Revista Cultura y Ocio
Por C.R. Worth
Un frío mensaje de texto mandado por tu hermano me notificó que estabas en cirugía en el hospital tras un accidente de tráfico; de inmediato lo dejé todo para ir allí.
Mientras conducía angustiada no podía dejar de pensar en lo peor que pudiera ocurrir, con tan solo veintidós años podías dejarme para siempre, sin experimentar lo mucho que se ama a un hijo y comprender mi amor sin límites por ti. Te recordaba de bebé, cómo te miraba embelesada mientras te amamantaba y tu diminuta manita se aferraba a mi sujetador; tus pupilas azules eran dagas de amor que atravesaban mis clisos buche tras buche. Me venían los recuerdos de cómo te quedabas dormido tumbado sobre mi pecho con la nana que te cantaba los latidos de mi corazón. Te veía haciendo travesuras y cómo tras ellas tus pilluelos ojos sonreían. Me vino la congoja de ese otro momento de pánico cuando a los tres años pusiste lejía en tu boca y el coche se convirtió en un bólido para llevarte al hospital.
No podía aferrarme a una vida de recuerdos, no eran suficientes, te necesitaba egoístamente, quería verte terminar la carrera, ser exitoso en tu profesión de psicólogo, que te casaras, que formaras una familia y fueras feliz. ¡Dios, quítame la vida a mí, y dásela a él! Fueron horas de angustia y espera. De vez en cuando el teléfono sonaba para decir que todo iba bien. Llegó el neurocirujano y con tecnicismos nos explicó la intervención, y lo peor, nos presentó un cuadro en el cual podías quedar como un vegetal. No daba crédito.
El mundo se me derrumbó cuando en la Unidad de Cuidados Intensivos, habitación 465, te vi con el rostro desfigurado y amoratado, tenías la cabeza vendada, y respirabas a través de una máquina. El niño que todo el mundo calificaba «de anuncio» vino otra vez a mi mente; ese chiquillo lleno de vida, ahora roto, con la cabeza fracturada y trauma cerebral severo, frágil, indefenso, luchaba por vivir. No importa como quedes, te amamos y te cuidaremos. Hay tanto amor alrededor tuya y fe, que algo en mi interior me hacía sentir positiva. Eres mi hijo, llevas mi sangre en las venas, y eso te hace un luchador nato… Saldrás de esta.
Quizá porque tienes personas, amigos y familiares repartidos por varios países y continentes y la fe mueve montañas, haremos entre todos con nuestras oraciones que te recuperes pronto, literalmente miles de personas rezan por ti, personas de todos los credos y razas. Media docena de pastores y sacerdotes han venido a visitarte, y un constante aluvión de amigos. Tienes muchos y muy buenos.
Cruces de historias milagrosas, aguas del Jordán, titulares de tu Hermandad y el Señor de Sevilla y su madre que vivía en San Gil te protegen.
Con la intervención divina y los mejores doctores a tu disposición mejoras milagrosamente cada día, los médicos están sorprendidos de tu recuperación tan rápida. Los tubos van desapareciendo. Pequeños avances diarios…
Ya estás consciente, te mueves, andas por la Unidad de Cuidados Intensivos con tu casco protector. Los médicos están muy animados ante tus progresos. Pronto la habitación 465 solo será una pesadilla en el recuerdo.