“No es prostitución. Se prostituye el que quiere”, me aclaró Jorge Lázaro, alias “Papito”, cuando me describía en una conversación por el chat el negocio que creó hace pocos años y que dirige desde Ecuador, en asociación con personas en La Habana.
A Papito lo contacté a través de la página web de su “empresa” y me atendió como al posible cliente que creyó que yo era. Le escribí que era mexicano y que pensaba ir de vacaciones a La Habana, también que buscaba pasarla bien, muy bien, y no hizo falta explicarle nada más para hacerle saber qué tipo de placeres buscaba en Cuba. Me preguntó en qué fecha pensaba viajar, cuántos días estaría y cuáles eran mis gustos. Le inventé algunas fantasías sexuales con hombres jóvenes y entonces, aunque me aclaró que él solo proporcionaba guías de turismo, prometió enviarme por correo un catálogo de sus mejores “mercancías” (así, literalmente, los describió) para que yo decidiera a cuál o a cuáles “alquilar”.
Efectivamente, a las pocas horas contaba en mi correo con una decena de fotos de hombres semidesnudos, acompañados de una breve descripción de sus roles sexuales, de sus “habilidades” como sujetos de compañía y de sus honorarios.
El negocio de Papito no es único. Es uno de los tantos que existen en Cuba y que dicen proporcionar guías turísticos a los visitantes extranjeros para de ese modo disimular los verdaderos servicios que ofertan. La isla se ha convertido en uno de los destinos claves en la región para el turismo sexual gay y, en consecuencia, un alto por ciento de la población masculina ha encontrado en la prostitución una vía para obtener ingresos importantes, sobre todo al involucrarse en este tipo de “asociaciones comerciales” que le aseguran cierta estabilidad con los clientes y hasta protección, como nos asegura Hansel, un joven de 23 años que desde los 19 forma parte de varias empresas de “guías turísticos”:
“Encuentras seguridad porque en la calle estás expuesto a que la gente te vea y descubra que estás jineteando, incluso que te metan preso por acoso al turismo o te pongan un acta de advertencia por prostitución, pero lo peor, al menos para mí, es que me descubra mi mujer o mi papá y entonces me enredo en tremendo problema porque yo siempre digo que el dinero me lo gané arreglando una computadora o apostando o que vendí un celular. (…) En la calle tienes que pasarte el día caminando de un lado para otro, sudado, con hambre; en esto [en la empresa] yo no tengo que hacer nada. Me llaman cuando aparece algo, incluso cobro más y en la casa todos están más tranquilos porque parece que me llaman para un trabajito, y como soy informático, nadie sospecha nada”.
Vladimir tiene 52 años y fue bailarín de varios centros nocturnos de La Habana pero un padecimiento crónico lo obligó a retirarse a inicios de los años 90. Vivió durante mucho tiempo de prostituirse hasta que en el 2009, junto a su pareja que vive en Italia, decidió abrir un negocio clandestino de guías de turismo y nos cuenta sobre las ventajas de su iniciativa:
Le he resuelto la vida a unos cuantos muchachos que al final estaban en la calle haciendo lo mismo o peor asegura Vladimir (Foto: Pérez Chang)
“Es un negocio y es prostitución, en eso estoy claro, pero la prostitución no la inventé yo, ni la alta demanda, la prostitución está aquí en Cuba en todas partes porque somos un país de turismo sexual, y yo, para decirlo de algún modo, solo he organizado un poquito la calle y le he resuelto la vida a unos cuantos muchachos que no tienen otra forma de ganarse la vida y que al final estaban en la calle haciendo lo mismo o peor. (…) Aquí ganan más, la policía no los acosa, ellos ponen sus reglas y yo, con el perfil que me dan, les busco los puntos [los clientes]. En ningún momento se les dice que tienen que acostarse con nadie, pero ellos saben que ningún tipo viene a Cuba buscando machos como guías de turismo simplemente para pasear y saber en qué año se construyó el Capitolio, para eso mejor contratan a Eusebio Leal [historiador de La Habana] y ya. (…) En la calle cualquier muchacho de estos haría en el día entre 5 y 10 [dólares], aquí se van con 30 y hasta 50 y a veces más por cada cliente, con suerte hasta hacen su vida y alguien los saca [del país] porque al final son jineteros pero no son de la calle. (…) Aquí yo tengo de todo, menos menores de edad. (…) Sé que dan dinero y que son muy buscados pero yo no me meto en esa candela. (…) Aquí hay universitarios, policías, deportistas, travestis, lo que quieras. (…) Aquí hay muchos que han llegado a La Habana como policías y han terminado en la pasarela del [cine] Payret”.
