Revista Educación

Gerontofobia

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Gerontofobia

Un veinte por ciento de los españoles tiene más de 65 años. Unos diez millones de personas se encuentran, por tanto, en ese tramo de edad en que el estado de bienestar les compensa con un retiro pagado y una -muchas veces insuficiente- pensión tras una vida cotizando. En el lado contrario, otros quince millones que no han cumplido los treinta dan sus primeros pasos en esta jungla, algunos probablemente completando su formación, otros aún improductivos por lo jóvenes (o por propia apetencia). Los más cercanos a la treintena se ven condenados a morar en el nido familiar porque la vivienda lleva décadas a precios imposibles, y aún no pueden permitirse un alquiler, cuando no una hipoteca, que les amarre hasta el infinito.

El jamón del bocata es el contribuyente neto, una masa trabajadora que durante 35 años hará malabarismos por conservar su empleo o mantener a flote una empresa, mientras sostiene el consumo y garantiza con impuestos y aportaciones a la Seguridad Social la viabilidad del sistema. De esos 15 o 16 millones de mujeres y hombres, descontando a quienes están en paro o han optado por no trabajar, tienen que salir los ingresos que garanticen las pensiones, la educación, la sanidad y los servicios de todos. Condenados a entendernos.

La degradación de la sociedad se percibe cuando las clases dominantes rehúyen el debate sobre lo importante, como la insuficiencia de aquellas pensiones o lo imposible de estas hipotecas, renuncian a buscar el diálogo, e insertan el chip de que impera una fobia hacia lo distinto. Cuando era pequeño recuerdo que ese miedo irracional, angustioso y obsesivo, sólo se desarrollaba ante determinados animales, los insectos, la oscuridad, los espacios abiertos... Hoy se han asentado la islamofobia, homofobia y estatuofobia. Los hay, modernos ellos, que hasta reclaman no escuchar ideas contrarias para no entrar en estado de ansiedad.

Podrán ser falsas (o descontextualizadas) esas frases ignominiosas de Bill Gates, Ted Turner y Christine Lagarde que circulan por las redes llamando a reducir la población mundial, pero existe la gerontofobia, el odio insano hacia los mayores, que se manifestó con toda su crudeza en el referéndum sobre el Brexit, y que se percibe cada vez que recibe apoyos un partido político que no me gusta "porque los viejos van siempre a votar". Se ha planteado que las personas de más de 65, esos diez millones de los que hablaba al principio, no tengan derecho a decidir. La guerra intergeneracional es la eterna dicotomía entre lo antiguo y lo nuevo.

Aunque ya mueren más españoles que los que nacen, se intensifica esta apología de la juventud que no solo pone en duda el valor añadido de tener una longeva historia cargada de vivencias, sino que liquida etapas de la existencia: Pasados los diez años te das cuenta de que ya no hay muñecas, balones ni prendas infantiles. La publicidad y quien la sufraga han decidido que hay que empezar a usar ropa adulta y dejar los juegos, en un intento de hurtar a la niñez su derecho a ser disfrutada. En el lado opuesto nos esperan las cremas antiarrugas y las operaciones de estética para que todos estemos en esa franja no pureta y "aceptable" entre 20 y 35. Ni niño ni contribuyente, ustedes me siguen, sólo una juventud a la que se roba su sentido real: El tránsito necesario a las responsabilidades y la monotonía de una vida madura, de señoro, donde el respeto, la dignidad y la seguridad son los valores primordiales.

El último episodio de ese verdadero desprecio a la edad lo ejemplifican los sinvergüenzas que se aprovechan de ocupar un puesto político para vacunarse antes contra la COVID-19. Valerse de un carguito para pasarse por el arco del triunfo un protocolo que protege a mayores y enfermos... No se me ocurre mayor indignidad. Hasta las vacunas nos roban. Dimitan, golfos.

Como decía mi abuelo: "A mis años llegarás...". Voy llegando y voy entendiendo.


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