el rosa de Romeo y Julietairé a Santiago.Mar de papel y plata de monedas.Iré a Santiago.¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas!Iré a Santiago.¡Oh cintura caliente y gota de madera!Iré a Santiago.Arpa de troncos vivos. Caimán. Flor de tabaco.Iré a Santiago.Siempre he dicho que yo iría a Santiagoen un coche de agua negra.Iré a Santiago.Brisa y alcohol en las ruedas,iré a Santiago.Mi coral en la tiniebla,iré a Santiago.El mar ahogado en la arena,iré a Santiago.Calor blanco. Fruta muerta.Iré a Santiago.¡Oh bovino frescor de cañavera!¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro!Iré a Santiago. Existen muchas exégesis de Son de Negros en Cuba, consecuencia evidente de la gran variedad de imágenes simbólicas que contiene. Podemos citar unas cuantas: “en un coche de agua negra” se identifica con el Tren Central, en el que García Lorca viajó desde La Habana a Santiago; “ritmo de semillas secas” es el sonido provocado por el movimiento de las maracas; “cintura caliente y gota de madera” son las claves23 cuando se tocan para desencadenar el ritmo del son; “arpa de troncos vivos”, es la impresión del poeta al atravesar Cuba como si fuera un país con forma de arpa gigante formado por millones de troncos sonoros; “mi coral en la tiniebla” es la brasa que forma el tabaco antes de convertirse en ceniza.
En Son de Negros en Cuba también afloran recuerdos de la infancia de Federico García Lorca: su temprana relación con Cuba, cuando admiraba las bellas litografías que adornaban las cajas de puros que recibía su padre desde la isla: “mar de papel y plata de monedas”; “y con la rosa de Romeo y Julieta” (la marca del tabaco); “la rubia cabeza de Fonseca” (en referencia a Francisco Fonseca, empresario español que en 1907 registró la marca con su apellido). Al recitar el poema llama la atención la constante repetición del estribillo “Iré a Santiago”, que recuerda al montuno cantado a coro, característico del son. Con ello, García Lorca consiguió dotar de musicalidad propia a su composición. Sin embargo, a pesar de ser un poema con una fuerte carga musical, pasaron muchos años hasta que alguien se atrevió a trasladarlo al pentagrama. El honor le cupo al famoso músico cubano Francisco Repilado, más conocido como “Compay Segundo” (1907- 2003), que lo estrenó un 13 de junio de 1997 en el auditorio del Generalife de Granada como fin de fiesta de un homenaje a Federico García Lorca con “Tomatito”, “Kiko Veneno” y Raimundo Amador. LA PARTIDA Han pasado tres meses y unos pocos días desde que el poeta llegó a La Habana; la estancia cubana de Federico García Lorca, intensa y fecunda, está llegando a su fin. Finalmente, sacará un pasaje para el 12 de junio en el vapor correo “Manuel Arnús” de la compañía Trasantlántica, vía Nueva York-Cádiz-Barcelona. Le acompañarán en el viaje Adolfo Salazar y Luis Cardoza y Aragón. La Revista de Avance organizará en la víspera de la partida una comida en homenaje a los tres amigos: García Lorca, Salazar y Cardoza. Será en el hotel Bristol. Se acerca el momento de la partida. Según Antonio Quevedo, Lorca y Salazar compartieron con él y su esposa, María Muñoz, la jornada final. Los cuatro se fundieron en un abrazo y Federico dijo: “... Hago falta en España”. El poeta está preparando el estreno de La zapatera prodigiosa para el mes de diciembre. A pesar del testimonio de Antonio Quevedo, no hay unanimidad en cuanto a qué hizo y con quién estuvo el poeta en sus últimas horas en suelo cubano. Flor Loynaz afirmaba que ella había almorzado con Federico y Adolfo Salazar en el restaurante ubicado en los bajos del antiguo hotel Detroit. La sobremesa se dilató más de lo debido y los tuvo que llevar a toda prisa por las calles de La Habana en su automóvil pues perdían el barco.
Al abandonar Cuba, Federico afirmó a sus amigos: “Aquí he pasado los mejores días de mi vida”. Esa pasión por el país caribeño se la llevó en su corazón rumbo a España, con la intención de retornar en un día no muy lejano. Por desgracia, ese deseo no se pudo cumplir, lo truncó la Guerra Civil. Se lo quitó la muerte.
Si el granadino sintió una auténtica pasión por Cuba, ese amor fue recíproco, correspondido. En 1940, el escritor hispano-cubano Lino Novás explicó ese sentimiento mutuo de una forma contundente: “Cada cubano tiene su Lorca”. Por eso no es de extrañar que el poeta granadino sea hoy en día el autor no cubano más difundido en la isla, y que en 2006 se constituyera una Comisión Nacional para conmemorar el Centenario de su muerte y, de paso, recordar su corta pero intensa estancia en la mayor de las Antillas.
