Por Hogaradas
Llegué cargada de inocencia, como si nada hubiera pasado. Para mí, en realidad, nada había sucedido, al menos nada que pudiera ser tan sumamente importante para provocar las reacciones de aquella noche.
La cita del día anterior pudo hacerme presagiar que algo no iba bien, pero no fue hasta pasado un tiempo, ya sentada a la mesa, cuando comprobé extrańos silencios, percibidos también por quien sentada a mi lado me preguntó que era lo que estaba sucediendo.
Todavía a día de hoy y pasados tantos y tantos ańos ya, sigo sin entender muy bien la razón por la que aquella noche se me cerraron aquellas puertas; es obvio que mi amistad no era lo suficientemente importante para luchar por ella, o que el supuesto agravio había sido de magnitudes tan estratosféricas, que fue capaz de cargársela de un auténtico plumazo, o quizás también a ello contribuyeran algunas otras cosas…
Sea como fuere, y a pesar de que aquella noche no apuntaba ser precisamente la noche más hermosa, no fue así, porque fui recompensada doblemente, ya que me vine recuperando la amistad y con la mejor el mejor de los regalos, el amor de quien en la actualidad, y desde entonces, comparte mi vida.
Pasado un tiempo comprobé como no solamente las aguas no habían vuelto a su cauce, extrańo si tenemos en cuenta de que siempre he seguido la máxima de marcharme cinco minutos antes de que me echen, y en este caso era obvio que sobraba, sino que seguían discurriendo de un lado para otro de la mano de comentarios de quien, teniendo la viga en su ojo, intenta y hasta consigue ver una pequeńa paja en el de los otros, en este caso una mera ilusión óptica, un extrańo espejismo.
Jamás me había planteado escribir acerca de esto, pero esta noche las palabras me han arrebatado el sueńo una tras otra, apoderándose de esos placenteros minutos previos al descanso, y aquí están, como testigos fieles de una pequeńa historia, otra de tantas y espero que de las que vendrán, que van conformando poco a poco la historia de mi vida.
Aquella noche la magia del destino hizo que todo girara y girara, y así, tras la alegría del encuentro, llegó la decepción y el dolor que siempre causa el desprecio, y tras estas, la emoción de comprobar que a partir de aquella noche podría comenzar una historia tan hermosa como la que desde entonces sigo viviendo.