Aunque me descuelga una sonrisa con proyección al infinito, me vuelvo a cansar de solo pensarlo. Huimos de Gokarna como pudimos, apretando los dientes, casi a la rastra. Se me sigue haciendo difícil comprender cómo fue que logramos llegar hasta tan atrevida decisión. El asunto es que una mañana muy temprano, volvimos a cerrar las mochilas, no le dijimos chau a nadie, y caminamos por la playa hasta el pueblo en busca de un colectivo que nos llevara hasta la estación de tren. Para quien no se haya dado cuenta aún, estábamos comenzando un espectacular viaje desde Gokarna a Varanasi, que consta de unos 1800 kilómetros, tres trenes, y una gran cantidad de horas que todavía no podíamos dilucidar.
Bus mediante entonces, llegamos a la estación " Gokarna" en búsqueda del tren que nos trasladaría hasta "Madgaon" en la provincia de Goa. La casualidad quiso que en la estación nos encontremos nuevamente con la pareja de suecos fuma porro del capítulo anterior, y con un turco pidiendo entrevistas para un documental. Les dijimos "Hi viejas rock", compramos los pasajes y nos sentamos a esperar en el andén. Era una de esas típicas mañanas indias de calor amable, perfumada con chai y atiborrada de humedad. De esas mañanas indias clandestinas y algo arrogantes en el tiempo. Despeinada, sin recato, como bostezando aún.
La estela imaginaria del recuerdo reenciende una memoria que me lleva hasta un tranquilo viaje de algo más de cuatro horas, en el que la temperatura del sol fue en aumento mientras atravesábamos la frondosa vegetación semi selvática del sur del país. Recuerdo que me semi dormía con el calor del vidrio en la cara, y que el mismo rasgueo del tren contra las vías me volvía a despertar. Se sentía como ese tipo de viaje que te devuelve a la "normalidad" y que encarcela un pedacito de irremplazable felicidad que se va esfumando. A lrededor del mediodía e scuchamos el pitido que anunciaba la llegada. Madgaon estaba igual que siempre, inundada de gente esperando a ser trasladada, mucho tránsito, y ese característico caos indio que me resulta absolutamente fascinante.
Mientras tratábamos de determinar cuándo saldría el siguiente tren hacia Mumbai, requisábamos todos los puestos del andén en busca de algo de comida. Aunque como todos sabemos: "In India everything is possible", conseguir un lugar en tren para el mismo día, en alguna otra variante que no sea general class, e inclusive en general class para ciertos tramos, es bastante difícil. Por si alguien no se imagina el famoso vagón general class del que estamos hablando, voy a tratar de bajar alguna foto de internet y postearla, porque creo no tener ninguna. En general class de los trenes indios, literalmente no hay lugar para moverse a sacar una cámara de fotos.
Finalmente logramos entender que pasaría un tren en diez minutos, pero que para nuestra muy mala suerte, no tenía lugar. El primer tren que tenía lugares disponibles partiría en recién en unas cinco horas, pero... el viaje que nos quedaba por delante era demasiado largo como para agregarnos otras cinco horas de espera. Para colmo, el tren que estaba llegando era un "Expreso" , que como en cualquier otra parte del mundo, significa que va a llegar más rápido porque frena en menos estaciones. Ya nos habían indicado en sucursal, que en todo caso hablemos con el "Ticket Master", el señor que representa al dios del viaje en el mundo indio ferroviario. Como nuestro destino de polizontes estaba totalmente declarado, decidimos esperar a que arranque, molestar a dios sólo de ser necesario, y que de última nos castigaran por nuestros pecados un poco más adelante.
l tiempo fue pasando y la distancia con Aunque logramos disimular nuestra presencia por un largo rato, en algún momento se hizo imposible seguir huyendo y tuvimos que poner la caripela.
El "Expreso" no era como el resto de los trenes indios, ya que no tenía vagones "Sleeping Class" o ninguna otra "Class". Eran solamente vagones con asientos, pero con muchos menos vagones a los que estábamos acostumbrados. Mientras tratábamos de escaparnos de los dioses de gorro, camisa, y maquinita en mano que recorrían los pasillos, e Mumbai se empezó a acortar. "Hello Mr. Ticket". El indio muy piola, como todos sus dioses no se hizo el más mínimo problema, y solamente se limitó a informarnos que teníamos que pagar el ticket con las penalidades correspondientes.
El pequeño inconveniente era que no contábamos con esas sumas de dinero en efectivo, y aunque la hubiéramos tenido, para que la entreguemos nos hubiera tenido que amenazar con muchos infiernos, cárceles, y ejecuciones en prisiones de máxima seguridad. Nos sentamos muy tranquilos en algún rincón por un rato, hasta que Vico se puso el equipo al hombro y se fue a charlar nuevamente con el Ticket Master; y como Vico maneja eso de ser rubio casi a la perfección, la cuestión terminó en que nos vayamos al vagón del fondo y que no jodamos, molestemos, ni hagamos demasiado ruido. Gracias a Shiva y otros Co. Ltd., nunca más nos vinieron a cobrar.
