(JCR)
Mientras todos los medios de comunicación están volcados durante estos días en el nuevo rebrote de guerra en la franja de Gaza, no se puede decir lo mismo de los ataques violentes que desde hace varios días sufre la población de Goma, en el Este de la República Democrática del Congo. Las personas que sufren agresiones injustas en Oriente Medio merecen toda la atención y respeto del mundo, pero lo que es inaceptable es que se creen dobles baremos informativos, como si un muerto palestino o israelí tuviera mucho más valor que un muerto congoleño.
En el momento en que escribo estas líneas (martes 20 de noviembre) la ciudad de Goma lleva tres días sufriendo bombardeos interminables por parte de los rebeldes tutsis del M23. Por lo que me cuentan a diario amigos que tengo allí, y con los que trabajé allí hasta febrero de este año, al menos dos obuses procedentes de la vecina ciudad ruandesa de Gisenyi han caído en barrios próximos al aeropuerto, causando muertos y heridos. Miles de personas han huido de la ciudad, y los que han sido incapaces de salir se encuentran encerrados en sus casas, aterrorizados, preguntándose si lo peor no está aún por llegar. Los barrios paupérrimos del norte de la ciudad, próximos a las posiciones desde donde los rebeldes atacan, son los que sufren la peor parte.
Haciendo un poco de historia reciente para los lectores que no estén muy familiarizados con este tema, Goma –capital de la provincia congoleña del Kivu Norte- ha sido desde 1996 el epicentro de varias guerras en las que Ruanda ha intentado controlar el Este de la R D Congo, donde hay una importante población de origen ruandés, y aprovecharse de sus enormes riquezas minerales. No se trata de una guerra cualquiera, sino del conflicto más mortífero desde la Segunda Guerra Mundial, con al menos 5 millones de muertos en apenas seis años. El último mangoneo del régimen de Ruanda tuvo lugar en 2008, cuando financió y apoyó descaradamente al señor de la guerra Laurent Nkunda, que lideró la guerrilla tutsi conocida como CNDP (Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo), la cual estuvo también entonces a punto de capturar Goma. Bajo intensa presión internacional, Ruanda dio un giro inesperado cuando en enero de 2009 detuvo a Nkunda. El gobierno del Congo fue forzado a negociar con el CNDP, que se integró en el ejército congoleño. Desde entonces, los antiguos rebeldes se han comportado como un ejército paralelo con su propia cadena de mando y durante los últimos años han cometido atrocidades sin cuento contra la población. Su líder ha sido el general Bosco Ntaganda, un tutsi ruandés con orden de busca y captura de la Corte Penal Internacional.
En marzo de este año al gobierno de Joseph Kabila se le acabó la paciencia y empezó a trasladar a antiguos oficiales del CNDP a otros lugares del Congo para intentar romper esta situación incómoda. Cuando vieron amenazados sus intereses, varios cientos de exCNDP desertaron y formaron un movimiento al que llamaron M23 (por la fecha de los acuerdos de paz con el gobierno congoleño, en 2009). Estos desertores comenzaron a sufrir serios reveses militares hasta que Ruanda empezó a apoyarlos con material militar, campos de entrenamiento, nuevos reclutas e incluso tropas de su propio ejército. Así lo demuestran con abundante evidencia dos informes de grupos de expertos de Naciones Unidas que acusan directamente al comandante en jefe del ejército ruandés, James Kabarebe, de dar órdenes directas al M23. Los informes también apuntan el dedo a Uganda. Ambos países han negado las acusaciones y han amenazado con retirar sus fuerzas militares de las misiones internacionales de paz de la ONU y la Unión Africana, especialmente en Darfur y Somalia.
Durante los meses en que el M23 ha controlado las zonas al norte de Goma, ha violado, saqueado y matado a cientos de personas con total impunidad. Hace una semana, el 15 de noviembre, el ejército del Congo (conocido por sus siglas FARDC) reconquistó la localidad de Kibumba, a 30 kilómetros al norte de Goma. El M23 reaccionó entonces con una ofensiva hacia la ciudad. Según varios medios de información congoleños, los rebeldes recibieron el apoyo de al menos 4.000 soldados ruandeses. El domingo estaban ya a las puertas de Goma y continuaron su avance, a pesar de que los soldados de la MONUSCO intentaron detener la ofensiva con helicópteros de combate. Ese día hubo desbandada general y numerosos soldados de las FARDC huyeron en barco a Bukavu, 80 kilómetros al sur. Parece que al día siguiente las FARDC enviaron refuerzos a Goma y los combates se libran en los alrededores de Goma, donde reina el pánico general y se teme que la ciudad pueda ser conquistada por la coalición M23-ejército ruandés.
Pero lo que llama más la atención de esta agresión es que recientemente Ruanda fue elegida como miembro no-permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y que hace pocos días el ministro saliente de cooperación internacional de Gran Bretaña, Andrew Mitchell, firmó la concesión de ocho millones de libras al gobierno ruandés.
Cuando, a finales de los años 90, la evidencia apuntó al entonces presidente de Liberia Charles Taylor, de apoyar directamente a la guerrilla sierraleonesa del RUF de Foday Sankho, Taylor se encontró con una orden detención internacional. Hace apenas tres meses fue condenado a 50 años de cárcel por su parte en apadrinar la destrucción y los asesinatos de Sierra Leona. La evidencia que apunta al apoyo de Paul Kagame al M23 es incluso más fuerte. Pero como Kagame ha sabido aprovechar muy astutamente los sentimientos de culpabilidad del mundo occidental tras el genocidio de los tutsis en Ruanda en 1994, y como Ruanda y Uganda tienen programas de desarrollo que complacen a sus aliados como Inglaterra y Estados Unidos, de los cuales son importantes aliados estratégicos, no tocarán al verdadero responsable de esta última agresión al Congo. Mientras tanto, los habitantes de Goma y sus alrededores siguen sufriendo, y los medios de comunicación prefieren mirar hacia Oriente Medio.