Difícil escoger una película para este 14 de febrero, en pleno mes del amor. Sin miedo a salirse de caminos trillados, Peter Greenaway se presentaba como la opción más barroca, plateresca y rococó, en un tema que permite tantas variaciones, como gama de colores y aleatorias combinaciones. La valentía de este director, que no permite límite alguno, me apasiona. Centrado en sus obsesiones, con una riqueza visual que solicita una intensa atención y agitando una coctelera de efectos, historias y sonidos, presenta una última obra (antes de su próximo trabajo operístico con Philip Glas y su filme en proyecto sobre Eisenstein) que despierta la necesidad de volver a verla al ralentí, plano a plano y deleitándose como en una visita al museo.Ejemplo: en una escena puede situar al personaje principal en primer plano, contando una historia, ilustrada en la parte posterior por un cuadro en el que desfilan imágenes, al mismo tiempo que se proyectan textos en antiguas caligrafías sobre el exuberante vestuario del narrador. Si añadimos la riqueza del decorado, el trabajo de sonido y la sublime música de Marco Robino (digno sucesor de Michael Nyman), puede afirmarse que una película de Greenaway puede contener más ideas, que todo un año de ciertas filmografías nacionales. Como se nota que el director se encuentra a sus anchas cuando mezcla pintura y teatro. En Goltzius ha encontrado la inteligente continuación de la serie de retratos de artistas, iniciada en El contrato del dibujante (1982) o La Ronda de noche (2007), en otra espacio teatralizado, como en Los libros de Próspero (1991) o El niño de Mâcon (1993), por citar sólo algunos ejemplos de su filmografía.Por supuesto, no podía faltar el ingrediente que recorre y se afirma en toda su producción, el sexo. Añadiéndole un doble salto mortal: el erotismo que se lee entre líneas, o directamente, en la Biblia. El dibujante, grabador y pintor holandés Hendrick Goltzius (1558-1617) le ofrecía un personaje histórico a su medida, conocido por sus memorables grabados. Hendrick Goltzius necesita financiación para montar una imprenta. Por ello, solicita al Marqués de Alsacia un mecenazgo para imprimir un volumen de historias bíblicas, ilustradas con grabados eróticos. Para convencerle, decide que lo mejor será que su compañía teatral represente las narraciones ante la corte del Marqués, convencido de que así no podrá resistirse a embarcar en esa arriesgada aventura editorial.El tema elegido por el pintor nos es el más fácil para vender (¿o sí?): los tabús sexuales. A través de las cinco historias del Antiguo Testamento, Adán y Eva, Loth y sus hijas, David y Betsabé, Sansón y Dalila, la esposa de Potifar, y una del Nuevo testamento, San Juan Bautista y Salomé, para ilustrar el incesto, la prostitución, la necrofilia… Vasto programa.Para recrear el ambiente de la Europa del siglo XVI, el director ha querido rodearse de un reparto con diversos y variados horizontes (al igual que esta múltiple coproducción), italianos como Pippo Delbono, Giulio Berruti o Flavio Parenti, un poeta holandés, Ramsey Nasr, actrices danesas, Anne Louise Hassing, actores americanos, F. Murray Abraham, o alemanes, Lars Eidinger… Un alucinante abanico de interpretaciones arriesgadas y valientes.El resultado es una de las experiencias visuales más ricas, elaboradas e intensas del año. Un erotismo de alto voltaje muy trabajado, casi enciclopédico, con unas intérpretes que se lanzan al ruedo con el entusiasmo de la creencia infinita, en uno de los guiones más abigarrados y cultos de los últimos años.Peter Greenaway sólo hay uno. Sería una pena no disfrutar de él.