Epicuro, siglo III a.C.
Lo hermoso de las paradojas, la de Epicuro es una fascinante, es que distraen de asuntos de mayor importancia. Conozco cientos de argumentos irrelevantes que conmueven mi alma sensible con más fortuna que los altos, hondos y nobles, relevantes todos, que ocupan páginas trascendentes. Me encantan todas las dulces peripecias del espíritu y declino cortesmente las insinuaciones espesas de la cultura, toda esa argamasa fungible con la que se han ido construyendo las civilizaciones. Comprendo, al cabo de los años, que el mundo va a seguir girando sin mi contribución. Que mi trabajo en la tierra es insignificante. En términos muy parcos, he aceptado que no doy más de mí y que todo lo que más placenteramente me entra proviene de la industria de las amenidades, excluyendo de esa nómina las cosas serias, las que arrugan el ceño y predisponen al ánimo al decaimiento. No crean que esa conclusión (no dar más de mí) me ha alegrado las pajarillas. Bien al contrario, he sentido una punzada en el corazón, un quebranto en el cerebro y una aspereza en los labios cuando le he confesado a mi buen amigo K. mi renuncia a entender el mundo, mi alegre matrimonio con los placeres frívolos, mi completa adicción a lo pasajero.
K. no me ha fallado: me ha mandado a tomar por el culo graciosamente y me ha dicho que mañana, pasado a lo más lejos, vuelvo a los placeres intelectuales, los que adiestran el alma contra los rigores del tiempo, los que te curten por dentro. No haces mal a nadie, Emilio, pero al final el que sale perdiendo eres tú, ha sentenciado hace bien poco, minutos antes de largar esta manifestación bastarda de mis vicios. Inocente se vive mejor, le he contestado. Ensimismado. Embebecido. Fija la mirada en un punto distante, dilucidando la naturaleza de la luz, calculando la gravedad de la fuga. A lo que concluyo con la peregrina idea de que o bien Dios quiere que sea un ser elemental y me inspira para que me esmere en ese propósito o quiere que afine mis sentidos y les encomiende la misión de entender el mundo. No entra en ninguna de esos cálculos que nadie se percate de que haga una cosa u otra. O bien: he aquí el barrunto final de mis cuitas, no hay Dios y nadie vigila mis destemplazas. Nada se puede afirmar con rotundidad sobre nada de lo que hoy he dejado escrito. Ni sobre la certeza de lo que expongo ni sobre el intrascendente (para mí) hecho de que existe o no un Ser que tutela mis desvaríos, vigila mis pasos y me espera allá en lo alto, vivífica y extemporalmente. Dicho lo cual queda en el aire viciado de los bits, amable lector, si en el fondo no estaré ya decantándome por uno de los dos criaturas que me pujan dentro. Seguro que en algún recodo del camino lo he dejado claro.
Cuando el demonio no tiene nada que hacer....ás también tener la instalado Genymotion correspondiente a tu sistema operativo.
3- Abre Eclipse y allí ingresa al Menú “Help / Install New Software” , Luego a add a new Update Sitecon la siguiente dirección URL: http://plugins.genymotion.com/eclipse
Deberás aceptar y darle varios permisos
Luego aparecerá en el Menú de Eclipse, un ícono con los dispositivo virtuales de Genymotion. deberás configurar el directorio donde lo instalaste en tu computadora.
Enlace | Genymotion.com