No sé si llegaré a tiempo hoy al trabajo. Mis movimientos son lentos. Cuesta mover brazos y piernas entre tanto fango, entre la corrupción que, como aguas movedizas, se encharca en esta ciénaga infinita. Y mientras lucho por seguir en movimiento, no puedo evitar sentir que, durante años, he estado haciendo el primo y como yo, millones. Lo sé: mal de millones, consuelo de primos. Pero es que no tengo ni una triste cuenta en Suiza ni un pequeño ático en Marbella que no sé si es mío o lo tengo alquilado. Tampoco he malversado fondos, ni formas, y siempre he devuelto el cambio a quien me ha encargado una compra adelantándome el dinero. Estoy confusa…
Aún con todo, reivindico como los locos mi derecho a fracasar: a ir cada día al trabajo, a pagar religiosamente (sin que se me llene la boca, sino con normalidad) mis impuestos, a pagar lo que debo, a deber no más de lo que me puedo permitir, a tener mis ahorros en una entidad cercana en la que conozco al empleado que me atiende cada vez que voy, y que ya no me intenta engañar porque me he ganado su respeto (otra trampa) y a no tener el dinero lejos, cruzando fronteras para encontrarlo como si fuera Marco buscando a su madre por la pampa argentina.
Soraya Sáenz de Santamaría reivindicó ayer ese derecho a fracasar. Eso se llama curarse en salud y preparar la colchoneta para amortiguar el golpe cuando se produzcan nuevas caídas, quizá en las próximas elecciones en las que, de seguir así, el PP ejercerá un clamoroso derecho al fracaso, de la misma manera que ha fracasado su política, sus andanadas en todas las esferas sociales (sanidad, educación, sistema judicial,…). Porque cuanto más creen que han ganado, más se hunden, y nos hunden.
Ayer nació una estrella y Soraya tuvo su momento de gloria. Pero su interpretación estuvo sobreactuada, fuera de lugar; sonó como una burla cruel. Tildó de fracasados a aquellos que en realidad son víctimas de una política económica nefasta basada en humo que está reduciendo las clases trabajadoras y medias a mendigas, pero no fracasadas. Se equivoca la vicepresidenta, ministra de la Presidencia y portavoz del Gobierno cuando habla de ellos con ojos llorosos. Fracasados son los que circulan a toda velocidad en un coche blindado de cristales ahumados, saltándose las señales por las autopistas de la impunidad mientras atropellan los derechos de esos a los que ahora llaman fracasados mientras colocan los suyos en el ático de un edificio de lujo en Marbella.