Cobertura de Espectadores.
A fuerza de originalidad y de un fino sentido del humor, Generación artificial se abre paso entre los demás largometrajes que compiten en la sección oficial nacional de la 17ª edición del BAFICI. Reconstrucción del fenómeno que los video-jockeys o VJs protagonizaron en la noche porteña de los años ochenta y noventa, parodia de documental (o mockumentary en la jerga anglosajona), desarrollo de una historia de suspenso con pinceladas de ciencia ficción: un poco de todo esto es la extraordinaria película de Federico Pintos.
‘Extraordinaria’ en el sentido literal del término, es decir, fuera de lo común. Por lo pronto, cuesta encontrarle precedentes a esta aproximación a un retazo tan específico, y por otra parte ninguneado, de nuestra cultura urbano-nocturno-tecnológica (con perdón del barbarismo).
Pintos recurre a la primera persona del singular para inventar una falsa autobiografía profesional a nombre de un alter ego con experiencia en mezcla de imágenes para eventos sociales y discotecas, con contactos en el rubro, y con el sentido crítico suficiente como para evitar la tentación del repaso nostálgico. Acaso inspirado en la metodología de trabajo de VJs y DJs, el realizador también superpone capas de material.
A medida que avanza la película, se abren como mamushkas las entrevistas a video-jockeys retirados y en actividad, las consultas a especialistas en artes visuales, programación informática, neurociencias (por ejemplo Graciela Taquini, Mariano Sigman, Marcelo Urresti), fragmentos de ediciones digitales y en VHS, la ficción en torno a un excéntrico ex-colega de apellido Lascano. Hacia el final del film, adquiere especial importancia este personaje obsesionado con la posibilidad de que los seres humanos aprendamos a proyectar con nuestro cerebro imágenes propias en una pantalla.
Después de dar vueltas un tiempo, nuestra memoria cree encontrar un antecedente (remoto, pero antecedente al fin) para Generación artificial: El artista de Mariano Cohn y Gastón Duprat. Como la película que protagonizó el escritor Alberto Laiseca, ésta también invita a reflexionar sobre los límites entre el arte, la ciencia y la charlatanería. Como sus colegas, Pintos prefiere hacerlo con sentido del humor.