Y resultó que aunque se le auguraba todo el éxito del mundo en la 33ª edición de los Goya, Campeones tuvo su noche muy a última hora, con el premio gordo y sobre la bocina, para que nadie vaya a decir que los premios cinematográficos en España son predecibles (ejem, ejem…).
Pedro Almodóvar y sus Mujeres al borde de un ataque de nervios dieron la noticia de que la cinta de Javier Fesser era la considerada como mejor del año. Premio a la taquilla enorme que ha hecho, a lo buena que es y a la aplastante naturalidad con la que se toma el mundo de estupenda diversidad en el que nos tocó vivir. Previamente había conmovido Jesús Vidal en los agradecimientos de su Goya al Actor Revelación, sinceros y directos al corazón de todos los presentes tanto en el sevillano auditorio como en casa.
El papelón de presentar la gala recayó en unos osados Andreu Buenafuente y Silvia Abril, dos payasos en el mejor de los sentidos de la palabra, que se atrevieron a coger los mandos de una ceremonia que cada año venía siendo peor y más insípida y cansina que el anterior. El reto, a pesar de que parece fácil mejorar lo que está por los suelos, no era pequeño, puesto que el interés de la audiencia por estos premios viene siendo paralelo al de Eurovisión.
Ambos aportan siempre frescura, saben moverse en el mundo de la televisión, que es su hábitat, se rodearon de colaboradores habituales y amigos como Berto Romero, Raúl Pérez o David Broncano, supieron encender hacer saltar la chispa en monólogos o gags como el que precedió al premio al vestuario, que acabó con ambos en paños menores. Reivindicaciones sin excesos, puyas a políticos y a situaciones políticas, aderezo de algunos clásicos como Groucho Marx y una gala del año pasado había puesto el listón tan bajo que era fácil superarlo dieron el aprobado holgado a la pareja, que a estas alturas de la película, nunca mejor dicho, poco tiene que ganar con un encarguito de estas características. Bravo por su valentía. No obstante, el chiste de la noche lo hizo el “ex” Màxim Huerta, cuando en un alarde de saberse reír de uno mismo se autodefinió al presentar una categoría como “breve”.
Pero no todo fue positivo. El ritmo, más ágil que en anteriores ocasiones, volvió a ser lento, la ceremonia duró más de tres horas, y las deficiencias técnicas dejaron al estilo patrio por enésima vez con las vergüenzas al descubierto a la hora de organizar un gran evento. No es cuestión de presupuesto, es saber o no hacer las cosas. Realización volvió a suspender con fallos técnicos, falta de presentación de algunos protagonistas (James Rhodes se ha quedado el pobre sin su momento de gloria), sonido que entraba tarde o planos generales que no dejaban ver lo que realmente interesaba en ese momento.
Poco le importará todo ello a Antonio de la Torre, que ganó por fin su segundo Goya tras demasiadas nominaciones sin premio, y se acordó en Sevilla de su Andalucía natal, cuna de estupendos profesionales del sector. El reino, película que protagoniza, se llevó nada menos que 7 reconocimientos de los 13 a los que aspiraba, la mayoría técnicos, además del de Actor Principal y Mejor Director.
Sin embargo, el premio mayor, como hemos mencionado, fue para Campeones, así que podría decirse que la cosa ha estado muy repartida sin un ganador muy claro, exceptuando a Chicho Ibáñez Serrador, agasajado con el Goya de Honor.
La gala puede resumirse en “mejorando y mejorable”, pero si sirve para reestrenar cine español o simplemente promocionar para maquillar resultados económicos y que la industria audiovisual remonte, bien está la intentona cada año…