Revista Opinión

Guerra infinita frente a libre competencia

Publicado el 04 mayo 2012 por Vigilis @vigilis
Los enemigos de la libertad creen que ante unos recursos limitados, el crecimiento continuo es imposible. La frase no carece de lógica, pero no es aplicable. De esta idea salen aquellas famosas declaraciones de Krugman que decía que una invasión alienígena era lo que la economía necesitaba para salir de la recesión: ante una capacidad limitada de crecimiento, la salida a la crisis solo se podría ejecutar creando una nueva demanda. Del espacio exterior.
Me encanta que un premio Nobel hable de alienígenas pero lamento que sea para defender el mantra de la limitación de recursos. Contra este mantra barajo dos ideas:
  • A efectos prácticos el Sol es una fuente ilimitada de energía.
  • Existen singularidades tecnológicas no predecibles.
La primera idea la relaciono con la capacidad de consumo energético total del planeta Tierra. Ciertamente el Sol se agotará, pero lo hará en un espacio de tiempo tan grande, que a efectos prácticos podemos afirmar que tenemos una fuente de energía infinita. Ante esta idea se suelen esgrimir los mitos de la superpoblación del planeta y de cómo si todos fuéramos americanos, necesitaríamos tres planetas Tierra para mantener esa capacidad de consumo. Bien, mirad al Sol: tenemos en términos energéticos, millones de planetas Tierra. En términos de recursos minerales -por ejemplo- ni siquiera sabemos lo que tenemos (cuando el precio de las cosas sube y la tecnología se abarata, sale rentable obtener recursos de nuevas zonas). Ya ni hablo de lo que supone explotar asteroides (algo aparentemente descabellado, pero cuya tecnología ya está disponible a un alto precio).
La segunda idea es más complicada de transmitir. En condiciones óptimas, la mejora continua de los procesos de producción, de la tecnología de materiales y el constante abaratamiento del transporte y la comunicación proporcionan saltos no predecibles en la tecnología disponible. Esto ocasiona nuevas oportunidades de negocio y generación de riqueza que no son predecibles, pero cuyos efectos pueden alterar la estructura productiva y empresarial de forma determinante. Quienes fabricaban aparatos eléctricos con válvulas, no sabían lo que se les venía encima con los transistores. Tras los transistores, la aparición del microchip supuso una nueva revolución. Estos microchips se miniaturizan cada vez más. Y ya están sentadas las bases del desarrollo futuro de la tecnología electrónica con el grafeno, la nanotecnología, la computación cuántica, la computación con crustáceos, etc. Y solo hablo de circuitos lógicos, pero esto es aplicable a la aviación, la producción en cadena, la medicina, la agricultura, etc.
Guerra infinita frente a libre competencia
La capacidad de inventiva del ser humano ante un problema de competencia y recursos escasos, unidos al afán continuo de legar a los hijos un futuro mejor, producen auténticas revoluciones llamadas singularidades tecnológicas cuya característica común es que se producen cada vez más rápidamente.
Quienes defienden la necesidad de crear una demanda artificial -usando impuestos, deuda y tasas- no tienen en cuenta la constante humana de la capacidad de la gente por mejorar. Eso no se puede medir y por eso sus esquemas siempre parten de una base equivocada. O al menos de una base que no tiene en cuenta factores que son imposibles de tener en cuenta.
Junta de Producción de Guerra
No solo de Krugman y los alienígenas vive el keynesiano. Cuando se acababa la Segunda Guerra Mundial, la Junta de Producción de Guerra -organismo encargado de coordinar la producción para ayudar al esfuerzo de guerra, formado por funcionarios del gobierno y los principales industriales americanos- vio que la cosa iba bien: el paro prácticamente había desaparecido, las empresas funcionaban sin descanso y millones de trabajadores compraban bonos de guerra para que siguiera la producción. En resumen, la estructura de planificación industrial era casi perfecta: fabricas bombas que explotan, te pagan un sueldo con el que compras deuda de guerra que el gobierno usa para comprar a tu empresa más bombas, explotan, etc.

Guerra infinita frente a libre competencia

Paraíso keynesiano

Algunos señores de serendípicos nombres defendieron con ahínco la permanencia de la economía de guerra más allá de la guerra. Charles Erwin Wilson, jefe de General Motors, Charles Edward Wilson jefe de General Electric y Charles Emil Sorensen jefe de producción de Ford Motor Company. Resulta maliciosamente divertido que los principales industriales capitalistas americanos, defendieran una política económica similar a la de la socialdemocracia europea actual.
El caso es que la Junta se disolvió tras la guerra y a principios de los 50 se creó el complejo militar industrial. Los responsables de las grandes compañías pasaron a formar parte del gobierno de Eisenhower (el CEO de GM llegó a Secretario de Defensa). Había un escenario nuevo, el de la Guerra Fría, y los contratos continuaron fluyendo.
Todos los bienintencionados que quieren que el Gobierno garantice un trabajo a todo el mundo, pasan por alto que para conseguir esto se requiere una economía de guerra. Peor aún: una economía permanente de guerra. Existen algunos desarrollos sobre la teoría de la guerra perpetua (sobre todo enfocados desde el antiamericanismo atroz), pero pasan por alto que se intentó en los años cuarenta y sus máximos valedores eran los mayores capitalistas de la época.
Tangencialmente a todo esto está el tema de los derechos laborales, vendidos como conquistas sociales de una izquierda que jamás existió: mientras aumentaban los derechos laborales, aquella izquierda se dedicaba a boicotear, huelguear y de vez en cuando atentar contra la vida y propiedad ajenas. Sin embargo, las lecturas actuales que venden mantras y mitos, no tienen en cuenta pasos significativos como el adoptado por Henry Ford, que dobló el salario mínimo en sus fábricas "para que los obreros puedan comprar mis coches" y redujo la jornada laboral a ocho horas. Al mismo tiempo que doblaba los salarios, el precio de venta del Modelo T llegó a ser diez veces inferior que el de su competencia. Es una pena que no fueran las empresas privadas las encargadas de construir carreteras bajo demanda, de eso se encargó el gobierno. El resultado del choque entre masiva producción de coches y burocrática producción de carreteras fueron y siguen siendo los atascos.
En resumen: los defensores del Gran Gobierno deben empezar a contarnos la verdad sobre las carencias de sus planes y por otra parte, las mejoras de los derechos laborales siempre partieron de empresas compitiendo. Si queréis un ejemplo español, ahí tenéis a Eduardo Barreiros: los trabajadores de Barreiros podían llevar gratis a la clínica de la empresa a sus familiares.
Adenda
No me resisto a repetir el pasaje del Doctor Schwarz de Usted puede creer a los comunistas. Resulta que un jeque árabe está de visita en una fábrica de coches soviética, rodeado de obreros, y pregunta:
-¿De quién es la fábrica?
-¡Nuestra! -responden los obreros.
-¿De quién es lo que produce la fábrica?
-¡Nuestro! -gritan ufanos.
El tipo ve que en el aparcamiento hay tres coches iguales.
-¿De quién son esos coches?
-Oh, ese de ahí es del director de la fábrica, ese otro del delegado del partido y el tercero del comisario político.
Una semana después, el jeque va a Detroit y nuevamente unos obreros le enseñan una fábrica de coches. Pregunta lo mismo.
-¿De quién es la fábrica?
-¡De Henry Ford! -responden los obreros.
-¿De quién es lo que produce la fábrica?
-¡De Henry Ford! -gritan a coro.
El tipo ve que en el aparcamiento hay cientos de coches de todas las marcas y modelos.
-¿De quién son esos coches?
-¡Nuestros!

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