En la tan traída fábula, la rana y el escorpión acaban en el fondo del río porque, por encima de la lógica que les hubiese permitido cruzar uno sobre el lomo de la otra, se impone el instinto del arácnido que arponea a la pobre nadadora en mitad del trayecto causando la muerte por ahogamiento de ambos. Es mi naturaleza, acierta a excusarse segundos antes del fatal desenlace.
Un hijo que odia a su padre por el trato que les ha dispensado tanto a él como a su madre luchará con todas sus fuerzas para no repetir idénticos patrones de comportamiento y tratará de construir una personalidad diametralmente opuesta. Sin embargo, la caprichosa naturaleza, sin que el descendiente pueda hacer nada para evitarlo, se encargará de que, con el paso del tiempo, descubra que tiene mucho más de ese hombre de lo que él hubiese deseado. Incluso le horrorice advertir, en el mejor de los casos, que puede estar aplicando a su prole la misma medicina que la recibida en propias carnes. A lo peor, ni siquiera es consciente de ello.
Algo así le sucede a Troy, el protagonista de esta historia. Un ex jugador de béisbol de relativo éxito que vive, junto a su mujer y uno de sus vástagos, del exiguo sueldo que le proporciona su trabajo de basurero. Su reivindicativa denuncia en torno al hecho de que, mientras a la gente de color se les reserve el dudoso honor de vaciar los cubos en el camión, solo haya conductores blancos ilustra el clima de racismo presente en la sociedad estadounidense de 1950.
August Wilson, autor de la obra en que se basa la cinta, dejó dicho antes de fallecer que la adaptación de su pieza había de ser filmada por un realizador negro. Denzel Washington se colocó tras las cámaras para poner imágenes a las palabras que el propio Wilson trasladó a un guión, inacabado debido a su prematuro deceso, que hubo de ser culminado por el Pulitzer Tony Kushner, que no aparece en los créditos.
Una realización estática y falta de recursos para salvar la evidente teatralidad inherente al material se ve compensada con creces por la enjundia de un texto auto referencial e incisivo que bucea en las relaciones paternofiliales sin obviar las luces y sombras del matrimonio, la maternidad y, en definitiva, la familia en una visión profundamente critica del modo de vida de ciertos sectores de la comunidad afroamericana.
El dramaturgo podría obtener un premio de la Academia a título póstumo en este filme concebido como vehículo para el lucimiento de los dos cabezas de cartel. Washington construye y sostiene un personaje que llega a parecer detestable por momentos, diseccionando los aspectos contradictorios de su personalidad hasta el punto de hacerlo un sólido contendiente a la dorada estatuilla. La fuerza de la naturaleza que es Viola Davis, digna y poderosa, rubrica en una inolvidable secuencia un trabajo que le va a proporcionar el Óscar que lleva ya tiempo pidiendo a golpe de talento.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.
Copyright imágenes © Bron Studios, MACRO, Paramount Pictures, Scott Rudin Productions. Cortesía de Paramount Pictures España. Reservados todos los derechos.
Fences
Dirección: Denzel Washington
Guión: August Wilson, basado en su obra de teatro homónima
Intérpretes: Denzel Washington, Viola Davis, Stephen Henderson
Música: Marcelo Zarvos
Fotografía: Charlotte Bruus Christensen
Duración: 139 min.
Estados Unidos, 2016
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