La mañana es de niños accidentales buscando un parque en el que dar
patadas a un balón. La mañana es un barullo de lluvia que no arranca en
las aceras, un tirar de mujeres con la bolsa del pan y de coches que
hocican su testuzo de hierro como en un combate naval. Los domingos
bostezan con el remache de las campanas en el aire, aunque ahora se oiga
ese rumor interesado de que las iglesias andan vacías y que la culpa la
tienen los nuevos progres o las hordas neoliberales. Me he asomado a la ventana y no he visto
ninguna señal de que hoy sea un día alegre. Está el amor en estos tiempos
de zozobra a expensas de los informes del Banco de España y de las
conferencias que algunos santurrones de la pasta de Estrasburgo sueltan
en plan armagedón total. Está mi corazón esta mañana gris y duro. Acabo de ver un reportaje
en National Geographic (o era Discovery Channel) sobre los pescadores de
langosta. He visto gente más dura que mi corazón de alabastro. Anoche
vi en 24horas un reportaje sobre algunos enclaves geográficos insólitos
en nuestra querida España. Países dentro de un país. Planetas que están
dentro del nuestro. Un pueblo que se llama Bulnes y que
tiene a tiro de piedra al Naranjo de marras, sí, ése que salía en los
libros de texto de Octavo de la E.G.B. de antaño. No sé si habrá más amor en Bulnes que en mi pueblo. No creo que pueda medirse, pero estaría bien saberlo. Los enamorados, en Bulnes, saldrán (imagino) al campo salvaje y recogerán
unas flores, las transportarán con mimo y se las darán a su Beatriz con
una sonrisa agreste de galán sin glamour extraído de una novela de
Azorín. No sé a qué ha venido esto de Azorín. De hecho viendo el programa anoche pensé en Galdós
y hoy, puesto a recordarlo, me sale Azorín. El galán urbano se
conectará a internet y en un par de clics, traducidos en sendos saqueos a
su visa, habrá movido la pieza de la urdimbre digital que moverá otra
pieza hasta que el mecano del capitalismo ponga a puertas de su casa un
ramo de flores. El corazón, mirado en detalle, es un músculo de aspecto
tosco, groseramente trenzado de válvulas que se abren y se cierran, que
tosen y hacen gárgaras íntimas. El corazón es una víctima inocente.
La
mañana transcurre con la rutina prevista. Me abro una lata de cerveza y
me sirvo un aperitivo de berberechos. Ya saben, la rutina prevista. Un
domingo doméstico. Ayer el Madrid perdió sin Cristiano y hoy la televisión cuenta que la Kirschner fue a Cuba a no ver a Chávez, porque nada han dicho de que entrara en su habitación, le hablara y le contara que el mundo bolivariano está muerto fuera de Venezuela. Que Bolívar, en mi pueblo, suena a nombre de pub o a marca de aceitunas. Somos unos ignorantes, Cristina. Tú, la primera. Ignoramos más de lo que sabemos, aunque algunos no reconocen esa evidencia cartesiana y limpia. Yo mismo, escribiendo aquí, no sé bien qué hago realmente. Si escribo para aliviar la grisura del domingo o para enturbiarla todavía más. Hay días de una apatía absoluta. Da igual que te levantes jovial y desees que los pajaritos píen y arrullen amor en el alféizar de tu ventana. Ves venir los pajaritos y la radio informa de que mueren no sé cuántos niños cada día en el cuerno de África. Se vive mejor en la ignorancia, cuenta K. Admiro la pereza de algunos por la cultura. La llevan a escondidas, pero es una pereza sublime, de las que no entran a considerar el fracaso de Occidente, de las que congenian mejor con el calendario Pirelli o los goles de Messi. Almas de un candor absoluto, que progresan y se ajustan a los tiempos sin perder en ningún momento su lozanía espiritual, ese dejarse ir sin honduras. Por eso hoy no he salido a comprar la prensa ni he abierto el google buscando los titulares. Me he quedado en el editor del blog y me ha salido este pequeño incendio doméstico. Será que el gris del día, la lluvia que no se decide del todo o el cielo, al que no le sale la ira que lleva dentro, me ha influenciado. Soy uno de esos que escriben sobre lo primero que se le ocurre.