De entre los muchos ejemplos que demuestran el cariño del pueblo cubano por Federico sólo citaremos uno, quizá el más significativo por la carga simbólica que tiene: en 1962, el antiguo Teatro Tacón, posteriormente Nacional, fue nacionalizado por el Gobierno surgido de la Revolución como Gran Teatro de La Habana y se le dio el nombre de García Lorca a su sala más importante. En la actualidad es la sede del Ballet Nacional de Cuba, Institución señera de la cultura cubana, dirigida por la gran bailarina Alicia Alonso.
Como dijo una vez el poeta: “Cuba es un paraíso. Si me pierdo, que me busquen en Cuba o Andalucía...”.Y como le parodió Lino Novás “Cada cubano tiene su Lorca”.
• El 4 de marzo de 1930 el poeta tomará en Nueva York un tren que lo conducirá a la península de la Florida y, desde la ciudad de Tampa, embarcará en un vapor norteamericano con premonitorio nombre, “Cuba”, que atracará en La Habana el 7 de marzo.
• Federico no se imagina que va a permanecer en la isla nada menos tres meses (hasta el 13 de junio), y que esa estancia, tan prolongada para lo previsto, le va a dejar una huella imborrable.
• Se cuenta que el poeta se emocionó al ver el Castillo del Morro y exclamó: “Pero, ¿qué es esto? ¿Otra vez España? ¿Otra vez la Andalucía mundial? Es el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una leve fosforescencia de pez”.
ESTE REPORTAJE lo escribió Luís Morillo Vilches, miembro activo de la Sociedad Filatélica y Numismática Granadina (SFNG) en el año 2006, cuando se conmemoró el 70º Aniversario de la muerte en circunstancias trágicas, del gran poeta y dramaturgo Federico García Lorca. Hoy, siete años después y en ocasión de cumplirse 115 del natalicio de Lorca, tiene total vigencia. Este es un fragmento.
¿POR QUÉ CADA CUBANO TIENE SU LORCA"
Luís Morillo Vilches
Nacido el 5 de junio de 1898 en Fuente Vaqueros, un pequeño pueblo de la Vega de Granada, cayó asesinado el poeta con apenas 38 años de edad en la fatídica noche del 18 al 19 de agosto de 1936, entre las localidades de Víznar y Alfacar, en plena madurez de su genio creativo y cuando se le auguraba un futuro aún más espléndido. Fue una de las miles de víctimas inocentes que propició el drama fratricida que ensangrentó España durante su Guerra Civil (1936-1939).
Federico García Lorca murió pero no así la obra que nos dejó como un inestimable legado. Sin lugar a dudas, el poeta pertenece al selecto y minoritario grupo de escritores cuya fama ha trascendido más allá del ámbito en que nacieron para convertirse en universales, en patrimonio de todos los amantes de la Literatura. Todo un cúmulo de factores ha contribuido decisivamente a esa fama, a ese prestigio: la arrolladora personalidad del poeta, la calidad de su obra literaria, las fatales circunstancias en que aconteció su muerte... sin embargo, todavía existen muchos episodios de la vida del autor de Fuente Vaqueros que permanecen envueltos por las brumas del misterio. Otros, por el contrario, empiezan a ser conocidos y estudiados por especialistas que nos van desvelando facetas fundamentales en su trayectoria artística y personal (en definitiva, las dos son inseparables). Una de ellas fue su viaje a Cuba en 1930.
CUBA EN LA MIRADA
Corría el mes de junio de 1929, cuando García Lorca, inmerso en plena crisis existencial, acepta viajar a los Estados Unidos acompañando a Fernando de los Ríos. La estancia en Nueva York, la gran metrópoli arquetipo de la modernidad, con su riqueza insultante, pero también con su pobreza descarnada, deslumbrará al poeta. Esta etapa se ha considerado decisiva en la posterior evolución de su obra, “la experiencia más útil de mi vida” diría el poeta. De allí brotó su gran obra Poeta en Nueva York. Sin embargo, el destino le deparará otra sorpresa: en la ciudad de los rascacielos va a conocer al gran escritor, antropólogo y jurista cubano Fernando Ortiz (1881-1969), promotor y director de la Institución Hispanocubana de Cultura, que invitará al poeta para que dé una serie de conferencias en aquel país caribeño. Aunque nunca había estado en Cuba, Federico García Lorca ya había respirado en su infancia el olor de la isla a través de las vistosas cajas de puros habanos que su padre recibía desde allí; también estaba familiarizado con los ritmos contagiosos de la música cubana, que conocía gracias a los viejos discos de pizarra que había en casa. Además, contaba con la amistad de importantes intelectuales cubanos. Es el caso de José María Chacón y Calvo (1892-1969), escritor, editor e investigador, que llegó a España en 1918 para desempeñar funciones diplomáticas. En 1922 se conocerán en plena Semana Santa de Sevilla (junto a Federico también estaba Manuel de Falla: pocos meses faltaban para la celebración del Concurso de Cante Jondo en la plaza de los Aljibes de la Alhambra). A partir de ese momento se irá consolidando entre ambos una sólida amistad.