En páginas de clasificados en internet constantemente aparecen anuncios convocando a jóvenes cubanos para “aplicar” como guías de turismo, sin embargo, ninguna de las convocatorias exige conocimientos culturales, históricos o de idiomas, solo enviar fotografías algo sensuales y poseer un físico atractivo. Ernesto, un joven graduado universitario que no encontraba trabajo en Holguín, su provincia natal, llegó y se instaló a vivir en La Habana hace dos años no gracias a su currículum académico sino a un par de imágenes de su cuerpo desnudo:
“Me las vi negras y sin pensarlo mucho mandé las fotos”, cuenta Ernesto. “Enseguida me llamaron y aquí estoy. (…) Decía [el anuncio] que era para guías de turismo pero cuando te piden fotos ya uno sabe lo que están buscando. (…) En Holguín es difícil jinetear porque te conocen, la gente habla y, además, no puedes cobrar mucho como aquí en La Habana. (…) Yo nunca luché [prostituirse] en el Parque Central ni en el Bim Bom [punto de prostitución en El Vedado], desde que vine fue para esto y ya me consiguieron el cambio de dirección y hasta me pagan mi alquiler porque, modestia aparte, soy bueno en lo que hago y siempre me llaman. (…) Soy ingeniero eléctrico y después del servicio social me mandaron para un laboratorio donde solo ganaba 365 pesos [unos 15 dólares] al mes. (…) Por un amigo que tenía internet en la casa a veces chateábamos con extranjeros para ver si algo se pegaba pero todo era infladera [palabrería], (…) hasta que vimos el anuncio y los dos mandamos fotos. A los dos nos escogieron y en eso estamos. (…) Mi amigo es ingeniero, igual que yo, y los padres son médicos pero eso no sirve para nada”.
En este anuncio además de otros servicios se ofrecen acompañantes o guías
“Este tipo de negocios existe en todas partes, hasta en los Estados Unidos, en España, en África, para nada es exclusivo de Cuba”, nos dice Lian, más conocido como “Romance”, una travesti que dirige un pequeño negocio de acompañantes y masajistas masculinos. Según ella, este tipo de empresas en Cuba llaman la atención “porque aquí siempre se ha negado que existe la prostitución aun cuando la respiras hasta en las alcantarillas. Desde que te bajas del avión la hueles hasta en los [oficiales] de la aduana, en los taxistas. Lo que nos diferencia de otros países es que el gobierno piensa que al no hablar de eso, simplemente no existe. (…) Es penada por la ley pero es tanta que no hay manera de mandar a tanta gente a la cárcel y, lo mejor de todo, no constituye un problema moral para las numerosas familias que dependen de la prostitución. (…) Hay mucha gente hipócrita que piensa que prostituirse solo es estar en una esquina fleteando [insinuándose], pero prostituirse también es acostarse con el jefe por un viajecito o por unas vacaciones en Cayo Coco, por un módulo de aseo; prostituirse es dejarse toquetear por el profesor para que te dé 5 puntos [aprobar con sobresaliente] o casarse con un extranjero para no pasar el mismo trabajo que pasan los pobrecitos proletarios de patria o muerte venceremos. (…) El gobierno tiene que dejarse de bobería porque se sabe que si este país ha resistido tanta hambre ha sido a base de sexo y no de consignas. (…) No creo que la ONAT jamás nos reconozca como cuentapropistas, a pesar de todo el dinero que aportamos a este país, pero llegará el día en que nos hagan un monumento”.
Con los más diversos y sugestivos nombres, que casi siempre evocan famosas zonas de tolerancia de La Habana como el Parque Central, el Almendares, el cabaret Las Vegas, la playa Mi Cayito o el centro cultural El Mejunje, en Santa Clara, hoy en Cuba se cuentan más de veinte las pequeñas empresas, algunas con páginas web en internet, que solapadamente viven de promocionar el turismo sexual gay en la isla, uno de los “productos” que más visitantes extranjeros atrae y, quizás, de los que más aportan si no a las arcas del Estado, al menos a las economías familiares.
Por Ernesto Pérez Chang en Cubanet