España está viviendo uno de los momentos más difíciles de los últimos años. Tenemos uno de los déficits más altos de Europa, la cifra de parados supera los cuatro millones y medio y, además, el gobierno se ha visto obligado por la presión internacional a aprobar un recorte del gasto público que debería haber realizado al iniciarse la crisis. Los sectores más perjudicados del recorte han sido los de funcionarios y pensionistas. En medio de este desconcierto económico y político, el Senado se atrevió ayer a realizar uno de los gastos públicos más patéticos e incomprensibles después de aquellos 30000 euros para los gays y lesbianas de Zimbabwe: 6000 euros en el espectáculo dantesco que protagonizó el Presidente de la Generalidad de Cataluña José Montilla en el Senado.
Este sujeto nacionalista catalán nacido en Iznájar tuvo la idea progre de hablar cuatro lenguas durante su discurso, para lo cual se necesitaron varios traductores, con el fin de armonizar la diversidad lingüística de nuestro florido y rosado país. Cuatro lenguas que se podrían haber reducido a una: el castellano. Porque es muy simple, en un Senado compuesto por miembros provenientes de toda España sólo hay una lengua común y que todos entienden, que es el español, la lengua oficial en todo el territorio. Pienso que es una absoluta desfachatez tener el descaro de afirmar en este claro ejercicio de totalitarismo que se está oprimiendo a Cataluña y discriminando a su lengua. Ellos, los que han hecho desaparecer el castellano de la Administración pública catalana. Ellos, los que multan a los comerciantes por rotular sus negocios en español, pero que no se atreven a multar a Mcdonald’s o a los restaurantes chinos. Ellos, que están intentando hacer legal un estatut anticonstitucional a través de la presión al TC por medio de la manipulación mediática que supone el hecho de que doce periódicos catalanes amanezcan con un mismo editorial. Ellos, y no otros, son los que acusan de catalanofobia a todo aquel que no baila al son que dicta la Generalitat.
Todo esto con el consentimiento de un gobierno que no es capaz de plantarle cara a los intereses de partidos nacionalistas que salen beneficiados por un sistema electoral imperfecto. Me dio vergüenza y pavor ver el otro día a Leire Pajín en el mismo Senado, ese que debería ser eliminado por inutilidad, afirmando, también en cuatro lenguas, muy mal habladas por cierto, que este gasto tan banal e inservible ayudaba a fomentar la cohesión y la diversidad de España.
Señores altos cargos. No nos podemos permitir estas estupideces con el grave problema de gasto público que acarreamos, cuando hay sectores de la sociedad que están viviendo momentos terribles porque están ahogados por el desempleo. Tengo la firme convicción de que si eliminásemos el gasto infructuoso que suponen los sindicatos, la Iglesia, los artistas subvencionados que no comprenden que el arte no necesita dinero para serlo, el Senado, y un elevado número de funcionarios, el déficit disminuiría considerablemente.