Revista Cultura y Ocio

Habitación en W

Por Eduardomoga
Álex Chico acaba de publicar su cuarto libro de poemas, Habitación en W, en La Isla de Siltolá, tras La tristeza del eco (2008), Dimensión de la frontera (2011) y Un lugar para nadie (2013). Como se ve, Álex mantiene una regularidad extraordinaria en sus entregas: cada dos o, como mucho, tres años nos regala un libro. Su ritmo es pausado, pero constante: un indicio de su dedicación cabal a la literatura, que trasluce una creencia no menos cabal en ella como forma de salvación, o, al menos, de consuelo. Llama también la atención el título. La W está presente en la historia de la literatura gracias a George Perec, cuyo W o el recuerdo de la infancia narra el singular estado en el que viven los habitantes de W, una remota isla de la Tierra de Fuego -novela que cabe considerar inspiradora del libro de Álex Chico, que es también la descripción de una distopía y, al mismo tiempo, la recuperación de un espacio mítico; el escritor francés, además, es homenajeado en el poema "Con Perec, en Marheinekeplatz"-. Pronto, no obstante, se sumará a este escueto catálogo W, el nuevo poemario de Javier Pérez Walias, al decir de Juan Carlos Mestre, el mejor poeta visigodo de España. En Habitación en W confluyen los dos ejes, paradójicos prima facie, pero en realidad íntimamente trabados, en torno a los cuales ha girado hasta el momento la poesía de Chico: la quietud y el tránsito. La primera es una inmovilidad contemplativa: la de alguien que no encuentra demasiadas razones para estar en el mundo y que, desde la reclusión de un cuarto observa, a menudo por una ventana, la pesantez de las cosas, la anodinia de los rincones, la gravedad insignificante de cuanto se extingue a su alrededor, el tedio de todo. Este mismo marasmo existencial le lleva a adentrarse en sí mismo, como forma de sobrellevar la grisura circundante, y entonces recuerda, imagina, escribe. Un segundo polo de atención se abre en ese momento: el recorrido por los mundos conocidos, entrevistos o rememorados, que es, a la vez, un viaje físico y un viaje metafísico. Lo que singulariza la poesía de Alex Chico es ese contraste -esa catacresis- entre lo irremediablemente detenido y lo incensantemente transitado: el viaje como averiguación, como redención, como vuelo, aunque quien viaje no se mueva de una habitación escueta y sombría. La última sección, compuesta por un único, y excelente, poema en prosa, se titula precisamente así, "Habitación". Pero otro poema es "Definición del viaje", y por las páginas de Habitación en W circulan muchos viajeros y se abren numerosos paisajes: "Heinrich Mann abandona Berlín" o "Il ritorno in A". Este viaje es, con frecuencia, literario: el que ha protagonizado un escritor admirado o el que se describe en un libro leído con placer; y también el viaje que el poeta emprende con los versos: hacia sí mismo y hacia todas partes. Habitación en W es un poemario metapoético: la literatura es un viaje infinito que presta su espacio -sin nubes, con sombras- a los solitarios, a los aprisionados en una realidad difícil de comprender, a los encerrados en un cuarto desde el que perciben, como un timbre muy lejano, la vibración de las cosas, el trepidar de un mundo que se resiste a ser desvelado. En Habitación en W, la escritura se revela como el punto de unión entre esos dos extremos del ser: la conciencia radical del aquí, imperturbable, en el que el vacío carcome la percepción, y la voluntad indomeñable de la fuga, la actividad o la rebelión. El poeta, o sus personajes, o los autores a los que invoca, pasean por calles innumerables, por ciudades que son las suyas -y también las nuestras-, y pronuncian, con sus pasos en el aire, palabras que nos desasosiegan y nos serenan: son exploradores y prisioneros, navegantes y cartógrafos; son caminantes y son nada.

Esto dice el poema "Habitación":

Formo parte de una habitación. Todo sucede en ella. Formo parte de una habitación y soy lo que queda en cada uno de sus ángulos y rincones. Soy lo que aún permanece porque no me abandona. Nadie, en el fondo, abandona una habitación Pertenezco a un lugar con cuatro puertas que conducen a una nueva sala. La misma, siempre. Soy una habitación a la que busco un significado. Así nos engañamos y logramos sentirnos menos solos. El miedo inventa nombres para distraerse.
Una habitación es suficiente. Para vivir otra vida. O para sumar algo más de vida a la vida. Mi mundo es un misterio de habitación cerrada. Un palacio de cristal, inmóvil y variable. Una doble puesta en escena. Un territorio vacío, porque carece de cuerpo aquel que la ocupa. Tampoco yo tengo cuerpo cuando la habito. O lo tengo y no lleno con él ningún espacio.
Me basta con saber que existe una habitación capaz de albergar a tanta gente. A la vez. Uno a uno. Los observo por el ojo de la cerradura y dialogo con ellos en ocasiones. La habitación reproduce el silencio de quien nos habla en otra parte. Así responde la habitación, con el ruido de pasos que aún la cruzan de uno a otro extremo. Con su quietud al simular que han comenzado a vaciarla.
No soy más que una habitación. Desconozco los motivos que me han conducido a ella. Tal vez no necesite respuesta alguna. Tal vez, me digo, tampoco yo sepa dársela. Ignoro por qué una habitación y por qué sería peor si no existiera. Una habitación que comienza a desaparecer cuando estoy dentro y escribo.
Quizás ya no quiera ser más que una habitación, invadida y solitaria.
Sin poder salir de un lugar que alguien, una vez, llamó W.

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