Llegaron las vacaciones.
Con ellas más tiempo libre para dedicarlo a aquellas cosas que vas dejando pendientes.
Entre ellas, una visita al MIHL para revisar cómo va la exposición "IMAXES FRACTAIS" que junto a Eduardo Ochoa, Fernando Gago e Xosé Lois Vázquez (O Che), tengo allí expuesta.
De camino al museo me encuentro con un ferial: el ferial de los viernes en los terrenos ahora públicos y que antiguamente habían estado ocupados por un matadero del INI.
Me trae viejos recuerdos de campañas pretéritas.
Me aclaro, allá por los primeros años del actual milenio, me dediqué a recorrer las más importantes ferias romerías y acontecimientos singulares del país, con el fin último de tener un fondo de imágenes que reflejaran esa época.
La idea era clara: hacer una foto fija de un acontecimiento singular que durante mucho tiempo no se repetirá, el cambio, no sólo de siglo, sino también el cambio de milenio.
Este último mes, y aprovechando pues que estos negativos cumplían la mayoría de edad, recuperé alguna de estas imágenes para ver cómo iban envejeciendo.
La verdad es que en los dieciocho años de vida la globalización, que todo lo inunda, fue engullendo sin piedad las costumbres ancestrales, ya bien tocadas a principios de milenio y allegando poco a poco una uniformidad sangrante.
Cuando llegué al ferial llevaba conmigo una cámara de bolsillo y di unas cuantas vueltas por el mismo para ver si encontraba alguna foto singular y de paso palpar el ambiente y así poder compararlo con material que yo ya tenía.
No fui capaz de sacar la cámara de su bolso.
En el ferial encontré zapatillas deportivas, pantalones, ropa interior, más zapatillas y como no una foto fija, pero no de las imágenes tomadas hacía dieciocho años, sino una foto fija de todos los feriales del planeta.
Y cuando digo una foto fija me refiero a la misma imagen que podría encontrar en un ferial de Valença do Minho, de Cádiz o de Girona.
Sólo cambia la ubicación, el contenido es semejante en todos.
Comprendí entonces claramente la diferencia entre una feria y un ferial, a pesar de que la RAE no lo tenga tan claro y los distinga tan mal.
De un espacio social, público y festivo. De un espacio donde se llevan los excedentes del autoconsumo para conseguir liquidez y para adquirir bienes no auto producidos, de un espacio donde se crean y fomentan nuevas relaciones afectivas y sociales, se evolucionó a un escaparate anodino, repetitivo y sin personalidad.
Se transforma en un espacio en donde los compradores son anónimos lo vendedores también
Ahora las gentes no se conocen. No tienen un motor común que las arrastre allí, a excepción de conseguir prendas de segunda a precios de tercera. Ahora no hay comunicación más allá de "Cuánto cuesta" o "Todo a cinco euros"
Partimos de una feria: lugar donde los vecinos de las parroquias cercanas se juntaba, para comer el pulpo, amén de vender algún jamón, unos conejos, algunos lechones o el último ternero o cabrito
Partimos de un lugar donde se probaban los nuevos quesos de bola, quesos con una cubierta roja llamativa que destacaba sobre el blanco crudo de los Queixos da Ulloa.
Partimos de un momento donde las pulperas se peleaban por el favor de los futuros clientes
Partimos de un sitio público que como punto de encuentro para las relaciones y amoríos entre mozos y mozas.
Y partimos de todo eso para llegar a un escaparate tomado por feriantes donde la edad de los vendedores bordea el abuso infantil y la única relación existente entre todos los que allí están es la mercantil.
Pero claro, el problema non está en que estes feriales sean puros clones unos de otros en las distintas zonas urbanas, sino que también que se extiendan como regueros de pólvora por las zonas rurales.
Así llegamos a que es lo mismo ir a un ferial a Santiago de Compostela que a Taramundi. En ambas vamos encontrar exactamente los mismos artículos
Por un lado están las distintas normativas, del ayuntamiento, de la comunidad e incluso de la Unión Europea; por otro lado los distintos impuestos y tasas que los distintos entes públicos quieren percibir o dejan de percibir.
Pero sobre todos ellos, el más importante sin lugar a dudas es el despoblamiento rural.
Los pueblos y las aldeas están muertas. Sin niños, sin chicos y chicas. Sin mano de obra adulta. Sólo con viejos que apenas pueden contar sus pasos.
Viví en presente toda esta evolución. A los diez años vine a vivir a la ciudad. Regresé al campo sobre los treinta con un proyecto ilusionante: el nacimiento de una Denominación de Origen vinícola.
Se inicia con el apoyo de todos los estamentos públicos con fin de asentar y fijar las nuevas generaciones en las distintas comarcas que abarcaba.
Una desgracia, la denominación fue un éxito.
¿Y qué pasa cuando hay un éxito y las inversiones se convierten en rentables?
Lo de siempre, las grandes empresas se van asentando poco a poco, primero alguna local, luego ya a nivel de Galicia y por último llegan las internacionales, con lo que el origen, el fin principal con el que se inicia el proyecto se va difuminando a pasos agigantados.
De las que iniciaron el proyecto, ya apenas queda alguna y el fin del mismo se transformó totalmente.
No, nadie cerró una pequeña bodega, tampoco se le pidió a ninguna que se fuera. Bastó solamente con aumentar las trabas burocráticas y administrativas e igualar las mismas para una bodega de tres mil litros a las de otra de trecientos mil.
Las aldeas y pueblos para los que fue creado el proyecto hoy continúan estando llenas de viejos. Los montes se extienden a pasos agigantados llevándose consigo las tierras de labradío los prados y las viejas viñas de otros tiempos no lejanos.
Es una historia de tantas, pero todo esto se acaba reflejando en el día a día de todas las cosas.
Las fotos de hace veinte años ya non se pueden repetir ahora.
Ya no hay una feria de ganado en cada villa. Ni ferias de coles o lechugas para replantar, ya no hay donde llevar las primeras cerezas ni a quién vendérsela y el pulpo, comida humilde antaño, hoy está a más doce euros la ración (la media ración ya que nunca dan la cantidad que está establecida y tampoco hay quien controle su peso)
Y sobre todo los mozos y las mozas, la juventud que al final era la sal de las ferias, como de todo, ya non están. En una migración interior y casi invisible, fueron escapando para las ciudades cercanas donde esa misma globalización que los expropió de sus raíces les promete una vida más cómoda y llevadera donde cambiar ferias por feriales.