Y llegó el festejo autocomplaciente anual que viene a cerrar en forma de Premios Goya un año, el 2014, de confluencias astrales que propiciaron los mejores resultados de recaudación jamás vistos; esto sólo es un eslabón de una cadena también formada por el reconocimiento de los delicados miembros de la crítica y, lo más importante, la ruptura de esa barrera invisible que históricamente ha alejado al público español de su cine. Ojalá sirva, este es claramente el camino, para derribar prejuicios y despertar amores hacia esta forma de expresión en formato de pantalla gigante. Pero seamos también realistas, que vuelva a coincidir en un mismo lapso de tiempo una película que arrase batiendo récords por su simpatía y el boca a boca como lo ha hecho Ocho apellidos vascos con los fenómenos de Torrente o Mortadelo y Filemón, y a la vez añadamos la soberbia factura de peliculones como La Isla Mínima o El Niño, se antoja harto improbable; así que ha tocado en esta ocasión disfrutar del éxito, sacar pecho orgullosos y ver la gala con más interés que de costumbre, lo cual no es demasiado difícil…
Y la cosa empezó con un concurrido número musical (no, no escarmentamos) en el que cantantes como Lolita o Ana Belén ejercieron su profesión mientras Eduardo Noriega se esforzaba con poco éxito en entonar buena voluntad. Todo mientras India Martínez, posterior Goya a la Mejor Canción por su trabajo en El Niño, asistía desde la butaca como espectadora. El mundo al revés.
Luego apareció el maestro de ceremonias y persona del año en España, Dani Rovira, que abrió con un monólogo que fue, nervioso al principio, de menos a más y sentó las bases de que la noche del sábado era suya, lo que se confirmó posteriormente con su Goya a Mejor Actor Revelación, y de que la gala se iba a teñir casi por completo de color andaluz. Además de los citados, entre otros muchos sureños aportarían su presencia Alex O’Dogherty con un número tan inclasificable como él, el recuerdo de Paco de Lucía (el documental sobre el artista ganó otra estatuilla) o el desfile de los creadores de La Isla Mínima, ganadores absolutos de la noche con 10 merecidos premios (de 17 nominaciones), entre los que están el de Mejor Película y Director (Alberto Rodríguez). Y si hablamos de andaluces ilustres, hay que mentar por separado el caluroso homenaje en forma de Goya de Honor a la carrera de un Antonio Banderas que ha aportado más que nadie para romper fronteras y que, emocionado, lo agradeció con un ameno y acertado discurso que fue lo mejor de la velada.
Sea por lo que sea, el tema da para varios debates, este año las cosas en nuestro cine no han ido tan mal dadas como los precedentes y el ministro Wert consideró que su presencia era factible. El caso es que, exceptuando a Pedro Almodóvar, que le despreció directamente haciendo gala de la mala educación que pregona en el título de su película, el resto del personal estuvo elegante y le soltaron algún gesto al principio del evento y un par de banderillazos tan elegantes como efectivos y necesarios.
Por lo demás, sin sorpresas en el frente, El Niño ganó cuatro goyas, Javier Gutiérrez y Bárbara Lennie cumplieron expectativas en el campo interpretativo protagonista, Ocho apellidos vascos copó además del ya mencionado de Actor Revelación los dos de reparto con Karra Elejalde (ganando el pulso a José Sacristán) y Carmen Machi (en la categoría más floja este año). Y en el campo de lo anecdótico, la gala tuvo momentazos del presentador como cuando llamó Magneto a Sacristán o le regaló el coche a Penélope Cruz (encargada de entregar el último goya), desconcertantes como cuando Rovira se quedó en paños menores sin venir a cuento, y alguna incitación al suicidio por sopor con el siempre aburrido y atrompiconado presidente de la Academia o el agradecimiento eterno y monótono de un productor de La Isla Mínima decidido a recordarnos que eran las 1:30 de la madrugada. El año que viene más… ¿y mejor?