En la casa madrileña de Chacón, el poeta granadino conocerá a Lydia Cabrera (1899-1991), investigadora y escritora, estudiosa del folclore cubano, con la que entabló una profunda amistad. Se dice que ella fue quien facilitó el encuentro personal entre García Lorca y la gran actriz catalana Margarita Xirgu, encuentro que a la larga sería trascendental en la posterior trayectoria de ambos. Como señal de agradecimiento, el poeta dedicaría a “Lydia Cabrera y a su negrita” su romance La casada infiel, perteneciente al Romancero Gitano. Federico García Lorca no era un personaje desconocido en la mayor de las Antillas; ya en 1926 la Revista Social de La Habana había publicado sus versos junto a los de Rafael Alberti. Significativa es la carta que le escribió el 14 de septiembre de 1929 su amigo personal Francisco Campos Aravaca, cónsul de España en Cienfuegos, invitándole a visitar la isla y a impartir una conferencia en esa ciudad, prometiéndole organizar allí algo que resultara “famoso”. ¿Y que decir de la misiva del 19 del mismo mes escrita por el escritor y periodista Francisco Ichaso: “Te invito a que vengas, pues como te decía en una postal (...) en tus dominios poéticos no se pone el sol, y eres aquí tan conocido como en la Puerta Real, y desde luego tan admirado”.
La idea del viaje a Cuba, presente desde hace tiempo, se concretará por fin gracias a la invitación de la Institución dirigida por Fernando Ortiz. Un par de años antes, el 29 de enero de 1928, Fernando de los Ríos, famoso político e intelectual español amigo de Federico García Lorca, había abierto el camino actuando como conferenciante en dicha entidad.
El 4 de marzo de 1930 el poeta tomará en Nueva York un tren que lo conducirá a la península de la Florida y, desde la ciudad de Tampa, embarcará en un vapor norteamericano con premonitorio nombre, “Cuba”, que atracará en La Habana el 7 de marzo. Federico no se imagina que va a permanecer en la isla nada menos tres meses (hasta el 13 de junio), y que esa estancia, tan prolongada para lo previsto, le va a dejar una huella imborrable.
Le esperan en el puerto de La Habana varios fotógrafos, periodistas y miembros de la Institución Hispanocubana de Cultura. Entre ellos, su viejo amigo José María Chacón y Calvo, Rafael Suárez Solís, periodista del prestigioso Diario de la Marina (que lo presenta como “el más eminente poeta español del momento”), el ensayista Félix Lizaso, y el poeta y periodista Juan Marinello (presidente de conferencias de la Institución). La llegada de Federico a la capital cubana supondrá un reencuentro con la luz, con la alegría de Andalucía, pero también el descubrimiento de una cultura “mulata”, mezcla de la española y la africana, en la que el sincretismo está a la orden del día (Fernando Ortiz acuñó el término “transculturación” para definir este fenómeno). Se cuenta que el poeta se emocionó al ver el Castillo del Morro y exclamó: “Pero, ¿qué es esto? ¿Otra vez España? ¿Otra vez la Andalucía mundial? Es el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una leve fosforescencia de pez”.
LA CUBA QUE ENCONTRÓ LORCA
El país que encuentra Federico está inmerso en plena crisis económica; no olvidemos que unos pocos meses atrás se produjo el crack de la Bolsa de Nueva York, que el poeta vivió allí. Una década antes, paradojas de la vida, Cuba había vivido un momento económico esplendoroso (la llamada “Danza de los millones”), pero todo fue un espejismo. Gobierna Gerardo Machado, un presidente populista que basa su mandato en el lema “Agua, Caminos y Escuelas”, que construye la Carretera Central y erige el majestuoso Capitolio de La Habana; pero que al mismo tiempo preside un régimen autocrático que persigue despiadadamente a la oposición. Las manifestaciones y huelgas son frecuentes y la violencia con la que son reprimidas es desmedida. Una de las más multitudinarias se celebró el 20 de marzo de 1930, pocos días después de la llegada de García Lorca a La Habana. Liderada por el joven poeta y abogado Rubén Martínez Villena, participaron en ella nada menos que 200.000 trabajadores.
La efervescencia revolucionaria que caracteriza al país caribeño en aquellos años también se ve acompañada por una gran agitación cultural. Efectivamente, el auge de la radio (en 1930 había 43 emisoras en toda la nación) contribuye a popularizar el son, ritmo musical que tuvo su génesis en el Oriente de la isla. Son los años en que el “Negrismo”, movimiento cultural que revaloriza las raíces africanas de lo cubano, se encuentra en pleno apogeo; su influencia se percibe tanto en la música como en la literatura, con figuras de la talla de Amadeo Roldán con su Fiesta Negra, Alejandro García Caturla, que compuso Bembé en el París de finales de los años veinte, o el poeta Nicolás Guillén, que el 20 de abril de 1930, apenas un mes después de la llegada de García Lorca a Cuba, publica sus Motivos de Son en el suplemento literario del Diario de la Marina. EL POETA EN LA HABANA
Instalado en el hotel La Unión, donde se hospedaban todos los invitados por la Institución Hispanocubana, las primeras semanas del poeta en dicha ciudad fueron de una frenética actividad como conferenciante. Como quiera que García Lorca ya disfrutaba de una cierta fama en la América hispana (su Romancero Gitano era muy conocido), ni que decir tiene que dichas conferencias, que se celebraron en el Teatro Principal de la Comedia, tuvieron una repercusión extraordinaria y deleitaron al público habanero.
