“Nadie odia Glee más que los Gleeks” es una de las máximas entre los fans de la serie. Y es cierto. Nadie es más consciente de los múltiples y a veces muy irritantes problemas de Glee que sus propios fans, y nadie habla peor de la serie que nosotros mismos. Sabemos que hay problemas de continuidad: ¿cuántas veces hemos visto a Quinn Fabray saltar de adorable princesita relativamente centrada a psicópata de un capítulo a otro? ¿Dónde está el adorable novio de Kurt, Adam? También hay hilos argumentales que no van a ningún lado: ¿os acordáis de que la abuela de Santana dejó de hablarle cuando salió del armario la temporada pasada?, parece que Ryan Murphy se ha olvidado del tema.
No me extrañaría que acabara dándole esa trama a uno de los chicos nuevos, como hizo con el tema de la dislexia, la bulimia y los abusos sexuales. Y por dios, ¿por qué hay tantos episodios especiales? Si por lo menos contextualizaran las canciones, no nos supondría tanto rechazo, pero normalmente estos capítulos acaban siendo una excusa de los guionistas para meter 8 canciones de tal o cual artista y no tener que comerse la cabeza creando tramas interesantes. Pero si hay un problema en esta serie que nos hace apretar los dientes y murmurar con odio “Ryan Murphy”, son definitivamente las tramas que se solucionan por arte de magia.
Murphy es experto en crear hilos argumentales que no van a ningún lado, y cuando se ve acorralado sin saber qué hacer, la situación se soluciona sola; sin ninguna evolución de los personajes y sin que se vuelva a hablar del tema. ¿El embarazo de Rachel? Una falsa alarma. ¿La bulimia de Marley? Sue le da dinero para terapia y se acabó el problema. ¿El suicidio de Karofsky? Una pequeña charla con Kurt y Dave no vuelve a salir en la serie nunca más.

El cáncer de Burt -sí, ese cáncer de colon del que no se ha hablado desde Navidad- está perfectamente curado. Todos son felices. Will y Emma vuelven a estar comprometidos después de que ella se diera a la fuga el día de la boda porque él es un idiota egocéntrico. Todos felices. ¿Os acordáis de que Blaine se la pegó a Kurt después de que Kurt llevara semanas pasando de él? ¿Os acordáis de que tuvieron una ruptura traumática? ¿Os acordáis de que lo hablaron y ahora está todo arreglado? No, un momento, ¡de eso no os podéis acordar! No os podéis acordar porque parece que es una más de esas situaciones que se resuelven durante los anuncios.

La guinda del pastel es Cassandra July preparándole una fiesta sorpresa a David Schwimmer -digo Rachel Berry- para celebrar su audición de Fanny en Funny Girl. ¿Después de toda una temporada dándole caña a Rachel, todo se soluciona con un “sabía que eras especial, Schwimmer”? ¿Y con un “me acosté con Brody por sus abdominales”? ¿En serio? Vale, tengo que admitir que Rachel necesitaba esa dosis de humildad, pero un poco más de contexto hubiera convertido un momento incómodo y ridículo en simplemente un final previsible y bastante aburrido.
En cualquier caso, somos conscientes de los problemas de Glee, somos conscientes de los errores, y sabemos que en algún momento u otro los guionistas van a desatar nuestros instintos asesinos. La serie nos puede irritar, puede hacer que nos enfademos y que digamos “ya no la veo más”; pero seguimos volviendo cada semana para saber qué ha sido de nuestros personajes favoritos. Las malas lenguas dicen que a grandes males, grandes remedios. Si “Nadie odia Glee más que los Gleeks” es una de nuestras máximas, nuestra segunda máxima es su contrapartida. ¿Si hay tantos problemas, porqué seguimos viendo la serie? Pues porque somos conscientes de ello, y al final, todos nuestros enfados se solucionan con un “no le des más vueltas, esto es Glee”.