Viajamos gratis entonces con unos amigos "indios adolescentes modernos" en el famoso vagón "cutre amontonamiento rock", lugar donde se dan cita el universo de polizones que no tienen tantas intenciones de pagar para llegar a destino. Por desgracia y como contrapunto, aunque el tren era muy "expreso" se rompió igual y estuvimos frenados por un largo rato en el medio de la nada... y por lo que en definitiva, en vez de llegar primero, íbamos a llegar después... Muy en contra de nuestros intereses por cierto, ya que contábamos con el tiempo justo para abordar el tren de las 00.50 hacia Varanasi. Un contratiempo que de seguro nos cortaría el empalme directo a destino y que muy probablemente nos iba a condenar además, a una calurosa e incordiosa espera.
Y aprovecho para afirmar que no hay nada que le haga más mal a la alegría diaria que la espera. Colas en un banco, una piba que llega tarde, un pibe que tarda mucho en bañarse o una despedida familiar larga. Insoportable. El mundo tiene que entender que si algo deberíamos combatir, no es el crimen organizado, las religiones, o la droga, sino a la espera y a la miseria sociopolítica de Estados Unidos y la Unión Europea. El tren finalmente llegó a Mumbai a las 00.20, pero a una estación lejana y diferente a la que teníamos que abordar el tren hacia Varanasi; por lo que lo dimos todo por perdido, y decidimos comer algo mientras analizábamos cuál era la mejor manera, a esas altas horas, de llegar a la estación correspondiente sin que nos ametrallen el bolsillo.
Intentando encontrar la forma de no dejarnos robar, nos metimos de lleno en una larga pelea con los tacheros de turno. Hubo uno que me hizo calentar un montón, al que recuerdo con bastante ternura, porque era uno de esos genios del sarcasmo que saben exactamente dónde tocarte los huevos para hacerte saltar. De todas maneras, perder un poco el temperamento y abarrotarme de bronca después de un día entero viajando, no me resultó particularmente difícil. Cuando entendimos que estábamos perdiendo inútilmente el tiempo, desistimos y nos fuimos a buscar un taxi por la calle. Finalmente conseguimos el precio justo y en menos de veinte minutos ya estábamos entrando a la susodicha estación.
El edificio estaba superpoblado de gente en cada una de una de sus baldosas. Entramos e hicimos una cola bastante larga, en la que luego de una media hora, nos premiaron la espera, con dos pasajes en General Class que sentenciaban alrededor de veintiséis horas de tren hasta llegar a Varanasi. Con los pasajes en mano, lo que seguía en la lista era alimentarse e hidratarse un poco para encarar el viaje. Vico estaba con el estómago un poco fané y no quiso comer nada. El pibito que me vendió las tartitas se quiso hacer el vivo con el precio y tuve que terminar recuperando la plata directamente desde el bolsillo de su camisa. Mientras me hacía perder un poco más la paciencia, se me partía de risa en la cara. Un peque genio con giganto calle... A partir de ahí: calor, un poco de hacinamiento, cansancio, y todo el cuerpo desparramado en el piso durante las siguientes tres horas. Por fin el tren anunció su partida y apareció en el andén.
La experiencia comenzó cuando nos acordamos que en "Ahmedabad ", a dos horas de Varanasi, se estaba celebrando la Kumbhela, la fiesta religiosa más importante de la India, de la cual si les interesa pueden indagar un poco más en este link. Cuando vimos la cantidad de gente que se acercaba al vagón, nos invadió un poquito de miedo. Por suerte el tren resultó ser infinitamente largo, hecho que ayudó a que la interminable cantidad de gente, como por arte de magia se fuera distribuyendo, absorbiendo, y desapareciendo. Increíblemente, cuando ya estábamos listos para partir, nuestro vagón seguía aún semi vacío. Ante tanto inesperado espacio, abrimos las bolsas de dormir y armamos las camas directamente sobre los fierros, para ver si lográbamos descansar un rato. El tren partió y nos dormitamos hasta la siguiente estación. Esos veinte minutos, serían los últimos veinte minutos de sueño por las próximas cuarenta horas.
Antes que el tren frene del todo su marcha en el andén, empezaron a invadirlo ciudades enteras de indios con sus respectivas familias y sus respectivos bolsos, en un movimiento tan abrupto y estrepitoso, que probablemente le producirían ataques sostenidos de pánico a cualquier ser humano semidormido. En menos de un minuto, literalmente dejó de verse el piso del vagón, y en todos los asientos, en los que deberían caber como máximo cuatro personas, se llegaban a contar hasta diez, incluidos niños y ancianos. No me pregunten cómo, pero hubo gente que colgó hamacas paraguayas en las alturas. Nunca en mi vida había estado tan atrincherado, en un lugar tan pequeño, con las rodillas tan apretadas contra el pecho, sabiendo que de mínima tenía veintiséis horas por delante en la misma posición. Lloré medio segundo por dentro, me autocacheteé, y no me quedó otra que espabilar y volver a sonreir.