La primera conferencia se tituló Mecánica de la Poesía y fue impartida por el escritor granadino el domingo 9 de marzo de 1930. Tres días después, tuvo lugar su segunda conferencia Paraíso cerrado para muchos. Jardines abiertos para pocos: Pedro Soto de Rojas. Un poeta gongorino del siglo XVII. El día 16 de marzo, García Lorca ofreció su tercera ponencia, Las nanas infantiles, en la que además mostró sus dotes de pianista junto a la joven cantante española María Tubau, que interpretó las canciones. El miércoles 19, a las cinco y media de la tarde, se celebró la cuarta conferencia habanera: La imagen poética de don Luis de Góngora. El 6 de abril tuvo lugar la última disertación del granadino, que pronunció Arquitectura del Cante Jondo en medio de una gran expectación.
La adaptación del poeta al ambiente habanero, a la idiosincrasia de esta gran ciudad, fue muy rápida. En una carta fechada el 5 de abril de 1930, el poeta, entusiasmado, les decía a sus padres: “Esta isla es un paraíso… Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba”. Abundando en lo anterior, el periodista e historiador cubano Emilio Roig de Leuchsering afirmaba: “En un mes desde su llegada, conoce y sabe más cosas cubanas que muchos de sus amigos y nos puede servir perfectamente de cicerone y descubrirnos lugares y tipos netamente criollos, para nosotros desconocidos”. Los días habaneros de Lorca fueron intensos. Allí disfrutó en la Plaza de la Catedral viendo a los vendedores ambulantes y escuchando sus pregones; se perdió entre sus bares y locales nocturnos donde, quizá, su sexualidad reprimida se desbordó. García Lorca, que se había interesado por los espectáculos teatrales de las comunidades china y negra de Nueva York, se convirtió en un asiduo espectador del llamado “género alhambresco”, así conocido por representarse en el Teatro Alhambra.
El Teatro Alhambra, de gran importancia artística y sociológica en la historia de Cuba, se fundó en 1900 y subsistió hasta 1935, cuando se derrumbó el edificio donde tenía su sede. Aunque allí se representaron diversos tipos de espectáculos (zarzuelas, revistas, comedias…), su importancia fundamental proviene por ser el origen del teatro vernáculo cubano, con sus personajes característicos (el “gallego”, el “negrito”, la “guajira”, la “mulata”...). A finales de los años veinte y principios de los treinta, cuando el poeta llega a Cuba, el género de variedades está en pleno apogeo y dominan las comedias con una fuerte carga de sátira político-social hacia la dictadura de Machado. García Lorca será un asiduo de dichos espectáculos, a los que asistirá casi siempre en compañía de su amigo Luis Cardoza y Aragón10 , cónsul de Guatemala en La Habana.
Hay que destacar que el poeta granadino no fue ajeno a los movimientos de protesta frente a las arbitrariedades del régimen machadista; incluso participó en manifestaciones como la producida en una huelga de teléfonos. A este respecto, es significativa su postura de solidaridad con un grupo de ciudadanos negros y mulatos a los que se les prohibió el acceso a la piscina del elitista Havana Yacht Club, donde se celebraban las pruebas de natación de los Juegos Deportivos Centroamericanos.
Federico también frecuentó los círculos intelectuales habaneros. Nada más llegar a la capital cubana, se dirigió al domicilio de Antonio Quevedo y María Muñoz para hacerles llegar varias cartas escritas por amigos españoles; entre ellas, una misiva de Manuel de Falla para María Muñoz, antigua alumna suya. En ese escrito, el músico gaditano decía de Federico: “Es digno de cuantas atenciones se tengan con él. Quisiera que vieran ustedes en Federico como una prolongación de mi persona”.
Los Quevedo – Muñoz constituían un matrimonio plenamente comprometido con la música. Ambos eran españoles y residían en Cuba desde 1919. Antonio Quevedo (1888-1977), había abandonado su profesión de ingeniero para dedicarse a la música como escritor, crítico y organizador de actividades relacionadas con la misma. Fundó con su mujer la revista Musicalia e impulsó la revista de la Sociedad Pro Arte Musical. Por su parte, María Muñoz (1886-1947), era directora de coros, profesora y pianista. Fundó la Sociedad Coral de La Habana y contribuyó a la creación en 1929 de la Sociedad Cubana de Música Contemporánea. También trabajó como profesora en el Conservatorio Bach, que creó junto a su esposo. Lo cierto es que ambos esposos ejercieron de magníficos anfitriones del poeta y muy rápidamente lo introdujeron en el ambiente intelectual de La Habana. Así, a los tres días de su llegada a Cuba asistieron a un concierto del gran músico ruso Sergei Prokofiev, que actuaba en la capital por invitación de la Sociedad Pro Arte Musical. El compositor eslavo iba acompañado de su esposa, la cantante española Lina Lluvera. Concluida la representación, García Lorca acudió, entusiasmado, al hotel donde se hospedaban para saludarles.
