La foto es, como tantas otras veces, de Eva
Los boicots políticos han afectado al deporte en muchas ocasiones. Desde los boicots de ida y vuelta que se hicieron la URSS y Estados Unidos durante los Juegos Olímpicos de Moscú 80 y Los Ángeles 84, hasta el boicot norcoreano a los Juegos de Seúl en el 88. Sin embargo cuando pensamos en el boicot deportivo por excelencia giramos nuestra visión hacia el caso de Sudáfrica, quien no pudo competir desde 1964 hasta 1992 en los Juegos Olímpicos. Hasta que el régimen del apartheid finalizó.Una característica común a todos los boicots deportivos es que vinieron acompañados de decisiones políticas de peso. No sólo fueron decisiones deportivas. La protesta contra la invasión soviética de Afganistán. El clima de tensión de la Guerra Fría. Las sanciones políticas y económicas contra la Sudáfrica del apartheid. O el inacabable conflicto en la península de Corea.
Todos los países subsaharianos, por ejemplo, boicotearon los Juegos Olímpicos de Montreal en 1976 por aceptar la participación de Nueva Zelanda. La selección neozelandesa de rugby había jugado un partido contra la de Sudáfrica unos años antes, rompiendo el boicot deportivo mientras perdurara el apartheid, y Montreal no vio deportistas africanos en sus competiciones.
Hubo un tiempo en que la defensa de unos intereses determinados se realizaba mediante boicots políticos que se extendían a todos los ámbitos de la vida. Pero hace mucho que esos tiempos pasaron y que las razones políticas se relativizaron. Los países africanos participaron en la Copa África 2012 celebrada en Guinea Ecuatorial. No se realizó boicot alguno en relación a la dictadura que se vive en aquel país y la selección del país de Obiang, que debutaba en dicha competición, logró un buen resultado. Ni había boicot político, ni había boicot deportivo.
Hoy que la selección española de fútbol decide jugar en Malabo se le recrimina su mala elección y su falta de escrúpulos políticos. Como si estuviera por encima de las selecciones de toda África. Incluso se filtra que los jugadores no quieren ser fotografiados con Obiang –ellos, pobres millonarios, son inocentes del todo, parece querer decirse. Y en un ejercicio de cinismo se acusa a la Federación Española de Fútbol de ir a Guinea Ecuatorial sólo por dinero –como si el partido que se juega unos días después entre España y Sudáfrica no tuviera precio- enredando sobre si el Gobierno de España dio permiso o no para jugarlo.
Nada se dice de los negocios españoles en Guinea Ecuatorial, donde España es el segundo proveedor. Ni una palabra sobre la necesidad de establecer un consenso internacional para sacar a la familia Obiang de sus sillas y ayudar a la extremadamente luchadora oposición democrática guineana a establecer un régimen de democracia real en el país. Ni una sola palabra sobre la implicación de empresas españolas en la corrupción y la tortura llevadas a cabo por Obiang durante décadas. Nada sobre la prisión de Black Beach, por cierto construida por españoles. Lo que importa es que la inmaculada selección campeona del mundo quedará manchada por haber ido a hacer el juego político a un dictador africano. No se hablará de la posible renuncia de España a jugar el Mundial de Rusia o el de Qatar, países todos ellos que poco tienen que envidiar a la dictadura de Obiang.
Los boicots deportivos, como demuestra el caso de Sudáfrica, a veces ayudan a hacer cambios. Pero sólo si vienen acompañados de un boicot político y de una postura firme del bloque de países boicoteadores. En África ningún país boicotea a la selección de Guinea Ecuatorial -y seguramente se debería comenzar por ahí. Aun así la propuesta de que la selección española de fútbol juegue en Malabo resulta inaceptable, en especial teniendo en cuenta el pasado colonial español y nuestra responsabilidad con las dictaduras que allí se han sucedido. El partido sólo sería salvable desde un punto de vista moral y político si los jugadores de la selección tienen el valor de hacer un gesto público hacia los demócratas de aquel país. Robbie Fowler apoyó alos trabajadores del puerto de Liverpool. Antonio Luna ha apoyado públicamenteal SAT y a Cañamero. Son pequeño apoyos individuales, que no determinan un cambio político, pero ayudan a visibilizar el conflicto y sirven de aviso a los políticos de los países democráticos, aumentando la presión para que inicien un verdadero boicot político, que es el que tiene fuerza.
Los jugadores españoles tienen el sábado, cuando salten al terreno de juego, la oportunidad de hacerlo visibilizando la dignidad de los demócratas ecuatoguineanos. Pero todos nosotros, como ciudadanos, tenemos cada día la oportunidad de movilizarnos políticamente para que nuestro país promueva un boicot político contra Obiang y para que se denuncie públicamente a todas las empresas que colaboran con él. Así, de paso, podemos dejar de rasgarnos las vestiduras porque se juegue un solitario y maldito partido de fútbol.