Esta es una pregunta que la sociedad ha estado haciéndose desde hace siglos. Hasta el siglo XIX, la creencia era que el genio nace. Eric Weiner en su libro “La geografía del genio” explora aquellos lugares en los que explotó el genio; lugares como la Viena de 1900, la Florencia del Renacimiento, la Atenas clásica, o Silicon Valley, en los que personajes como Leonardo da Vinci, Sócrates o Miguel Ángel, dejaron obras inmortales. Weiner se pregunta: “¿Qué había en el aire en esos lugares, y cómo podríamos embotellarlo?”.
La gran pregunta es: ¿de dónde viene el genio? ¿se puede inducir el genio? Los genios tienen un nivel de inteligencia superior a la media, y/o un conjunto de talentos natos que los diferencian de los demás. Pero la genialidad es además creatividad y el saber ver lo que otros no ven.
La serie “Cerebros asombrosos” debate estas grandes cuestiones sobre la inteligencia humana. ¿De qué depende la genialidad? ¿Cómo influye el sexo, el tamaño del cerebro o el hemisferio dominante? Y, ¿pueden la educación y un entorno propicio potenciar la capacidad intelectual hasta el punto de convertirnos en superdotados?
La tesis de Weiner incide en la importancia del entorno. Por ejemplo, cuenta cómo en la Unión Soviética quiso poner en marcha su versión de Silicon Valley en los años 1960, creando la ciudad de Zelenogrado en la que reunió a cerebros de las matemáticas y la ingeniería. Desgraciadamente, la creatividad no surge por órdenes superiores de ningún gobierno.
Andrew Robinson
Andrew Robinson, un biógrafo inglés, ha analizado algunas curiosas teorías sobre el genio. Una de ellas es la llamada teoría de los diez años o regla de las diez mil horas en EEUU. La premisa es: para tener éxito en algo, una persona debe trabajar en ello 20 horas a la semana durante 10 años. Si consigue sobrellevar la disciplina, el éxito está asegurado. Así, K. Anders Ericsson, el psicólogo considerado como el creador de esta regla, afirma que los expertos siempre se hacen, no nacen. Sin embargo, cree en los talentos prodigiosos que se estimulan a edades tempranas. Un claro ejemplo es el de Mozart, pero de quien no hay que olvidar que su formación en música comenzó a los cuatro años y que su padre también era compositor.
Andrew Robinson estudia en su libro “Sudden Genius” lo que tenían en común personajes como Leonardo da Vinci, Mozart, Darwin, Einstein, Virginia Woolf, Christopher Wren, Jean-Francois Champollion, Marie Curie, Henri Cartier-Bresson y Satyajit Ray.
La neurociencia se dedica a investigar los momentos “Eureka” de los genios mediante estudios en el cerebro que ofrecen pistas sobre la posible mecánica detrás de estos momentos de clarividencia. Se trata de estudiar la interacción dinámica de redes neuronales y la activación de las diferentes partes en el proceso. Aquí entra el juego el papel crucial de las matemáticas. Estas redes neuronales son modelizadas mediante teoría de grafos, la dinámica de las señales luminosas y acústicas que indicen en nuestro cerebro se estudian mediante física de ondas, cuya base matemática es la dinámica no lineal, y además, hemos de tener en cuenta procesos estocásticos entre las diferentes señales que nos bombardean desde el mundo exterior.
La creatividad, se vincula, desde el punto de vista neurocientífico, a una mayor comunicación entre distintas partes del cerebro. Y así, la neurociencia pretende dar la respuesta a si la genialidad es algo que puede cultivarse y fomentarse. Los cerebros de alguno de estos genios se conservan en el museo Mutter de Filadelfia, como el cerebro diseccionado de Albert Einstein. En las láminas cerebrales se contemplan unas rugosidades que nos recuerdan a un estuario. No se sabe si el tejido cerebral dotaba al genio de sus facultades cognitivas. Aparte, para la información de los más escatológicos, en este museo pueden contemplarse también los cálculos vesicales de John Marshall, presidente del Tribunal Supremo, la mandíbula del presidente Grover Cleveland y las extremidades de soldados heridos de guerra.
Para los que no hemos nacido con la gracia de la genialidad, podemos acogernos a la sentencia de Edison: “El genio es un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de transpiración”. Así que nos queda esperanza.
Terence Tao, a la edad de siete años en clase de Matemáticas
En el mundo de las matemáticas, el genio se ha asociado siempre a la juventud, y así la medalla Fields se concede a menores de cuarenta años en el año de la celebración del Congreso Internacional de Matemáticos (ICM). En el ICM de Madrid en 2006, Terence Tao ganó la medalla Fields con 31 años y hoy en día es aclamado como un genio sobrenatural. Es tal su reputación que Charles Fefferman decía de él: “Si estás atascado con un problema, una manera de solucionarlo es interesar a Terence Tao”. Pero Tao rechaza la idea de genio. Tao cree que lo realmente importante es el trabajo duro, guiado por la intuición y algo de suerte.
En cualquier caso, los mortales seguiremos confiando en la transpiración.
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Manuel de León (CSIC, Fundador del ICMAT, Real Academia de Ciencias, Real Academia Canaria de Ciencias, ICSU) y Cristina Sardón (ICMAT-CSIC).
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