Si importante fue la relación del poeta con Antonio Quevedo y María Muñoz, no le fueron a la zaga las vivencias que García Lorca compartió con la familia Loynaz. Carlos Manuel, Dulce María, Enrique y Flor eran los hijos de Enrique Loynaz del Castillo, un importante general de la Guerra de la Independencia que había compuesto en 1895 las estrofas del Himno Invasor. Los cuatro hermanos eran poetas y habitaban en una gran mansión en el señorial barrio de El Vedado. Federico, atraído por los versos de Enrique, de quien conocía algunos poemas publicados en España, se presentó un buen día en la casa de los Loynaz y pronto se convirtió en un visitante asiduo. El poeta granadino cayó rendido a la atmósfera casi onírica que se respiraba en esa mansión, “mi casa encantada” como le gustaba llamarla: allí leía fragmentos de sus obras, cantaba y tocaba el piano. Y así, poco a poco se fue cimentando una fuerte amistad, especialmente con Flor y Carlos Manuel, con quienes disfrutó de interminables veladas en La Habana, recorriendo sus calles, recitando poemas...
DE SAN ANTONIO A MAISÍ
Federico García Lorca pudo conocer gran parte de la isla de Cuba, no sólo aprovechando su actividad como conferenciante. Estuvo en Matanzas (la “Atenas de Cuba”) y contempló el Valle del Yumurí. Quedó impresionado por la playa de Varadero (confesó no haber visto playa más bella). Fue a Pinar del Río y visitó el Valle de Viñales, con sus famosos “Mogotes”. Sin embargo, a pesar de todo, el poeta sentía nostalgia de España, de su Granada: el 19 de abril visitó Santiago de las Vegas y le recordó a Fuentevaqueros; Varadero, a la playa del mismo nombre en Motril; el paisaje de Pinar del Río, a los pinares del Guadarrama.
UN "POETA TRADICIONAL" EN CAIBARIÉN Y OTRAS CIUDADES DEL INTERIOR El poeta no sólo deleitó al auditorio habanero. La Institución Hispanocubana de Cultura tenía filiales en varias ciudades del país que no tardaron en invitar a Federico García Lorca para que impartiera alguna conferencia. Así, el 22 de marzo estuvo en Sagua la Grande (lugar donde nació el famoso cantante Antonio Machín) acompañado de José María Chacón. Allí pronunció Mecánica de la Poesía. El 30 de marzo viajó a Caibarién, donde Chacón y Calvo presentó a su amigo definiéndolo como “poeta tradicional”.
Cienfuegos, “la Perla del Sur”, fue la única ciudad que García Lorca visitó en dos ocasiones: en abril y en junio. En principio iba a disertar sobre la Mecánica de la Poesía en el Casino Español, pero el poeta pronunció La imagen poética de don Luis de Góngora. Fue un 8 de abril y lo presentó su viejo amigo Francisco Campos Aravaca, que ejercía el papel de cónsul de España en esa localidad. Lorca volvería a Cienfuegos el 5 de junio para pronunciar, esta vez sí, Mecánica de la Poesía. "IRÉ A SANTIAGO": GARCÍA LORCA Y LA MÚSICA POPULAR CUBANA
He aquí uno de los grandes enigmas de la estancia de Federico García Lorca en Cuba: ¿Fue o no a Santiago de Cuba? Incluso amigos como Antonio Quevedo siempre negaron este extremo. Sin embargo, testimonios posteriores como el de Flor Loynaz han arrojado algo de luz sobre este tema confirmando que el poeta sí visitó Santiago de Cuba: “Un día se nos desapareció Federico, no vino a vernos a las tres de la tarde ni a la hora de comer, por lo que temiendo que estuviera enfermo o le hubiera sucedido algo, nos llegamos a su hotel para que nos informaran. Nos dijeron que se había ido a Santiago de Cuba”. Efectivamente, García Lorca llegó un 1 de junio de 1930 a su añorada Santiago a bordo del Tren Central (la línea “La Habana-Santiago”), que lo trajo desde La Habana tras más de doce horas de viaje; por fin se hacía realidad esa visita que no pudo efectuarse en la fecha inicialmente prevista (el 5 de abril). En la estación del ferrocarril le esperaba Max Henríquez Ureña, historiador y periodista de origen dominicano, presidente de la sucursal de la Institución Hispanocubana en Santiago de Cuba. El poeta se hospedó en el hotel Venus, el mejor de la ciudad entonces. En los salones de la Escuela Normal de Maestros, el escritor impartió su única conferencia en dicha ciudad, La mecánica de la nueva poesía. Si La Habana le recordaba a Cádiz, Santiago de Cuba, en cambio, le evocaba a su querida Granada por sus montañas y por el verdor de sus patios. Cuando la visitó, Santiago de Cuba ya era la segunda ciudad más importante del país. Cuna de la emancipación cubana, considerada como la localidad más típicamente caribeña del país, también se distinguió como el lugar donde germinó el son, uno de los ritmos musicales más genuinamente cubanos. El son partió desde Santiago, desde el Oriente cubano, a principios de siglo, en un viaje con sentido inverso al