De ahí en más todo fue largo, difícil, y doloroso, pero también el viaje en tren más memorable y hermoso que hice en toda mi vida. De compañero de viaje me tocó "el verdulero de Mumbai", una persona absolutamente mística que no hablaba una sola palabra de inglés, pero con la que fuimos charlando durante todo el viaje. Me enseñó a pisar las cabezas de la gente para lograr llegar al baño, no paró de llevarme a fumar porro hora de por medio, no paró de asegurarse que me llegara un chai cuando el tren paraba, o que no me faltara nunca un bocado de comida. De hecho, como yo estaba en la parte de arriba y no podía llegar a la ventanilla, todos los de abajo se encargaban que nos lleguen provisiones y alicientes a los menos afortunados.
"El Verdulero de Mumbai" dominaba el arte de mirar a los ojos, el arte de leer personas, y el de entenderlo todo sin que le digas nada. Verdulero tenía más calle que todo el barrio de Avellaneda junto. Era de esos tipos que te podrían salvar o matar en casi cualquier circunstancia. Una persona que con seguridad sería más decidido, más rápido y más hábil en una situación difícil o complicada. Tengo que repetir que no paraba de llevarme a fumar porro, para por ejemplo, salvarme de las diferentes familias que me preguntaban mil quinientas cosas por minuto y no me dejaban casi respirar. " Que de dónde era, que cuántos años tenía, que por qué no estaba casado, que si me quería casar con alguna de sus hijas. Que por qué viajaba, que si no extrañaba a mi familia".
Y reían, reían y reían... Parecía que nada los molestaba. Si realmente existía algún tipo de incordio, estaba totalmente incorporado y sobre asumido dentro de las contingencias del viaje. Acostumbrados al calor, a la incomodidad, a la poca comida, y por sobre todo, a continuar, a seguir, con humor, con sonrisas, con ese espíritu 100% Indio que es una marca registrada de las más lindas del mundo mundial. Los indios me pueden... Me producen un profundo respeto y una genuina admiración. Si no fuera por uno o dos asuntos muy cuestionables, me atrevería a aventurar que la India es la sociedad más avanzada del mundo.
El viaje parecía que iba a continuar eternamente. El tren además de parar en todas las estaciones existentes, cada tanto se rompía. Pasé horas sin poder ver lo que sucedía afuera. Mientras el tren avanzaba muy lentamente, aparecían cada tanto a ponerle picante y color al viaje los encantadores de víboras y los travestis. Ambos exigiéndoles constantemente donaciones a los pasajeros. Y aunque no saqué ni cinco rupias en todo el viaje, verdulero balanceaba y mediaba entre el misticismo y la superstición india, y mi occidentalidad escéptico anarquista, y cada tanto aportaba algunas mínimas monedas, para no tentar a la "mala suerte" o a las "maldiciones". Conclusión: terminamos fumando porro con los travestis adentro del baño.
En un momento perdí la noción del tiempo y del cansancio... solo sabía que no contaba con chance alguna de lograr dormirme, sin despertarme a los diez minutos sintiéndome un poco peor, y a seguir fumando porro con verdulero. Verdulero me lo hacía entender todo regulando los gestos de su cara. Persigo su mirada afilada en el recuerdo y me pregunto suspirando
"¿dónde estará verdulero?"... y s iempre me lo imagino en algo turbio. Verdulero tenía un corazón enorme y a prueba de balas, pero también era del tipo de personas que no dudarían en ser muy "malas" si la situación lo demanda. Verdulero, así como lo recuerdo, me tiñó la vida con su imborrable aura de experiencia. Finalmente frenamos en la Khumbela, en la estación de "Ahmedabad".
Fue la segunda vez en todo el viaje que pude bajar y estirar las piernas. Ahí me reencontré con Vico, que relataba historias muy parecidas a las mías, pero con diferentes protagonistas. Estaba muy pálido, como perdiendo peso a mansalva. Mientras esperábamos que el viaje continúe, verdulero nos traía chai y se movía de un lado al otro del andén. Estuvimos estancados dos horas en el corazón de "Ahmedabad", y el relato se hace cada vez más largo, y me sigo quedando sin lugar. En fin, aunque parecía que no, luego de poco más de treinta y tres horas de viaje, llegamos a que yo conocía; y me cuesta atreverme a escribirlo, porque no sé si es posible, pero quizás hasta con un poquito más de magia. Lo que seguía era bajarse del tren y vivir, pero antes... Varanasi. Es increíble lo rápido que desapareció verdulero. Se camufló entre la gente y se esfumó... "Como si algún dios se lo hubiera llevado". Obviamente jamás dijo "chau", lo que me da el pie para afirmar que las personas que no se despiden, son definitivamente superiores.
Estábamos en la otra punta del país, pero no en cualquier lugar. Estábamos en Varanasi, una de las ciudades más flasheras que se pueden visitar en la vida. Infinito y absurdo... Varanasi superpoblada por la Kumbhela seguramente diferiría de la VaranasiVaranasi. Lo invitamos a que la experimente con nosotros en el próximo capítulo. "Donde quiera que estés: gracias por tanto verdulero amigo". Ahora sí... bienvenidos a