Una buena noticia: Marcelo Grosman y Tizziana Pierri exponen en Nora Fisch.
Además de lo tan humano del lenguaje, ese distintivo que nos diferencia de los animales, las emociones, sobre todo las posibilidades de expresión de ellas, hacen a nuestra experiencia homínida un caso particular entre los seres vivos. Si admitimos que la paleta para dar cuenta del color de nuestros sentimientos es amplia y variada, Marcelo Grosman eligió un puñado de ellos, y construyó una máquina. La humana máquina es el nombre de la muestra anclada en el arte contemporáneo que exhibe en la galería Nora Fisch y que en el título explicita el invento y la experiencia con las imágenes. De esto último se puede decir que Grosman se apropia de ellas, en cada caso, de modo distinto. Esa sea una de las razones del interés que sugieren sus obras.
Un dedicado trabajo en la ampliación del campo de la fotografía, una expansión de sus posibilidades y ya, hay que decirlo, un alejamiento bastante evidente de ese disciplina, la fotografía, para ubicarse en un lugar más incómodo y menos explicativo.
Para hablar de lo primero, de lo que se trata esta exposición, hay que aceptar que Grosman trabaja siempre con imágenes. Suya o ajenas, esas son la materia prima de sus reflexiones. En este caso, las imágenes están en función de la creación de un sistema, la máquina, donde cada una de las partes se hará cargo de una emoción o estado de ánimo: confusión, euforia, pasión, temor y devoción.
Sin embardo, lo notable, entre otras cosas, es que no es una identificación contenidista ni muy directa. Las imágenes que pueden ser de personas, ciudades, planos, mapas, esquemas, fotogramas no “hablan” de las emociones. No las ilustran ni exponen. Con ellas, con objetos y hasta con la fabricación de un artefacto de madera, tornillos y ganchos, que parece salido de una imaginación de vanguardia, de un pensamiento sobre la máquina y sus posibilidades artísticas o de una prototipo de una ciencia en ciernes, precaria pero efectiva, Grosman le va dando forma a una manera muy fría y calculada de pensar la estructura de los sentimientos. Esto también llama la atención de su capacidad de crear: cómo controlar aquello que está en nuestro mundo para el desborde; cómo medirlas, organizarlas, puntuarlas y dejarlas manifestadas en un instante, en una copia, en una instalación con la fuerza de la quietud, el registro y, quizá, del sosiego y de la calma.
Si ese puñado de pasiones nos instala en las reflexiones posibles que Ariel Schettini sugiere en el texto que acompaña a la muestra, “¿Qué nos deja la tecnología para reivindicar como humano? ¿Qué es un humano para la técnica? ¿Un ser sensible? ¿Un aparato de sensibilidad? ¿Qué es para la técnica moderna lo humano por defecto?”, entonces Grosman no sólo se habrá alejado de la fotografía sino que estará muy cerca de volverse una reflexión filosófica.
En la misma sala, en la parte de arriba, es el mejor lugar para ver Eclipse, las obras de Tiziana Pierri. A partir de estos trabajos recientes, ella no sólo crea unos cuadros en los que explora lo estético sino que también agranda los límites de la pintura. Por un lado, ese quehacer inscripto en una tendencia a lo abstracto se deja penetrar por algunas formas: las del cielo y sus constelaciones. Por el color de los fondos, por la disposición de las tachas con las que trabaja hay una referencia al cosmos, al brillo de las estrellas.
Por el otro, trabaja con tela propiamente dicha. Es una gabardina de alta resistencia, un producto que se utiliza en la ropa de trabajo con certificaciones de durabilidad y resistencia. A su vez, la pinta con óleo y la destiñe con lavandina. Combina dos espacios, el del arte y el de la limpieza. O mejor dicho, vuelve a dos enemigos, el poder abrasivo de la lejía, lo cáustico de sus componentes en sus telas.
También, como se ha dicho usa con tachas, alfileres de gancho y pins, que pertenecen al mundo de la moda; esos dos materiales, la tela y los ganchos, refieren al barrio de Once, donde se compran. Sin embargo, el campo de significación no termina en esa procedencia. Para Pierri, ese Once es, también, una referencia artística. Una tradición del arte de los 90 que hizo del vecindario de los tenderos su cantera de materiales. Igualmente, en Pierri es una cita diferida; ni siquiera es pop, excepto en la consigna de hacer entrar al arte elementos de otros sistemas.
Foto de portada: Marcelo Grosman, La máquina humana.
Hasta el 7 de mayo en Galería Nora Fisch, Córdoba 5222. De martes a viernes de 12.30 a 18.30