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Gilda y yo. la escapista

Publicado el 21 noviembre 2022 por Elvientononosllevo

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LA ESCAPISTA - CAPÍTULO DOS

Recuerdo con exactitud lo que ocurrió ese primer día aunquehayan pasado más de once años. Cuando el responsable de la perrera la sacó de la jaula y la vi correr alocadamente por el pequeño patio contiguo sonreí, cuando al ponerle un collar atado a una cuerda a modo de correa y volverse salvaje me asuste. Esa perra tranquila y observadora se convirtió,

sintiéndose atrapada por el collar, en unpura sangre asilvestrado al que se le empieza a domar. Cabeceaba frenética, coceaba y saltaba, se alejaba veloz lo que la longitud de la cuerda le permitía hasta caer frenada y volver a sacudir la cabeza intentando deshacerse de esa atadura infernal. Madre mía, viendo el espectáculo dude si realmente esa era la perra adecuada para unas principiantes. Miraba a mi pareja y no parecía tan impresionada. ¡Está claro que no le gusta la correa!, me dijo, con la cara iluminada del que ha recibido el flechazo del enamoramiento. Suena mal decir que tuve dudas, no es agradable reconocer que después de verla como una bestia me planteé seriamente renunciar a su adopción y que solo el brillo en los ojos de mi pareja me convenció de lo contrario. Cada persona tiene unas capacidadesy ella era capaz de percibir, de desentrañar el lado oculto de los demás. Si a ella le gustaba había algo que yo no veía y merecía la pena, me arriesgué y los años junto a Gilda le han dado la razón.

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Un baño al atardecer


Unos minutos más tarde asumió lo irremediable. Jadeaba agotada de tanto esfuerzo infructuoso,agobiada por el sofocante calor de esa mañana de marzo y resignada a no ser tan libre como le gustaba ser. De camino a la oficina para hacer el papeleo nos miraba con medio metro de lengua fuera, nerviosa y sumida en la incertidumbre. Nunca la he vuelto a ver tan derrotada como aquel día.

Como sólo íbamos a curiosear tuvimos que comprar en la perreratodo lo indispensable, tanto collar como correa además de abonar el pago del microchips. Después de introducírselo con una jeringuillaenorme y los consiguientes llantos y mientras nosotras acabábamos con el papeleo delpasaporte y demás burocracia ella esperaba en una jaula a la entrada.

¿Qué nombre pongo como dueña? Preguntó la veterinaria mirándonos a una y a otra con los dedos en las teclas del ordenador. Me quedé en silencio porque la palabra dueña me chirrió como una tiza rota en una pizarra, porque significaba posesión, dominio y autoridad,porque el lenguaje entre personas y perros ha sido siempre el de mando y sumisión y aunque algunos expertos así lo recomiendan no me sentía cómoda en esa posición. No era el momento paracompartir mis dudas y reflexiones.Di mis datos y así consta en su pasaporte.

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Tres días después de la adopción.


No había mucha variedad de collares, recomiendo que si se va a una perreraa adoptar se vaya provisto de lo necesario. Será mejor que lo pruebes, me dijo la veterinaria y sin escapatoria me acerqué a la jaula con recelo. He de decir que durante años tuve miedo a los perros.Una mala experiencia de niña hizo que a pesar de mi filia hacia ellos no pudiera remediar ese temor. El culpable fue un atontado del barrio que entre risas nos azuzaba a su bóxer y cuatro críos corríamos entre gritosperseguidos por el enfurecido can. Un gilipollas, un miserable de los muchos que hay que utilizan a los perros como armas o como sumidero de sus carencias. Al final un siete en el pantalón y una desconfianza que me costó mucho tiempo superar. Y cuando abrí la jaula todos los miedos de la infancia se abrieron también.No hizo nada, la pobre estaba más asustada que yo pero fui incapaz de acercarme a su rincón y probarle el collar. No se ha dejado, me excusé y tuvo que ir mipareja que volvió describiendo a la del rincón como una bendita. Me sentí fatal y desde luego ese primer contacto no fue el mejor, así que cuando la veterinaria propuso dar un paseo de tanteo por los alrededores cogí la correa y me atreví sola. Con entereza entré en la jaula, le puse la correa y la saqué acordándome de la teoría y del encantador de perros. Mi firmeza no debió ser la suficiente porque en cuanto pudo y solo con escurrir su cabeza salió corriendo hacia el campo de al lado. ¡Se ha escapado! ¡Se ha escapado! Grité buscando ayuda.Ni diez metros se había alejado de la puerta. La mirábamos las tres con una sonrisa, ella con el rabo entre las patas, asustada, seguramente por mis alaridos de loca y mi inseguridad manifiesta, confundida por nuestro primer contacto y conteniendo las ganas de correr por ese campo de hierba fresca. Ahora que la conozco bien se lo dócil que fue. Nada le gusta más que correr libre por el monte, oler y rascarla tierra húmeda, seguir rastros,sentir el horizonte en su hocico, bañarse en el río. Le gusta mirar desde una colina el atardecer como a mí, yo miro el caer del sol, ella los conejos atravesando el campo. Ese día se contuvo de ser libre, de no ser sierva, de no tener amo o dueña. Ese día decidió que compartiría nuestras vidas, y fue más valiente que yo.

Quedan muchos más días, meses y años por contar. Tener perro esuna experiencia maravillosa, el que la vivió lo sabe.

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Aire de libertad


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