Revista Música
Hay discos que requieren –demandan- que quien se dispone a escucharlos se tome su tiempo y ponga en ello sus cinco sentidos, sencillamente contienen demasiada riqueza para ser escuchados de otra manera, de igual modo que, como apasionados de la música, merecemos el pleno disfrute que nos supone la escucha pausada y atenta cada pequeño detalle de esas obras. Hay discos, además, que verdaderamente te elevan del suelo que pisas. Hay discos que sencillamente elevan el alma, tanta es la belleza que desprenden. En lo que a mí respecta “No Other” de Gene Clark es uno de esos discos.
Si hace unos meses al hablar de “White Light” (1971) resaltaba la austeridad y la sobriedad de ese excelente tratado de folk rock acústico y melódico que se marcó Gene Clark, y con el que yo me inicié en su carrera en solitario, ahora, al hablar del disco con el que continué mi particular viaje tras los pasos del californiano, debo decir todo lo contrario: “No Other” es excesivo se mire por donde se mire, tanto que recuerdo que la primera vez que lo pinché, tras haberme hecho con él sin ir previamente advertido de su contenido, casi tuve que volver a mirar la carátula para asegurarme de que aquello era realmente un trabajo de Gene Clark. Y digo casi porque si hay algo que permite identificar al instante un disco de Clark, aparte de su voz excepcional, es la transparencia y la belleza de sus melodías. Y de eso en “No Other” hay mucho, y en grado superlativo. Pero hasta ahí llegan los parecidos con ese trabajo, porque lo que en aquél era sobriedad aquí es barroquismo, lo que en aquél era austeridad instrumental en este es auténtico exceso en el que capas y capas de cuerdas, de percusiones e incluso de viejos sintetizadores se añaden a la ya abultada presencia instrumental de la mano de los mejores músicos de sesión de la época que fueron convocados para la grabación de este disco, disparándose de manera alarmante los gastos de una producción que pronto fue cancelada por un asustado David Geffen, que obligó a Clark reducir a ocho temas su proyectado doble álbum de trece o catorce.
El “Sgt. Peppers” del country rock, Motown cósmico, “auténtica música cósmica americana” (Gram Parsons), un extraño “What’s Going On” desde Laurel Canyon… son algunas de las cosas que se han dicho acerca de este trabajo en el que el country rock se fusiona de manera tan sorprendente como visionaria con el pop psicodélico, el soul, el funk y el jazz eléctrico para dar lugar a una obra maestra extraña y atípica, una gozosa locura en la que el sentimiento místico campa a sus anchas por cada uno de sus maravillosos cortes. Y aunque yo no manejo tan bien esos conceptos y esas asociaciones que tan bien describen el disco, puedo decir que la voz nítida y sincera de Clark, su apego íntimo a unos textos reflexivos, pero imbuidos al mismo tiempo de un misticismo Zen que por momentos los hace volar hasta alcanzar dimensiones cósmicas, la subyugante belleza de las melodías, la insospechada y agradecida presencia de unos coros góspel de dimensiones épicas y el sonido y la magia de unas guitarras que te traspasan y te elevan, hacen de la escucha de este disco una experiencia plena que te reconforta con la vida. Ya sé, me he quedado a gusto, pero prometo que soy sincero.
Y si el disco fue excesivo en su concepción y en su elaboración, yo lo voy ser con la entrada que le estoy dedicando, aun a sabiendas de que es posible que muchos no lleguen al final. Al fin y al cabo eso mismo le sucedió a Gene Clark, cuyo trabajo resultó un completo fracaso de crítica y ventas, hasta el punto de que su compañía lo descatalogó dos años después de publicarlo, un golpe del que el californiano nunca llegaría a recuperarse del todo. Así que vamos con las canciones.
El disco se inicia con “Life’s Greatest Fool”, una soberbia y hermosa pieza de country rock en la que nada hace presagiar la irrupción a mitad de canción de esos maravillosos coros góspel que ya no nos abandonaran hasta el final del disco. Le sigue esa perla de querencia country y de tintes ecológico-cósmicos llamada “Silver Raven”, uno de los temas más conocidos de Clark. Pero es a partir del siguiente tema cuando uno se percata de que está ante algo completamente diferente y atípico, y también muy grande, porque en “No Other” Clark y sus músicos, sencillamente, despegan y comienzan a volar en una alucinante y atmosférica pieza cercana al funky y al jazz eléctrico de creciente tensión instrumental que termina desembocando en la enorme “Stregnth Of Strings”, donde el vuelo alcanza ya dimensiones estratosféricas en el momento en que Clark comienza cantar, con voz tan solemne como sentida, tras la entrada de la orquesta y los coros al completo. Curiosamente (o no tanto) estos dos últimos fueron los temas que más me chocaron y a los que más me costó acostumbrarme en las primeras escuchas, sin embargo, os aseguro que a medida que os metéis en los mismos y os dejáis llevar por la dimensión cósmica y grandilocuente que Clark quería dar a su trabajo terminan siendo los temas que más satisfacción sonora producen.