realizado por el poeta granadino, para conquistar La Habana y, por extensión, todo el país. La incorporación del mismo a las orquestas de danzón y el surgimiento de agrupaciones legendarias, junto a la eclosión de la radiodifusión, popularizaron y fueron responsables del enorme auge de este género musical. En este sentido, podemos citar al “Sexteto Nacional” (más tarde “Septeto”), surgido en 1920 y capitaneado por Ignacio Piñeiro, que ya en 1929 representó a Cuba en la Exposición Iberoamericana celebrada en Sevilla, o al “Trío Matamoros”, formado en 1925 por Miguel Matamoros, Siro Rodríguez y Rafael Cueto. Tanto Ignacio Piñeiro como el Trío fueron homenajeados el 10 de mayo de 2007 por el Correo cubano en la serie denominada “Son: autores y cantantes”. Cuando García Lorca llega a Cuba, el son está en pleno apogeo. Sin embargo, el poeta ya conocía la música cubana; son significativas las palabras que escribe a su familia relatando su visita a la casa del célebre músico Eduardo Sánchez de Fuentes (“Estuve en casa del músico Sánchez de Fuentes, que es autor de la habanera “Tú”, que me cantábais de niño, “La palma que en el bosque se mece gentil”, y dedicó un ejemplar para mamá”).
Federico quedará muy pronto prendado por el sonido de las maracas, del bongó, de las claves. En las “fritas” de Marianao, localidad costera muy cercana a La Habana, el poeta se iniciará en el conocimiento del son en compañía de jóvenes y viejos soneros; rara era la noche en la que no acudía, sobre todo a escuchar atreviéndose incluso a tocar las claves y a acompañar a los músicos con su voz. Así lo contaba el musicólogo español Adolfo Salazar, compañero de viaje de regreso del granadino: “Se había hecho amigo de los morenos de los sextetos y no había noche que la excursión no terminase en las fritas de Marianao. Primero, escuchaba muy seriamente. Luego, con mucha timidez, rogaba a los soneros que tocasen éste o aquél son. Enseguida probaba con las claves, y como había cogido el ritmo y no lo hacía mal, los morenos reían complacidos haciéndole grandes cumplimientos. Esto le encantaba: un momento después, Federico acompañaba a plena voz y quería ser él quien cantase las coplas”. Era tanta la afición de Federico por los ritmos cubanos que se llevó de vuelta para España un buen número de discos de pizarra. Según Adolfo Salazar: “Federico y yo llevamos en el Manuel Arnús los primeros sones que en Granada y en Madrid golpearon sus claves y rechinaron sus güiros…”. García Lorca confesaba que quien lo inició en la ciencia folclórica fue un viejo compositor discípulo de Verdi, Antonio Segura, a quien le dedicó su primer libro: Impresiones y Paisajes. En todo caso, la faceta folclorista del poeta de Fuentevaqueros, no por ser poco conocida deja de ser importante (significativa fue la carta de recomendación que Manuel de Falla le escribió a María Muñoz, en la que se refería más a la vertiente musical del granadino que a su figura de poeta).
Gran conocedor de la música popular y del mundo gitano –no olvidemos el Concurso de Cante Jondo que organizó con Manuel de Falla en 1922-, fuente de inspiración constante en toda su obra, a Federico García Lorca también le llamó la atención la “negritud,”18 que conoció en sus dos vertientes: la dramática de Harlem y la “amable” de Cuba. Significativa fue la primera impresión que “atrapó” al poeta cuando divisó por vez primera el perfil de La Habana: “La Habana surge entre cañaverales y ruido de maracas, cornetas chinas y marimbas. Y en el puerto, ¿quién sale a recibirme? Sale la morena Trinidad de mi niñez, aquella que se paseaba por el muelle de La Habana (...) Y salen los negros con sus ritmos que yo descubro típicas del gran pueblo andaluz, negritos sin drama que ponen los ojos en blanco y dicen: “Nosotros somos latinos”. La correspondencia epistolar del poeta durante su estancia en Cuba es pródiga en referencias elogiosas a la raza negra; a veces de una manera tierna, entrañable, como en la carta que escribió a su amigo José María Chacón después de su visita al Valle del Yumurí, en Matanzas: “Pocas cosas en el mundo más bellas que esta adorable pareja de niños negros del valle Yumurí (...) Tengo necesidad de decir que lo más bello de toda la isla son los niños negros”.
El folclore afrocubano despertó un vivo interés en Federico. Fernando Ortiz reveló que el poeta granadino fue acumulando un gran número de piezas relacionadas con esta materia (collares de santería, símbolos de “orishas”, etc.) para llevárselas de vuelta a España. García Lorca tuvo la gran satisfacción de conocer personalmente a Carmela Bejerano, la doncella negra de Lydia Cabrera; a ellas les había dedicado tiempo atrás La casada infiel.
