Hace dos años que estamos juntos. Bueno, más bien dos años y 35 semanas. Dos años que te conozco, aunque ya pudiera intuirte algo antes. Hace dos años y 35 semanas que te quiero. Y jamás, jamás, hubiera podido imaginar que significarías tanto para mí. Que me pararía varias veces cada noche junto a tu mejilla o tu espalda para escucharte respirar. Que me costaría tanto dejar de mirarte cuando acaricias mi rostro, de parte a parte, como si te lo estuvieras aprendiendo. Que no podría definir el color de tus ojos aunque lo intente cien veces al día (pero, por dios, ¿qué mezcla tan especial te hemos dado?). Que no dormiría a gusto sin un último abrazo tuyo de buenas noches, sin esos mil besos que repartes entre mi hombro y mi cara antes de ir a la cama. O que las mañanas serían felices de repente al verte entrar por la puerta descalzo y somnoliento con esa sonrisa en la boca -el chupete ladeado-, ese brillo en los ojos, y esa torpeza de recién levantado llamándome dulce pero enérgicamente: ¡mamá!
Jamás pensé que pudiera quererte tanto. Jamás supe que este tipo de amor pudiera existir: incondicional, irremediable, robusto, inmenso e imparable. Un amor que me ha hecho más fuerte y más débil al mismo tiempo. Más frágil por fuera sí, pero con el poder de todo un ejército por dentro si hiciera falta. Un amor con el que sufres y se engrandece, con el que enseñas y no dejas de aprender, con el que te hinchas de orgullo y sigue creciendo, con el que nunca retrocedes. Lo dicho, imparable.
Nunca pensé que esto sería tan grande. Que tendría momentos en los que sólo tu sonrisa tras un llanto inconsolable de a saber qué rabieta, me daría fuerzas para continuar después de caer rendida una y otra vez. Que lo mismo desfallezco ante la imposibilidad de conseguir que te estés quieto cinco segundos, o que te comas dos cucharadas más, o que dejes de subirte a la mesa..., que te como a besos y a cosquillas y a achuchones cuando veo lo rápido que aprendes, lo bien que estás creciendo y aquello que te hace reír, que te ilumina la cara, que te divierte.
Esa risa es la que me llena los ojos de alivio, porque sé que tengo que estar haciéndolo bien si te veo así de feliz. Me arranca una sonrisa de orgullo por tener a una personita tan alegre conmigo, y me muerdo los labios por no comerte a "bocaos" allí mismo. Me llena entera de paz, de felicidad, de emoción aunque sea un instante porque sé que esa risa es sincera, es limpia, es de corazón, y así es como me gustaría que siguieras creciendo: sincero, limpio de prejuicios, como un lienzo en blanco que ir llenando de colores, de sentimientos, de experiencias, recuerdos, y más y más risas. Y yo lo veré desde mi rinconcito de madre, feliz por darte la vida. Por tenerte a mi lado los años que sean. Por tenerte.
Feliz cumpleaños, pequeño. No dejes de crecer. No dejes de reír. Te quiero.