Pero sigamos, sigamos que lo que vienen ahora son dos piezas que quizá contengan las melodías más hermosas jamás compuestas por mi californiano favorito. La primera es “From A Siver Phial” cuya luminosidad y perfección emociona y conmueve. Recuerdo que hace un tiempo se hablaba por la blogosfera de canciones con las que nos gustaría ser enterrados, bueno, si alguien se decide a hacer esa lista, que anote esta en mi cuenta, gracias. Pero es que tras esa enorme y resplandeciente joya llega otra de igual brillo y dimensión llamada “Some Misunderstandig”, cuya sublime melodía unida al sentimiento que Clark pone al cantar y a una guitarra que nos perfora de parte a parte, nos eleva y nos hunde al mismo tiempo, nos expande y nos derrite, convirtiéndonos en miles de microscópicas partículas flotando perdidas en el cosmos. Y aquí me detengo para hacer un copy/paste con las palabras del periodista Enrique Martínez (Feedback-zine) sobre esta canción: “En ella se pueden encontrar algunas de las claves ocultas de la temática del disco. Lo que late aquí, por debajo del arrebato místico (o tal vez alimentándolo) es la misma clase de desencanto generacional y de amarga epifanía personal que cruzaba “On The Beach” de Neil Young y “Blood On The Tracks” de Dylan, publicados en la misma temporada. Con ellos conforma “No Other” una trilogía fascinante, extrañamente sincronizada. La obra contemporánea de tres compañeros de generación, de tres cantautores con talentos privilegiados buscando respuestas absolutamente dispares a su propia confusión y derrota, en el chirriante gozne de una década que ya no sería ni tan dorada ni esperanzadora para ellos como la anterior.” Tras las altas cotas de emoción alcanzadas con los temas anteriores nos damos un respiro con “The True One”, un excelente tema de puro country rock melódico, de una elegancia y una clase que solo unos pocos privilegiados como Gene Clark pueden alcanzar, para volver a subir la temperatura con el tema que cierra el disco, “Lady Of The North”, en el que se cantan las excelencias de un amor perfecto y sublime que fue echado por la borda, y que constituye un broche perfecto para cerrar un disco mayúsculo.
En 2003 se comenzó a hacer algo de justicia con este disco cuando se volvió a editar añadiendo a los ocho temas originales un noveno grabado en aquellas costosas sesiones pero finalmente desechado, junto con las maquetas de los otros ocho, mucho más desnudas, y que nos permiten apreciar el perfecto esqueleto de los temas compuestos por Clark, mientras yo no puedo evitar preguntarme cómo hubiera sido ese disco doble con las trece o catorce canciones proyectadas y dónde están las maquetas que grabó Clark de los temas restantes. Pero en fin, eso ya es especular, y mejor haremos conformándonos y disfrutando con lo que tenemos, que ya es mucho. Y, ahora sí, ha llegado el momento de dar el cierre. Y para despedir esta kilométrica, excesiva y gozosa (para mí) entrada vuelvo a recurrir a Enrique Martínez: “Un disco tan único como su propio título indica, la clase de obra maestra que sale de debajo de la piedra más insospechada. Un disco que, y aquí nos ponemos solemnes y asumimos lo que decimos, debe estar desde ya en ese panteón de dolidas obras maestras rescatadas a destiempo. Allí, con todos los “Foreverchanges”, “Sister Lovers” y “Pink Moon” de este mundo. Donde habita la grandeza oculta del ser humano puesto en la estacada. Donde haber estado en el lugar equivocado y en el momento menos oportuno se convierte en una circunstancia menor cuando se ha dejado una marca tan falsamente discreta como verdaderamente indeleble. Marca que espera que alguien, alguna vez, le preste la atención que siempre ha merecido. Ahora, ese alguien puedes ser tú”. Amén.