De la mano de Lydia Cabrera, gran estudiosa de la herencia africana en Cuba, el poeta asistió a una ceremonia de iniciación ñáñiga. Allí, según contaría mucho después la antropóloga, se horrorizó tanto ante la extraña apariencia del Diablito o Íreme que se le abrazó al cuello. Los Ñáñigos o Abakuás constituían una sociedad secreta formada solamente por hombres, que se fundó hacia 1830 por negros esclavos procedentes de la costa de la actual Nigeria. Uno de los personajes más característicos de su liturgia eran los Íremes. Con una apariencia diabólica, iban cubiertos con tela burda de saco o tela vistosa de muchos colores y caprichosos dibujos, con un capuchón puntiagudo sobre la cabeza y cencerros en la cintura y tobillos para espantar con su sonido estridente. En sus manos llevaban un cetro y un ifán o rama. Su misión consistía en venir a la tierra para comprobar la fe de sus adeptos y su corrección en el seguimiento de la liturgia.
Federico García Lorca también frecuentó los círculos musicales habaneros. Allí conoció al compositor y profesor español Pedro Sanjuán, que se había trasladado a Cuba en 1924, y coincidió con el crítico musical Adolfo Salazar. El poeta granadino también conocerá al escritor y musicólogo cubano Alejo Carpentier (al que invitará cuatro años más tarde al estreno de Yerma), y al escritor Nicolás Guillén, cuya primera obra, Motivos de Son, llevó los ritmos afrocubanos a la poesía. La investigadora cubana Nydia Sarabia afirma que fue el abogado y periodista José Antonio Fernández de Castro (1897-1951)19 , jefe del suplemento literario dominical del Diario de la Marina, quien presentó a ambos poetas, que almorzaron juntos en un restaurante de la Plaza de la Catedral de La Habana.
SON DE NEGROS EN CUBA
Existen muchas elucubraciones acerca de las obras que Federico García Lorca alumbró durante su corta pero intensa estancia en Cuba. De entre las posibles candidatas, Así que pasen cinco años y, sobre todo, la enigmática El Público son las más sospechosas de haberse gestado en la isla caribeña. De ésta última existen testimonios coincidentes de Adolfo Salazar y de los hermanos Loynaz (el poeta obsequió a Carlos Manuel Loynaz con un manuscrito que desapareció, posiblemente tras haber sido destruido por éste en un episodio de desorden mental), así como la única copia que se conoce, escrita parcialmente en hojas timbradas del hotel La Unión y fechada el 22 de agosto de 1930, apenas mes y medio después de la partida del poeta. El único texto de García Lorca que sin discusión se reconoce como escrito en Cuba es el poema Son de negros en Cuba, originalmente titulado Son, un canto a la emblemática capital del Oriente cubano y a su ritmo típico, que dedicó a Fernando Ortiz, el gran investigador del folclore afrocubano, más conocido como el “Tercer Descubridor de Cuba”, cuyos estudios fueron fundamentales para el conocimiento de la identidad musical y cultural de su país. Antonio Quevedo atribuyó la génesis de la composición a una conversación mantenida durante la visita del poeta al Valle del Yumurí: comentando la belleza de dicho valle, alguien afirmó que en Santiago de Cuba había paisajes tan evocadores y Federico, entusiasmado, afirmó que no se iría sin visitar dicha ciudad. Se dice que escribió el poema al regreso de Matanzas. Son de negros en Cuba, fechado el 30 de abril de 1930,se publicó por vez primera con el título de Son en el número 11 de la revista Musicalia, correspondiente a los meses de abril y mayo de ese año. Dicha revista, quizá la más importante publicación musical de la época, se fundó en 1928 por los esposos Antonio Quevedo y María Muñoz, y dejó de publicarse en 1942. El poeta le regaló a María Muñoz el manuscrito original. Años después, Antonio Quevedo donaría el mismo a la antigua biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País.
SON DE NEGROS EN CUBA
Cuando llegue la luna llena iré a Santiago de Cuba,iré a Santiagoen un coche de agua negra.Iré a Santiago.Cantarán los techos de palmera.Iré a Santiago.Cuando la palma quiere ser cigüeña,iré a Santiago.Y cuando quiere ser medusa el plátano,iré a Santiago.Iré a Santiagocon la rubia cabeza de Fonseca.Iré a Santiago.Y con el rosa de Romeo y Julietairé a Santiago.Mar de papel y plata de monedas.Iré a Santiago.¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas!Iré a Santiago.¡Oh cintura caliente y gota de madera!Iré a Santiago.Arpa de troncos vivos. Caimán. Flor de tabaco.Iré a Santiago.Siempre he dicho que yo iría a Santiagoen un coche de agua negra.Iré a Santiago.Brisa y alcohol en las ruedas,iré a Santiago.Mi coral en la tiniebla,iré a Santiago.El mar ahogado en la arena,iré a Santiago.Calor blanco. Fruta muerta.Iré a Santiago.¡Oh bovino frescor de cañavera!¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro!Iré a Santiago. Existen muchas exégesis de Son de Negros en Cuba, consecuencia evidente de la gran variedad de imágenes simbólicas que contiene. Podemos citar unas cuantas: “en un coche de agua negra” se identifica con el Tren Central, en el que García Lorca viajó desde La Habana a Santiago; “ritmo de semillas secas” es el sonido provocado por el movimiento de las maracas; “cintura caliente y gota de madera” son las claves23 cuando se tocan para desencadenar el ritmo del son; “arpa de troncos vivos”, es la impresión del poeta al atravesar Cuba como si fuera un país con forma de arpa gigante formado por millones de troncos sonoros; “mi coral en la tiniebla” es la brasa que forma el tabaco antes de convertirse en ceniza.
