“Ustedes son capaces de lograrlo… además mírenlos, están acabados…”, exclamó con fuerza el entrenador ingles Alf Ramsey. Habían transcurrido noventa minutos muy intensos y la final de la Copa del Mundo entre Inglaterra y Alemania celebrada aquel 30 de julio de 1966 en Wembley había finalizado igualada en dos.
El público local no salía de su asombro y se encontraba en silencio. Wolfgang Weber había empatado para Alemania un minuto antes de la conclusión y el encuentro decisivo de aquel Mundial debía resolverse en la prórroga.
Razón no le faltaba a Ramsey. Anímicamente reforzados, los futbolistas alemanes lucían un tanto más agotados que los ingleses, mucho más lanzados cuando sonó el silbato y fue momento de comenzar a disputar un tiempo suplementario en el que todo se resolvería de manera positiva para ellos.
El reloj marcaba los once minutos cuando el incansable Alan Ball logró escaparse por el sector derecho tras dejar atrás a Kart-Heinz Schnellinger y envió un centro al área que fue muy bien controlado por Geoff Hurst, quien luego de darse vuelta se despachó con un derechazo fortísimo que superó al arquero Hans Tilkowski, chocó contra el travesaño y picó sobre la línea de gol. El público explotó.
Aturdido por las protestas de los futbolistas germanos, el arbitro suizo Gottfried Dienst no supo si dar o no el gol y se apoyó en el línea que en ese momento marcaba el ataque ingles, el ruso Tofic Bakhranov, quien no dudó y dio por válido el tanto. Erróneamente, ya que el balón no había ingresado en su totalidad.
El éxtasis fue total y fue el propio Hurst quien se encargó de sentenciar definitivamente el encuentro en el segundo tiempo del alargue, convirtiendo su tercer tanto y haciendo realidad el sueño de todo un país. Los espectadores invadieron el campo y seguir jugando fue imposible.
Geoff Hurst era un héroe. De buenas a primeras y tras haber esperado su chance en el banco de suplentes en los primeros tres partidos de su selección, se había convertido en el gran protagonistas de un Mundial extremadamente polémico y recordado también por el triunfo del que por aquel entonces se denominó “Fútbol fuerza”.
Fue la lesión del exquisito Jimmy Greaves frente a Francia la que a Hurst le permitió hacerse de un lugar en el equipo. Ramsey le dio toda la confianza y el joven delantero de 24 años que por entonces militaba en las filas del West Ham tuvo su estreno como titular nada menos que ante Argentina, en el marco de un encuentro correspondiente a los cuartos de final y especialmente recordado por la injusta expulsión de Antonio Rattin y el nefasto arbitraje del alemán Rudolf Kreitlein. Lejos de desaprovechar su chance, Hurst marcó de cabeza el único gol de aquel choque a falta de doce minutos para el final.
Ya en semifinales y frente a la inolvidable Portugal de Eusebio -máximo artillero de aquel mundial con nueve tantos-, la gran figura fue Bobby Charlton, quien marcó los tres goles con los cuales Inglaterra ganó por 3-1. Hurst participó activamente de uno de ellos.
Con Greaves en condiciones de volver para disputar la gran final, Alf Ramsey debía tomar una decisión complicada. Devolverle la titularidad a Greaves en detrimento de Hurst, que tan bien había rendido, o respetarle el puesto a este último y quitar a Roger Hunt, el otro punta titular.
Nada de esto pasó y finalmente fueron Hurst y Hunt los que jugaron de titulares ante Alemania. Acertada, la decisión tomada por el entrenador terminó rindiendo sus frutos y como ya vimos Hurst acabó siendo el héroe, anotando un gol que no debió haber sido convalidado, como el mismo reconoció en abril de 2010 en el marco de una conferencia de prensa en la que por fin pudo sacarse de encima un peso que cargó durante 44 largos años.
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