Revista Opinión

Generación Mazinger

Publicado el 09 marzo 2014 por Jordi Mulé @jordimule

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En el pueblo de El Pla de Santa Maria, cerca de Valls, en Tarragona, se encuentra la que quizá pueda ser la única escultura existente dedicada a aquel protagonista mítico de una de las primeras series de dibujos animados japonesa “manga” de los años setenta, me refiero a Mazinger Z.

Nos tenemos que remontar a los años setenta, aquella época en la que sólo existían dos canales de televisión, la primera y la UHF, cuando se emitió la mítica serie por la primera, los sábados después del telediario y antes de la película de vaqueros de “primera sesión”. Al no existir alternativas televisivas, cualquier serie conseguía un rotundo éxito, y ese fue el caso de ésta. Fue un éxito tan impresionante que, de repente, todos los niños pedíamos a nuestras madres que nos compraran unos puños de plástico lanzables que se vendían en los mercadillos y jugueterías, y así, en el recreo del colegio, imitar a nuestro ídolo al son de “puños fuera”; también hicieron furor la colección de cromos, los cómics, y toda una serie de productos derivados. Recuerdo como un drama cuando, de repente, se dejó de emitir la serie para pasar a emitir otra que creo que se llamaba “Orzowey”, o algo así.

En aquellos años muchas familias aspiraban a tener una segunda residencia, todavía no habían burbujas inmobiliarias y los precios eran asequibles, de todas las opciones posibles, muchos optaban por construírsela; primero adquiriendo un terreno, después construyendo una casita para pasar los fines de semana y acabando en un chalecito. Fue entonces cuando algún empresario avispado vio la oportunidad, instaló un Mazinger Z de diez metros de altura en el centro de unos terrenos en venta, llamados “Mas del Plata” e hizo el reclamo, “compre un terreno junto a Mazinger Z”; así, muchos niños pasamos del “mamá, cómprame unos puños de plástico” a “mamá, cómprame un terreno donde Mazinger”. Personalmente, desconozco el éxito de tal iniciativa, pero allí quedó la estatua, en el centro de la urbanización.

Esos niños de los setenta somos los adultos de cuarenta de la actualidad, los que en estos momentos estamos asumiendo las máximas responsabilidades y los llamados a gobernar el país. Tuvimos una infancia con no tantas alternativas lúdicas como ahora, no teníamos móvil, internet o whatsapp; jugábamos en la calle sin que pasara nada ni nadie nos denunciara, seguíamos a los mismos ídolos y tuvimos el mismo sistema educativo, heredado del régimen anterior; aún así, crecimos, nos formamos y adquirimos espíritu crítico. Somos la próxima generación de hombres y mujeres de mediana edad, somos la generación Mazinger.

Y la estatua continúa así, impertérrita y con los brazos alzados en trance de “fuego de pecho“, los años han hecho mella en ella, tiene algo de óxido y algún percance le ha arrebatado el planeador que pilotaba Koji Kabuto de su cabeza. Hay quien dice que se trata de un monumento al friquismo, yo veo en ella un monumento a nuestra generación, somos como ella, quizá el tiempo acabe haciendo mella en nosotros pero allí estamos, con los brazos alzados, en nuestro mejor momento creativo y a punto de lanzar nuestro mejor “rayo fotoatómico”. Somos la “generación Mazinger”, va por nosotros.


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