En Son de Negros en Cuba también afloran recuerdos de la infancia de Federico García Lorca: su temprana relación con Cuba, cuando admiraba las bellas litografías que adornaban las cajas de puros que recibía su padre desde la isla: “mar de papel y plata de monedas”; “y con la rosa de Romeo y Julieta” (la marca del tabaco); “la rubia cabeza de Fonseca” (en referencia a Francisco Fonseca, empresario español que en 1907 registró la marca con su apellido). Al recitar el poema llama la atención la constante repetición del estribillo “Iré a Santiago”, que recuerda al montuno cantado a coro, característico del son. Con ello, García Lorca consiguió dotar de musicalidad propia a su composición. Sin embargo, a pesar de ser un poema con una fuerte carga musical, pasaron muchos años hasta que alguien se atrevió a trasladarlo al pentagrama. El honor le cupo al famoso músico cubano Francisco Repilado, más conocido como “Compay Segundo” (1907- 2003), que lo estrenó un 13 de junio de 1997 en el auditorio del Generalife de Granada como fin de fiesta de un homenaje a Federico García Lorca con “Tomatito”, “Kiko Veneno” y Raimundo Amador. LA PARTIDA Han pasado tres meses y unos pocos días desde que el poeta llegó a La Habana; la estancia cubana de Federico García Lorca, intensa y fecunda, está llegando a su fin. Finalmente, sacará un pasaje para el 12 de junio en el vapor correo “Manuel Arnús” de la compañía Trasantlántica, vía Nueva York-Cádiz-Barcelona. Le acompañarán en el viaje Adolfo Salazar y Luis Cardoza y Aragón. La Revista de Avance organizará en la víspera de la partida una comida en homenaje a los tres amigos: García Lorca, Salazar y Cardoza. Será en el hotel Bristol. Se acerca el momento de la partida. Según Antonio Quevedo, Lorca y Salazar compartieron con él y su esposa, María Muñoz, la jornada final. Los cuatro se fundieron en un abrazo y Federico dijo: “... Hago falta en España”. El poeta está preparando el estreno de La zapatera prodigiosa para el mes de diciembre. A pesar del testimonio de Antonio Quevedo, no hay unanimidad en cuanto a qué hizo y con quién estuvo el poeta en sus últimas horas en suelo cubano. Flor Loynaz afirmaba que ella había almorzado con Federico y Adolfo Salazar en el restaurante ubicado en los bajos del antiguo hotel Detroit. La sobremesa se dilató más de lo debido y los tuvo que llevar a toda prisa por las calles de La Habana en su automóvil pues perdían el barco.
Al abandonar Cuba, Federico afirmó a sus amigos: “Aquí he pasado los mejores días de mi vida”. Esa pasión por el país caribeño se la llevó en su corazón rumbo a España, con la intención de retornar en un día no muy lejano. Por desgracia, ese deseo no se pudo cumplir, lo truncó la Guerra Civil. Se lo quitó la muerte.
Si el granadino sintió una auténtica pasión por Cuba, ese amor fue recíproco, correspondido. En 1940, el escritor hispano-cubano Lino Novás explicó ese sentimiento mutuo de una forma contundente: “Cada cubano tiene su Lorca”. Por eso no es de extrañar que el poeta granadino sea hoy en día el autor no cubano más difundido en la isla, y que en 2006 se constituyera una Comisión Nacional para conmemorar el Centenario de su muerte y, de paso, recordar su corta pero intensa estancia en la mayor de las Antillas.
De entre los muchos ejemplos que demuestran el cariño del pueblo cubano por Federico sólo citaremos uno, quizá el más significativo por la carga simbólica que tiene: en 1962, el antiguo Teatro Tacón, posteriormente Nacional, fue nacionalizado por el Gobierno surgido de la Revolución como Gran Teatro de La Habana y se le dio el nombre de García Lorca a su sala más importante. En la actualidad es la sede del Ballet Nacional de Cuba, Institución señera de la cultura cubana, dirigida por la gran bailarina Alicia Alonso.
Como dijo una vez el poeta: “Cuba es un paraíso. Si me pierdo, que me busquen en Cuba o Andalucía...”.Y como le parodió Lino Novás “Cada cubano tiene su Lorca”.