“Vengan a verlo es cierto, vengan a verlo él existe. Vengan a ver que bonita se pone la tarde cuando él la viste”. El viejo estadio de madera de Argentinos Juniors era testigo hace 35 años del debut de un pibe de rulos, número 16 en la espalda y estampa de crack. Era miércoles por la tarde, el local se enfrentaba con Talleres de Córdoba y un tal Diego Armando Maradona saltaba al verde césped a hacer de las suyas.
El entrenador Juan Carlos Montes le dio confianza en sus palabras y le pidió que tire un caño. El Pelusa obediente, pero con la picardía de un purrete de 15 años le hizo caso. Ingresó por Rubén Giacobetti y Juan Cabrera fue la víctima de la primera travesura del Diego en un partido profesional. Un túnel bien limpio lo dejó en ridículo ante la mirada de todos los fanáticos. Fue la primer pelota que tocó, como para dejar en claro su estilo, su forma de sentir el fútbol.
“Ole” coreaba la hinchada. Sorprendida, deleitándose con el que años más tarde se convertiría en el mejor jugador de la historia. Argentinos perdería 1-0, pero el resultado sólo serviría para la fría estadística. Empezaba un largo camino lleno de gambetas, tacos, paredes, sombreros y más caños.
Y hoy está a miles de kilómetros, pero cómo olvidarse de Pelusa. El que nos dio alegrías, el que defendió a muerte nuestra camiseta, el que nos hizo conocidos en cada rincón del planeta. Pasaron 35 años y una máquina del tiempo no vendría nada mal para retroceder a esa tarde. Y gozar, disfrutar, emocionarse con un pibe de tan sólo 15 primaveras que comenzaba a transitar un sueño. El sueño de todos.
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