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Revista Cine
Cuando leí por primera vez acerca del proyecto de realizar una segunda parte de Gladiator, me lo tomé a broma. El protagonista de la primera moría en un final épico que no admitía continuidad con otra película. Sin embargo, aquí se sitúan décadas después de estos acontecimientos para contar prácticamente la misma historia, pero esta vez protagonizada por el hijo de Máximo. Gladiator 2 no oculta su ambición de aprovechar el éxito de su predecesora para ofrecer un espectáculo hiperbólico que en ningún momento se hace creíble para el espectador. En demasiados momentos se intenta apelar a la nostalgia, mostrando imágenes de Máximo, pero esto solo sirve para que comparemos el carisma de Russell Crowe comparado con el insípido Paul Mescal. Lo que en la primera parte era espectacularidad y épica bien entendida - aunque no se respetara la verdad histórica - aquí se convierte en una película sin alma, como si hubiera sido filmada por una inteligencia artificial a la que se hubiera programado exclusivamente para abrumar al espectador. Aunque en algunos tramos resulte entretenida, Gladiator 2 es una obra absolutamente innecesaria que no solo no homenajea a la primera, sino que, en cierto modo, mancha su legado.
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