He intentado una detrás de otra, diferentes maneras de cómo empezar a contar mis últimos días por tierras Irlandesas, mis últimos momentos y sobretodo cómo despedirme de esta maravillosa experiencia. Al final he llegado a la conclusión que no soy capaz de hacerlo.
Cada vez que empiezo a escribir, todos los momentos vividos se me aparecen en la cabeza y automáticamente, se me dibuja una sonrisa en el rostro. Entonces es cuando me doy cuenta que aún no estoy preparada para decirle adiós a esta experiencia. Aunque Barcelona me recuerde día a día que eso se ha terminado, ya que no estoy viviendo en Dublín. Aún así, hay algo dentro de mi, hay ese espejismo que algún día me levantaré y estaré andando por esas calles grises con puertas de colores. Esta es mi última entrada y no voy a dar las gracias a toda la gente que conocí y todas esas cosas que se suelen hacer. Lo hice en su momento, en mis redes sociales y no quiero volver a repetirlo. Simplemente quiero despedirme y cerrar esta etapa, al menos en la revista, de mis vivencias en Dublín.
He vivido siete meses en la isla esmeralda, en concreto en la capital. Siete meses llenos de recuerdos y aunque al principio veía que esto nunca se iba a terminar: Que siete meses eran muchos. Toda la gente que he conocido me ha ayudado a conocerme más a mi misma, a crecer como persona y sobretodo madurar. Vivir en otra ciudad te hace grande, más responsable y a veces más salvaje, con ganas de experimentar y demostrarte a ti misma de lo que eres capaz. Sales de tu zona de confort, nadie te conoce y puedes ser esa persona que eres realmente en tu interior y que no esta descrita con etiquetas que a veces se te han puesto. Tú decides. Eres libre de hacer lo que quieras y esa libertad es lo que realmente te hace crecer. Me equivoqué, rectifiqué, me volví a equivocar. Me di cuenta que las personas merecemos segundas oportunidades y que todo el mundo quiere pasárselo bien y vivir rodeado de felicidad y ganas de emprender por su futuro.
Mis últimos días, y meses en general, en Dublín fueron como un arcoíris después de la lluvia cuando sale el sol: Increíbles pero efímeros. Disfrute como nunca lo había hecho, hicimos más locuras, salimos más de fiesta, hicimos muchos nuevos amigos, amigos con los que en breves tendría que decirles esa palabra que tanto odiaba. El adiós. Mis sentimientos cruzaban unas tierras movedizas entre el irme a casa o quedarme, estaban mezclados y no iban en ninguna dirección. Una parte de mi, la rebelde, se quería quedar porque esa era mi vida actual, era lo que quería y deseaba. Pero la otra, probablemente la de la razón, me decía que ya era momento de volver a la realidad, a tu vida de siempre. Y sí, he vuelto, pero esa es mi antigua vida, esta experiencia me ha cambiado, me ha hecho abrir nuevos horizontes. Y no solo a mi, a todos los que la hemos vivido y eso es lo que tenemos que valorar. Así que cuando todo vino, cuando fue la hora de hacer maletas, de despedirse, de hacer las últimas fiestas, de ir al aeropuerto, de facturar maletas y por último de embarcar en el avión que me llevaría a casa. Todo fue como si fuera un sueño del que en algún momento me iba a despertar.
Las despedidas han sido muy duras, me sigue doliendo ahora que estoy en Barcelona. Sigo acordándome de las lágrimas, suspiros y últimos abrazos. Sigo acordándome de la última mirada y de ese pensamiento “tal vez no te vuelva a ver”, aunque la promesa de “Nos volveremos a ver” ese “See you soon” esperanzador. Ahí se queda, ahí esta, eso es todo lo que hay ahora mismo y sinceramente duele. Duele mucho. Me rompe el corazón. Así que cuando la gente me pregunta ¿Cómo estas? Y yo digo un: Bien!. En realidad es un <<Mi cuerpo esta en Barcelona, mi mente en Dublín y mi corazón roto a pequeñas piezas alrededor de todo el planeta.>>
¿Pero quien me va a entender si digo eso? Seguramente solo aquel que haya vivido tal experiencia como la mía. Ese alguien que sepa como seguramente lo esté pasando, pero ese alguien nunca me habría hecho esa pregunta. Sinceramente me escucharía hablar de todas las batallitas que he tenido, se reiría conmigo y de mi y de todas las aventuras que me han pasado. Sabría que la mejor medicina es que pasara el tiempo, porque como todos sabemos, el tiempo lo cura todo y poco a poco uno se va reponiendo, como también el corazón, pero lo que nunca olvidará es lo que disfrutó, lo que vivió y sobretodo lo sintió durante esos siete meses.