“Es difícil escuchar el silencio, pero yo en ese momento escuché el silencio y sabía que ese balón iba dentro”
Así describió Andrés Iniesta ese momento preciso, exacto, alargado en el tiempo, en el que el balón volaba a media altura y se dispuso a golpearlo con su pié derecho para meter el gol de la victoria de la selección española ante la holandesa en la final del Mundial de 2010. Durante unas décimas de segundo, una sensación de ingravidez se vivió en todo el estadio, aguantando la respiración, con ese balón suspendido en el aire y el cuerpo parado, en posición de golpeo. Un momento de vacío. De soledad. De silencio.
Este fin de semana se presentó en el Festival de Cine de San Sebastián la última película del director mexicano Alfonso Cuarón, ‘Gravity’, con la que obtuvo la ovación más larga en todo el festival. Los críticos y el público asistente se rindieron ante esta película que se ha postulado como una de las mejores de todo el año. ‘Gravity,’ a medio camino entre ‘Solaris’ de Tarkovski y el ’2001:Una odisea en el espacio’ de Kubrick, narra el aislamiento de dos astronautas (Sandra Bullock y George Clooney) tras un accidente en el transbordador espacial en el que viajaban. El director mexicano estuvo casi cinco años preparando esta película, tratando de recrear al máximo la sensación de ingravidez que se refleja en la pantalla (y en un 3D que aseguran creíble y necesario, esta vez sí), asesorado por el mismísimo James Cameron. El director canadiense, apasionado por llevar la tecnología al límite de su narrativa (a pesar de sus pobres guiones), es un explorador creativo. Se atrevió hace un año a bajar a la fosa de las Marianas, la más profunda de mundo, para estudiar cómo es la vida a casi 11 kilómetros de profundidad rodeado de casi 750.000 especies marinas que aún no han sido catalogadas por la ciencia.
Cameron en primera persona pudo sentir la misma sensación de permanecer rodeado de oscuridad, de silencio y soledad, como los protagonistas de la película de Cuarón. En la vida cotidiana, con esa gravedad que nos mantiene pegados al suelo, suceden momentos parecidos a la ingravidez, donde el tiempo se congela, y todo parece girar entorno a un momento preciso. Hay algo atractivo, misterioso y a la vez angustioso en todo ello, en esa especie de freeze travelling circular, a lo Matrix. Una sensación parecida al silencio amplificado antes de la explosión. Como el jugador que golpea de volea un balón, o lanza un penalty o salta para cabecear a puerta. En el salto o el golpeo, todo parece que se detiene. Pienso en goles de este tipo que he visto y en la sensación de ingravidez temporal y espacial durante ese momento previo al golpeo, en lo que tendría que sentir el jugador en ese momento tan preciso.
Santillana desafiando a la gravedad
Me vienen a la cabeza momentos míticos como Gaizka Mendieta marcándole este golazo al Barcelona, Zidane dándole la novena Champions al Madrid en Glasgow con esa volea perfecta o marcando de penalty a lo Panenka en la final del Mundial de Alemania, la chilena increíble de Manuel Negrete a Bulgaria en el mundial de México 86, la volea de Van Basten en la final de la Euro 88, o goles no tan espectaculares pero sí trascendentales, como el del uruguayo Ghiggia a Brasil en Maracaná, durante la final del mundial brasileño de 1950. Y sobre todo, los goles de cabeza de Carlos Alonso, Santillana. Hace unos meses, comparaban sus saltos con el de Ronaldo, tras marcar un golazo de cabeza al más puro estilo ingravidez de Santillana. El jugador del Rácing y el Real Madrid era capaz de quedarse suspendido unos segundos en el aire antes de cabecear a puerta. Congelando y estirando el tiempo. Escuchando el silencio en ese vacío momentáneo.