Revista Cultura y Ocio

Habemus Papa

Publicado el 12 septiembre 2011 por María Bertoni

Habemus PapaDespués de ver Habemus Papa (¿por qué habrán malogrado el título en latín y encima agregado el -a la vez redundante y errado- copete “El psicoanalista del Papa”?), algunos espectadores no sabemos con quién quedarnos: con Michel Piccoli, por una de las mejores actuaciones de su carrera, o con Nanni Moretti por la ocurrencia de un relato que a muchos nos gustaría encontrar en la historia contemporánea del Vaticano. Por suerte no estamos obligados a elegir.

Básicamente el autor de El camián cuenta dos versiones paralelas de una misma ucronía: una se desarrolla en el interior de la Santa Sede, y la protagoniza el mencionado psi (que encarna el mismo Moretti); la otra tiene lugar en el afuera, y la lleva adelante el flamante sucesor de (suponemos) Juan Pablo II. En contra de lo que sugieren nuestros distribuidores, la interacción entre ambos personajes es breve, limitada, anecdótica.

También en contra de lo que algunos espectadores esperan o desean, las humoradas sobre la irresoluble rivalidad entre religión y psicoanálisis son escasas. Por consiguiente, las risotadas casi obscenas que se cuelan en algunas salas porteñas responden más a las ganas de asistir al chiste o irreverencia fácil que a lo que realmente muestra la pantalla.

De hecho, Moretti ofrece el retrato sentido y piadoso de quien no se siente capaz de asumir una responsabilidad máxima (que por otra parte todos rechazan). La mirada de Piccoli, los ataques de pánico e ira que recrea según indicaciones del guión, distan de causar risa porque en realidad expresan el peso abrumador de un rol asociado a una institución milenaria que, como bien señala el discurso final, debe repensar y renovar su postura en el mundo actual (no es casual la inclusión de “Todo cambia” en la banda sonora).

Lo que sucede dentro del Vaticano, sí, compensa la angustia que sentimos quienes nos identificamos con el antes cardenal de Melville. La idea de un psicoanalista cautivo en la Santa Sede, sin otro libro a mano que la Biblia (que se permite interpretar según el dogma freudiano) y convencido de las bondades de organizar un campeonato intercontinental de vóley nos lleva a mirar con simpatía y benevolencia a quienes integran la cúpula eclesiástica.

Alguien podrá reprocharle a Moretti cierta tendencia a la infantilización. Quizás ésta sea una manera no agresiva de acusar un encierro que produce alejamiento de la realidad, y por lo tanto de los fieles (que, dicho sea de paso, Melville recién descubre en su escapada por el afuera).

A la salida del cine algunos intentamos imaginar Habemus Papa (con perdón del latín) en manos de Hollywood, incluso de alguna productora norteamericana indie. Enseguida nos damos por vencidos y agradecemos a Dios, nuestro Señor la existencia de realizadores como Nanni Moretti.


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